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GOLPE DE ESTADO EN PERÚ

Del 'fujimoto' al espadón

El golpe de Estado institucional de Alberto Fujimori es, antes que nada, el reconocimiento de una debilidad: 20 meses después de ceñirse la banda de presidente de Perú el 28 de julio de 1990, día de la independencia nacional y de su 52º cumpleaños, se hace patente su fracaso en cumplir dentro de la legalidad con el programa y las promesas que le permitieron ganar por sorpresa unas elecciones a las que concurrió sin dinero ni aliados notables.El Perú profundo se sintió más representado por este hijo de campesinos japoneses emigrados a Perú en 1934 que por su rival, el escritor Mario Vargas Llosa, quien encarnaba demasiado a los pitucos, el término que sirve en Lima para designar a la clase acomodada. Con su estilo populista, Fujimori supo seducir a los desheredados y a los cholos, los mestizos que constituyen hoy la mayoría de la población.

"Honestidad, trabajo y tecnología", prometía Cambio 90, el amplio pero desorganizado movimiento popular que le llevó al poder, y cuyos puntales eran los pequeños empresarios y las Iglesias evangélicas. Fujimori simbolizaba un sentimiento de rechazo hacia los partidos tradicionales, que se extendía en el seno de un país cada vez más azotado por la miseria.

El hijo de emigrantes japoneses capitalizó la mayoría del decisivo voto independiente, e hizo que lo que parecía una victoria cantada de Vargas Llosa se convirtiera en una derrota amarga para el escritor y para sus planes neoliberales. Fujimori barrió, con el 56% contra el 34% de Vargas Llosa. Ni la oposición de la derecha tradicional, ni la de la Iglesia católica, ni la de la Marina, la fuerza más conservadora en Perú, quien hizo ruido de sables en franca rebeldía por la llegada al poder de un descendiente directo de emigrantes, pudieron impedir el fujimoto.

Al llegar al Gobierno, Fujimori sorprendió a muchos de los que le habían apoyado. Empezó por prescindir de Cambio 90, rodearse de técnicos independientes (pero también de sus parientes) y librarse del lastre que representan los evangélicos en un país mayoritariamente católico. Adoptó con resolución, encima, el partido de estos militares que tanto habían desconfiado de él.

Medicina de austeridad

Los mismos que se habían opuesto en las urnas a las recetas neoliberales de Vargas Llosa tuvieron que beberse la amarga medicina de la austeridad, envasada esta vez por Fujimori que, nada más asumir el poder, impuso un drástico ajuste económico, en un intento de corregir los desequilibrios económicos y contener una inflación que llegaba al 2% diario. El paquete de medidas que aplicó apenas llegado al poder se saldé con graves disturbios y una decena de muertos.

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Quería así hacer las paces con los países más desarrollados y el Fondo Monetario Internacional. Fujimori reinsertó a su país en los circuitos financieros internacionales, pero encontró grandes dificultades para convencer a los empresarios extranjeros, incluso a los japoneses, de invertir en un país sumido en una profunda crisis, y con necesidades ingentes. Los empresarios empezaron a desanimarse después de las esperanzas iniciales, mientras la población aguantaba con más dificultad una austeridad que se traducía para muchos en hambre.

Fujimori tampoco ha conseguido éxitos notables frente al problema de la violencia: 3.106 personas murieron en actos terroristas durante su primer año de mandato, contra 1.261durante los 12 meses anteriores, a pesar de los excesos de la represión policial, que se tradujeron por más de 200 personas desaparecidas en 1991, según Amnistía Internacional. Sendero Luminoso se ha hecho cada vez más presente en Lima, hasta el punto de atentar, en noviembre pasado, contra el palacio de Gobierno.

Tampoco logró Fujimori avances notables contra el narcotráfico, que distorsiona las finanzas y corrompe a las autoridades.

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