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Entrevista:

El hombre que fue obligado a firmar la paz

Las dudas que sobre él han pesado en los últimos años se disipan ahora con el fin negociado de la guerra, y, desde fuera, el joven presidente de El Salvador, un hombre de verbo educado y profundamente religioso, casado con Margarita Llach, hija de un adinerado emigrante catalán recientemente fallecido, comienza a ser visto con respeto.

Este joven empresario reconvertido en político, graduado por la Universidad norteamericana de Georgetown en Administración de Empresas, comienza a tener una independencia personal antes jamás imaginada. La culpa de este nuevo pero grato destino la ha tenido la paz.

Cierto es que Cristiani llegó al poder hace casi tres años con todo prestado, incluso hasta su candidatura a la presidencia de la República, por la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), del ex mayor Roberto D'Aubuisson. El todopoderoso dirigente ultraderechista creador de los temidos escuadrones de la muerte, hoy enfrentado a un cáncer terminal, tuvo que renunciar a la candidatura presidencial por su oscuro pasado y por las presiones externas. Entre ellas las de Estados Unidos, otrora poderoso protector de la aplicación de la línea dura en El Salvador, que un día cambió sorpresivamente, de la noche a la mañana, su política hacia el país y se unió a las iniciativas internacionales favorables a una solución negociada de la guerra civil más sangrienta conocida en América Latina en los últimos años.

Camarilla

Cristiani accedió sin fuerza ni prestigio alguno a la presidencia salvadoreña, con la única garantía de su victoria numérica en las urnas, hasta el punto de que se llegó a comentar que se trataba, sin cuestionar su honestidad personal, de un hombre dirigido desde la sombra por la camarilla encabezada por D'Aubuisson y compuesta por sus amigos de la oligarquía financiera y del Ejército. El ultraderechista D'Aubuisson le aupó a la presidencia con el fin de manejarlo a su manera, pero también es cierto que Cristiani, investido ya con la banda presidencial, lanzó minutos después de su toma de posesión, y con el fallecido ex presidente Napoleón Duarte como testigo, una oferta para la paz basada en "el diálogo inmediato, permanente, serio y reservado".Dos años después se cumplía su objetivo, y el Gobierno y la guerrilla salvadoreña se fundían en un abrazo en el mexicano castillo de Chapultepec, con testigos internacionales de excepción, y ponían fin a 12 años de cruel guerra con más de 75.000 muertos, al tiempo que sellaban el compromiso de hacer de El Salvador un nuevo país moderno y democrático donde para siempre los militares quedarían sujetos en obediencia al poder civil. Cristiani, en un gesto sin precedentes, tendía la mano uno a uno a los comandantes del FMLN, y, pese a no estar anunciado, sorprendía estampando su firma, como sujeto activo y comprometido, en la paz de su país.

El gesto de Cristiani fue recibido con un sonoro y emocionado aplauso, que se coronó, terminado el acto de la firma de la paz, con una serie de elogios públicos que reforzaron su imagen internacional y provocaron que sobre su persona, hasta ese momento empañada por la duda, comenzara a despertarse interés, respeto y confianza. Felipe González, presidente del Gobierno español, figuraba entre los políticos sorprendidos.

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Pero Cristiani, saludado en 1989 por la prensa salvadoreña como "un joven empresario que llega a la política después de triunfar en los negocios", ha sido un hombre que hasta el último minuto ha estado extremadamente pendiente de la reacción interior a las concesiones que iba haciendo a la guerrilla en las distintas fases de las negociaciones. Y ello porque hasta el 16 de enero ha sido un presidente enormemente presionado no sólo por los poderes fácticos de su país, especialmente ese sector del Ejército que se verá obligado a partir de ahora a colgar para siempre su uniforme, sino por sus propios compañeros de partido o de Gabinete, muchos de los cuales izaban hasta hace muy poco banderas donde se vislumbraban odios y rencores.

Triunfo personal

Quizá el mayor quebradero de cabeza de Cristiani ha sido la paz, pero no por ser contrario a ella, sino por su interés en alcanzarla. La paz le ha traído prestigio personal, pero también una solidez política hasta ahora cuestionada, así como un distanciamiento como estadista de quienes durante dos años y medio han venido insistentemente diciéndole lo que tenía que hacer.Por lo pronto, la paz le ha dado la libertad de dirigirse libremente al FMLN e invitarle a participar, con su aportación, en el desarrollo de una democracia estable y duradera en El Salvador. Cristiani, por su parte, ha conseguido también una paz personal.

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