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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rusia y Ucrania

UN ACUERDO telefónico entre los presidentes Yeltsin y Kravchuk ha puesto fin, al menos provisionalmente, al choque entre Rusia y Ucrania sobre la Flota del Mar Negro. Una comisión formada por parlamentarios de los dos países deberá estudiar una solución del problema aceptable para las dos partes. Las cosas habían llegado a un límite de máximo peligro: dos decretos -uno del presidente ucranio, otro del ruso- han colocado dicha flota bajo mandos distintos. Sebastópol, base principal de la flota, situado en Crimea y por tanto en territorio ucranio, está cercado por la Infantería de Marina de la CEI para proteger al mando supremo de la flota, que no aceptó obedecer al decreto de Kravchuk. En una palabra, se habían creado todas las condiciones para que pudiesen iniciarse en cualquier momento enfrentamientos, no ya legales, sobre el papel, sino directos, con tiros y con sangre.Desde el fin de la URSS los choques entre Rusia y Ucrania sobre temas militares y económicos (moneda, precios, pago de la deuda soviética, etcétera) han constituido el principal obstáculo para que la CEI pueda cumplir un papel coordinador entre las antiguas repúblicas de la URSS. Desde que se proclamó independiente después del referéndum de diciembre pasado, Ucrania se marginé del Ejército de la CEI al constituir sus propias Fuerzas Armadas; ha creado una especie de moneda con cupones en sustitución del rublo, y ha influido de modo decisivo en una evolución de la CEI que la ha vaciado de muchos de sus contenidos fundacionales y que la reducen al papel de órgano gestor de la descomposición de la antigua Unión Soviética. Pero surgía a la vez otra amenaza mucho más grave: que el tránsito a unas nuevas relaciones entre Rusia y Ucrania, sin precedente en la historia -ésta nunca ha sido un Estado-, desembocase en una crisis en que se recurriera al uso de las armas.

Hasta ahora no ha sido así. El esquema yugoslavo, que todo el mundo considera como el ejemplo a no seguir, no se ha repetido. Ha habido un desfase feliz entre una guerra en el papel y una sensatez en la acción de las cabezas de las dos repúblicas. Pero lo cierto es que no se han dado pasos positivos para resolver el contencioso pendiente: más bien lo contrario. El problema de la Flota del Mar Negro es característico. Meses de negociaciones no han servido para nada. El conflicto ha llegado a un punto límite. Y si bien se ha evitado lo peor, el peligro permanece.

El nacionalismo ruso -bastante moderado hasta ahora en casi todas sus expresiones- está adquiriendo mayor virulencia, tal como se ha reflejado en el Congreso de Diputados de la Federación. Cuando el general Rutskoi, vicepresidente de Rusia, pide que Crimea vuelva a Rusia y que se reconozca la república rusa del Transdniéster, muchos le aplauden. Tales actitudes, que violan la base misma en que nació la CEI -el respeto de las fronteras existentes-, provocan fuertes temores en otras repúblicas sobre el riesgo de una vuelta de Rusia a prácticas imperialistas. Yeltsin, sometido al acoso de fuerzas que se oponen a su reforma económica, puede tener la tentación de contrarrestar esa oposición recurriendo a lemas nacionalistas.

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Es evidente que la herencia de la URSS ha dejado muchos problemas sin resolver. El estudio de modificaciones de frontera entre repúblicas puede ser, en ciertos casos, la mejor solución. Pero ello exige un clima de comprensión y la creación de órganos jurídicos de conciliación o de arbitraje de alto prestigio para que sus decisiones puedan ser aceptadas. Si la CEI es incapaz de responder a tales problemas, quizá la mejor solución sea el recurso a instancias internacionales. Lo que está en juego no es sólo el futuro de la CEI, sino la paz y la estabilidad de unas tierras europeas. Es decir, de Europa en su conjunto.

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