_
_
_
_
_

La silueta de un asesinato

El crimen que se imputa al doctor Ballesteros es un enigma, aunque rodeado de indicios

La falta de pruebas hizo presagiar que el tiro en la nuca que dejó tendido en el suelo al doctor Eugenio Rivero se convertiría en un nuevo caso pendiente. Pero la casualidad quiso que no fuera así: la venganza de una mafia turca ayudó a destapar los indicios que han llevado a la cárcel, como supuesto inductor, al cirujano Dionisio Ballesteros, jefe del equipo que operó de un cáncer al ex alcalde Enrique Tierno, y a Juan de Dios Rueda, Juan el Barbó, presunto autor material. Aun así, la investigación sigue siendo un enigma. Prosigue la reconstrucción de los hechos.

El juez Jesús Gavilán mantiene mutismo sobre sus pesquisas. Dispone de varias cintas con diálogos y de un papel aprehendido a Juan el Barbó, que tiene .escrito el nombre y teléfono del cirujano.El intrincado crimen del urólogo Eugenlo Rivero, de 56 anos, se produjo el 9 de junio del año pasado, domingo. Faltaba poco para las doce de la mañana cuando una fuerte detonación, en la calle de Castelló, barrio de Salamanca, inquietó a los clientes de un bar. En medio de un gran charco de sangre hallaron a un hombre tendido boca abajo. No vieron nada más.

"¡Es el doctor Rivero!", exclamó una vecina. Eugenio Rivero acababa de salir de casa para comprar churros. Era viudo: su mujer había fallecido unos meses antes. Sólo tenía una hija, adoptada.

Al principio, nadie, ni sus propios compañeros de la clínica San Camilo (aunque también trabajó en el Gregorio Marañón, clínica Ruber y Doce de Octubre) acertaban a comprender el móvil. La policía tampoco sabía bien por dónde empezar. Sus conocidos lo definieron entonces como "un buen hombre, muy trabajador y de talante amable".

Pero luego aparecieron otras frases: "A ése lo ha matado Ballesteros; estaba liado con su mujer". Chismorreos similares se extendieron como un reguero de pólvora por el hospital Doce de Octubre al conocerse el asesinato de Rivero. El Grupo VI de la Brigada Judicial empezó a trabajar sobre la hipótesis de los celos.

Se reabre la investigación

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Los días transcurrieron, y las diligencias estaban abocadas al archivo. No había pruebas concretas contra nadie. Sin embar go, cuando la investigación es taba más atorada, un suceso posterior sirvió para reabrirla.

El 4 de julio de 1991, casi un mes después del crimen del urólogo, los periódicos madrileños se hacían eco de dos homicidios, uno de ellos frustrado. Unos encapuchados, según informaba la policía, habían dis parado contra dos personas en el bar El Parador, de Hortale za. Una de ellas había muerto al recibir tres disparos, Juan Francisco Llébana Arroyo Olennense de 39 años), y otra, Enrique Burgos Montuenga, de 35, ingresó en un hospital Su estado era muy grave.

Momentos después del tiro teo llegaron varios zetas al local. "Han venido unos encapuchados y, sin decir nada, se han liado a tiros... Después se han ido corriendo en un coche que esperaba en la puerta. A mí no me han dado porque, al verlos con las pistola, me he tirado al suelo". ¿Cuántas personas había en el local?, inquirió la policía. "Ellos (Llébana y Burgos) y yo, nada inás".

El testigo presencial era Juan de Dios Rueda González, apodado Juan el Barbó. Su historial delictivo es amplio: tráfico de drogas, apropiación indebida... El dueño del local dijo que no había visto nada, que estaba fuera del bar comprando pan.

Una semana después, el herido Enrique Burgos recobró la consciencia en el hospital. El juez se desplazó al centro sanitario para tomarle declaración. "Ha sido Juan el Barbó; él es quien disparó contra nosotros", declaró el único superviviente,; y "estábamos nueve personas, no tres". Seguramente, Juan el Barbó no creía que Burgos fuera a recuperarse y testificar contra él. El juez ordenó la detención de Juan el Barbó el 12 de julio.

Personas que le conocen lo describen como una persona sin ri escrúpulos, un pistolero a sueldo. En el caso del tiroteo en el bar El Parador, actuó por encargo de una red turca dedicada al tráfico de drogas. Los siete testigos que presenciaron el homicido confesaron que la mafia los había amenazado -de muerte si declaraban en contra del presunto asesino.

Aunque el sumarlo del doctor Ballesteros permanece aún secreto y algunas de las declaraciones que contiene no están exentas de sinsentidos, es a raíz de la detención de Juan el Barbó cuando la policía empieza a hilvanar el crimen de Eugenio Rivero. A esas alturas, la Brigada Judicial sólo intuía que la causa de la enemistad entre Ballesteros y Rivero se debía a celos y que en ellos podía radicar el móvil: la mujer del primero había sido compañera de trabajo del segundo en el hospital Gregorio Marañón.

Cuando la policía detuvo al delincuente, por una casualidad halló en uno de sus bolsillos un papel con el nombre y teléfono del doctor Ballesteros. Juan el Barbó, interrogado entonces por los preparativos del crimen de El Parador, utilizó la coar tada de haber estado un día concreto en la consulta del doctor Ballesteros en la clínica Ruber. Dijo que lo estaba tratando de una epilepsia.

Esa aseveración extrañó al juez y a la policía, ya que la especialidad del cirujano Ballesteros es bien distinta. Acerca del papel con el nombre y teléfono de Ballesteros, el delincuente, cuando intuyó que la policía lo relacioba con el asesinato del urólogo, dijo que se lo habían metido en el bolsillo al detenerlo. Con estas premisas, los agentes intervinieron el teléfono del doctor Ballesteros y giraron visitas a su casa -ubicada en una lujosa urbanización, en la calle de Jerez-, para interrogar a vecinos y empleados del inmueble.

Desde el primer momento el cirujano negó estar implicado en el asesinato de su colega, y continuó trabajando en su departamento del Doce de Octubre.

Depresión

Consciente de que la policía le seguía la pista, Ballesteros empezó a sumirse en una depresión que se agravaba progresi-, vamente. En diciembre, días antes de Navidad, intentó suicidarse: ingirió una fuerte dosis de medicamentos. Le salvaron la vida en la unidad de cuidados intensivos del Doce de Octubre. "Su mujer y él salían juntos todas las mañanas en el Mercedes que tiene, pero después cada cual regresaba por su lado", recuerda un vecino.

La intervención telefónica comenió a dar frutos. La policía captó un extraño diálogo entre Ballesteros y la compañera sentimental de -Juan el Barbó. Este diálogo, junto con otros, ha resultado decisivo para que el juez Jesús Gavilán ordenara su internamiento en prisión. En esa conversación -que se produce en día festivo-, el cirujano recuerda a la companera de El Barbó que tenía una cita médica con él.

Dionisio Ballesteros fue detenido -e incomunicado-, cuando se dirigía a su trabajo en el Doce de Octubre, el pasado 20 enero.

Desde entonces está privado de libertad, y tanto él como Juan el Barbó -también encarcelado, pero por el crimen de El Parador-, siguen negándolo todo. De momento, la abogada defensora ha pedido su libertad. Sostiene que no hay pruebas "sólidas" contra el doctor Ballesteros.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_