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"¿Donde está el ministro?"

Javier Solana se perdió y no pudo entregar a Miguel Induráin la copa de vencedor del Giro

Carlos Arribas

"¿Dónde está el ministro?¿Dónde está el ministro?". Javier Gómez Navarro, secretario de Estado para el Deporte, sale nervioso del cerco destinado a la entrega de galardones. No encuentra a su jefe. Javier Solana, ministro de Educación, llegó ayer a Milán para entregar a Miguel Induráin la copa de vencedor del Giro. No pudo hacerlo. Se perdió entre el gentío y llegó 20 minutos más tarde a la entrega. La ceremonia se retrasó unos minutos y la copa se la dio al ciclista español el director del Giro. Gómez Navarro se hizo la foto con el ganador."Ha sido una lástima perdérmelo", dijo simplemente el ministro. "Lo bonito ha sido la contrarreloj. Era la primera vez que seguía a un ciclista y se me han puesto los pelos de punta cuando dobló a Chiappucci". Solana había viajado detrás del navarro durante la contrarreloj en el coche del Banesto. Nada más cruzar la línea de meta Induráin, el gentío se saltó las vallas e inundó la zona de meta. Solana y Arturo Romaní, presidente del grupo deportivo Banesto, se quedaron aislados, intentando hacerse un pasillo entre la multitud. Cuando llegaron al podio, Induráin ya había desaparecido.

Quien peor lo pasó con el retraso fue Marisa, la novia de Induráin. En un tenderete, sudando bajo el sol, toda la familia del ciclista seguía la ceremonia. El padre y la madre ya habían bajado, pero hermanas, cuñados, primos y sobrinos estaban apiñados, intentando entrever al héroe. "¿Dónde está? Que no le veo", gritaba Marisa, acalorada. Hasta que salió. Subió seguro, con su media sonrisa habitual. Una mirada furtiva a su novia, una sonrisa de complicidad, y poco más.

Los que sí que lanzaron su alegría a los cuatro vientos fueron los seguidores españoles. Unos 2.000 habían llegado de Navarra. Convirtieron la plaza del castillo Sforzesco, un parque apacible en el centro de la capital lombarda, en una especie de plaza del Castillo pamplonica en plenos sanfermines.

Pañuelos rojos al cuello, pantalón corto, vino, canciones y banderas inundaron un lugar en el que sólo los jubilados y los niños se suelen sentir a gusto en las tardes italianas. Sus gritos ahogaron los aplausos de los italianos hacia Chioccioli, su ídolo caído. Cuando llegó Induráin, bengalas rojas colorearon la atmósfera. Casi todos eran veteranos de celebraciones. Muchos habían estado ya en París el año pasado, festejando el Tour. La mayoría ya tiene el viaje reservado a la capital francesa para julio próximo. Ayer también contaron con la ayuda de los anfitriones. Amantes del jolgorio y envidiosos de la alegría ajena, muchos tiffosi se acercaban, buscando sentirse alegres. "E grande Espania, é grande Induráin", decían a cualquiera con pinta de español.

"Es la leche, es la leche. Esto se va a convertir en tradición. Todos los años" dos romerías más", concluía un aficionado de la peña de Induráin en Villava, el pueblo cercano a Pamplona donde nació hace 28 años el primer español que ha ganado un Giro.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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