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La ira del Pinatubo

Las calamidades del peor desastre de Filipinas aún no han terminado

Juan Jesús Aznárez

El capitán Romero Pajarito indica que las dos ametralladoras montadas a babor y a estribor del helicóptero que aterriza en el poblado de Baquilán son para rechazar un posible ataque de los comunistas terroristas". En la loma muerta donde los rotores del viejo Huey levantan una ventisca de perdigones de lava no hay terroristas. Tampoco parece haber escondrijos para ellos.

Sobrevolamos tres provincias filipinas durante más de cinco horas para comprobar la terrible destrucción del volcán Pinatubo En Baquilán sólo hay campesinos tristes que salen de chozas de bambú y hojas trenzadas para contar sus desgracias.Las calamidades del peor de sastre sufrido por Filipinas no han terminado. La zona centro de Luzón conocerá nuevas y ma sivas evacuaciones cuando la temporada de lluvia, dentro de seis meses, arrastre consigo más de 3.000 millones de metros cúbicos de lava ahora solidificados sobre arrozales, plantaciones y 80.000 hectáreas que fueron tierras fértiles y de abundante cabana y suelo de más de un millón de personas.

Godofredo Caritativo, director de operaciones en Paripanga dice que se han perdido seis ríos, totalmente anegados por el lodo. "Hemos colocado seis millones de sacos terreros sobre las márgenes de algunos de ellos para poder drenarlos y evitar que las nuevas avalanchas cubran cauces que queremos salvar".

Los dos helicópteros asignados por la Fuerza Aérea de Filipinas a una misión del Banco Asiático de Desarrollo despegan de una base militar cercana a Manila con un grupo de corresponsales extranjeros. Vicente López y Leonardo Núñez, al frente de los trabajos civiles de reconstrucción, explican las dificultades de acometer una empresa para la que no se dispone de medios suficientes.

El paisaje sufre un cambio brusco cuando los dos Huey, donados por el Ejército norteamericano tras su utilización en la guerra de Vietnam, penetran en un día brumoso por los dominios del Pinatubo y sobrevuelan una naturaleza muerta y cenicienta con valles y cañones, laderas y montañas quemadas por un manto de uno, dos y hasta tres metros de lava. Las faldas de algunos montes asemejan pistas nevadas.

Un caudal incandescente atravesó los desfiladeros que llevan a las poblaciones, y la tremenda vomitona del volcán, cuya erupción el 12 de junio pareció a algunos "una bomba atómica", cubrió total o parcialmente 108.204 casas en aldeas de Panpanga, Parlac, Zambales y Bataá. Desde el aire, los tejados a ras de tierra identifican pueblos perdidos. Muchos de ellos nunca podrán ser habitados. No existen. "Huimos durante la noche; pero después de varios días volvimos para ver qué había quedado de nuestras casas", recuerda en Baquilán Eduarda Dedicatoria, de 50 años, siete hijos y seis nietos. En este poblado viven cerca de 4.000 personas y tiene carácter permanente.Las cond*ciones son buenas, aunque la magnitud de la catástrofe, como en otros lugares, ha provocado también casos de intenso miedo, ansiedad y graves depresiones. Los centros de evacuación agrupan a 100.000 personas y a corto plazo deberán acoger a 144.000 refugiados más. Las inundaciones agravarán esta situación si los diques de contención que se preparan a toda prisa no pueden con los depósitos de lava, que se moverán empujados por las intensas tormentas del trópico.

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Los helicópteros, en su recorrido a baja altura por las zonas asoladas, atraviesan barrizales de más de medio kilómetro de ancho que antes fueron ríos, puentes con los ojos taponados por la lava que intentan descegar las excavadoras y arrozales convertidos en losetas grises inmensas e inútiles. Sobrevuelan también las calles largas y vacías de la base norteamericana de Clark, abandonada tras la primera erupción, y sus barracones y viviendas deshabitadas tienen algo de espectral. Cuando aterrizan en Baquilán, a 15 kilómetros de las faldas del Pinatubo, uno de los dirigentes del pueblo hace firmar al capitán Pajarito y a Vicente López un certificado de denuncia por haber elegido como pista de aterrizaje uno de los helicópteros una plantación de tapioca que parece crecer entre las cenizas. En este centro, quien más quien menos parece conformarse con su suerte, y como en todas las acampadas de desgraciados, hay muchos niños.

La familia Tolentino, con cinco niños de siete, cinco, tres, dos años y otro de ocho meses, ha conocido cuatro campamentos. La familia recorrió a pie 22 kilómetros cuando el Pinatubo despertó escupiendo calamidades tras un sueño de 600 años. "Todavía me acuerdo de haber andado en tandas de siete horas en un grupo de 11 personas".

Rehabilitar la tierra

J. J. A. Las medidas para superar parte de la destrucción causada por el volcán Pinatubo, fundamentalmente en el sector agrícola y ganadero, harán necesaria una primera financiación de 276 millones de dólares, según un informe elaborado por el Banco Asiático de Desarrollo.

De acuerdo con este estudio, redactado para evaluar los objetivos de la ayuda económica solicitada por el Gobierno filipino, la acción más urgente es rehabilitar la tierra de cultivo y el sector pesquero, reasentar a las personas desplazadas, poner en funcionamiento sistemas de riego y promover la iniciativa privada en las tareas de reconstrucción.

La presidenta Corazón Aquino ha pedido a la comunidad internacional 800 millones de dólares (82.400 millones de pesetas) para concluir tan ingente obra.

Los daños en la agricultura filipina han sido calculados en 424 millones de dólares (43.672 millones de pesetas), y en el sector industrial, en 15 (1.545 millones de pesetas), lo que significa el 49% del total capitalizado.

La provincia de Panpanga ha sido la más dañada, con 36.000 h.ectáreas de extensiones cultivables convertidas en tierra de baldío por la lava volcánica. Un total de 58 municipios continúa en "estado de calamidad". Funcionan cerca de 300 centros de evacuación que dedican unos 63.000 dólares (6,5 millones de pesetas) al día para la manutención de los refugiados.

En estos centros han muerto 900 personas, 500 de ellas niños. Miles de filipinos, por otra parte, intentan volver a sus casas pese a las inundaciones que regularmente castigan estas regiones.

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