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Entrevista:

"Estamos en la espiral de las claudicaciones

Mario Onaindia está a punto de doctorarse en Filología Inglesa y de ver en la calle su primera película como coguionista y productor, titulada Cómo levantar 100 kilos. De vacaciones en Lanzarote, junto a su esposa y otros familiares, tiene al fin todo el tiempo para su hija, Nora, de cuatro años.

Pregunta; ¿Cómo ha recibido la decisión de la Diputación de Guipúzcoa de modificar el trazado de la autovía que une Guipúzcoa con Navarra, cediendo a las presiones de ETA?

Respuesta: Me parece un paso atrás importante en la normalización del País Vasco, porque se rompe la línea divisoria que existía entre los partidos democráticos y el mundo de Herri Batasuna. Se trata, en realidad, de una negociación política con ETA, que logra imponer su trazado y, además, propone la constructora que ha de realizar la autovía. También se da una curiosa contradicción: por una parte, la Diputación de Guipúzcoa pone como condición para subvencionar a un equipo de baloncesto que sus jugadores lleven en la camiseta el nombre de la autovía de Leizarán y, por otra, cede a la presión de ETA. Volvemos a los tiempos anteriores al pacto de Ajuna Enea, cuando el nacionalismo tradicional pedía, de un lado, a los ciudadanos una actitud heroica y, del otro, negociaba políticamente con ETA. En mi opinión, entramos en una espiral de claudicaciones. Nadie debe ser ajeno a que ETA lo que persigue con esto es experimentar su primer ensayo de cara a las próximas olimpiadas. Así obtiene un triunfo electoral a base de atentados. Es, en definitiva, un acto de irresponsabilidad de la Diputación de Guipúzcoa.

P. Usted estaba en febrero de 1981 en la Casa de Juntas de Guernika cuando miembros de Herri Batasuna interrumpieron al Rey para entonar el himno al soldado vasco. ¿Cómo recuerda aquel incidente?

R. Sí, yo era diputado por Euskadiko Ezkerra (EE) y estaba allí aquel día. Había mucha tensión. Herri Batasuna había anunciado un posible boicoteo del acto. En aquel momento el proceso autonómico era una incógnita y las instituciones vascas eran muy débiles. Los de HB empezaron a cantar bastante nerviosos. Desafinaban y cantaban muy bajito, con gallos y todo eso. Me admiró la postura del Rey, que comenzó a decir que no se oía. Les decía que quería escucharles más alto. Ese sentido del humor del Rey fue clave. Después se le dio demasiada importancia al incidente, teniendo en cuenta que no había sido una actitud más irrespetuosa que la que suelen adoptar los de HB cada 15 de agosto, en San Sebastián, cuando van a la iglesia a tirar piedras y huevos ante la Virgen del Coro. Yo viví aquel episodio con cierta neutralidad, sin mayor entusiasmo.

P. Según ha escrito usted mismo, entonces no llegó a aplaudir al Rey, pero lo hizo interiormente. ¿Diez años después, durante la reciente visita de Don Juan Carlos al País Vasco, le habría aplaudido sin rodeos?

R. Sí, creo que sí. Lo que hizo el Rey en aquellas circunstancias fue una lección. Hoy nuestro autogobierno es una realidad y el Rey no se contradice con Euskadi. El autogobierno del País Vasco y el Rey pertenecen a la misma Constitución.

P. ¿Los vascos han renunciado a la independencia?

R. Yo creo que eso de la independencia nunca se lo ha planteado nadie en serio. En la tradición nacionalista lo que nos encontramos es un pueblo vasco que quiere negociar con el poder central. Y ya nadie puede dudar que existe un pueblo vasco como realidad histórica y no como realidad otorgada. Ese pueblo está en condiciones, por tanto, de negociar con el poder central. Ha habido otras nacionalidades que han buscado una salida eficaz similar, como en el caso de Quebec (Canadá). El nacionalismo tradicional ha sido reacio a hablar de independencia. Nuestro autogobierno tiene un encaje dentro de la Constitución. Ese es uno de los éxitos de la transición.

P. Sin embargo, se han producido declaraciones de independencia en repúblicas de Yugoslavia y la URSS. ¿Qué opinión le merecen?

R. Las veo con mucha preocupación. Dentro de esas mismas repúblicas hay cuestiones nacionalistas internas, enfrentamientos interétnicos, situaciones verdaderamente irracionales. Confío en que hallen fórmulas de confederación acertadas.

P. ¿El País Vasco se ha implicado de verdad en el proceso democrático de España?

R. Me sigue pareciendo que ese proceso ha sido más profundo en el País Vasco que en el resto de España. Se dan signos evidentes de tolerancia y convivencia, sin duda bajo la presión del terrorismo. El vasco ha tenido una actitud democrática más militante y menos pasiva que en el resto del Estado. Se han dado ciertos sacrificios políticos. El nombre de Euskadi antes se asociaba con separatismo y ahora es asumido por todos. El PP, por ejemplo, ha aceptado la ikurriña. También ha habido esfuerzos en este sentido por parte del partido socialista y en el campo nacionalista se ha dado una evolución parecida, como en el caso del PNV, que en los últimos cuatro años dio un gran paso hacia la consideración de Euskadi como un país que no está constituido exclusivamente por nacionalistas.

P. ¿El pacto con el PSOE?

R. Sí, al principio fue un pacto político por las circunstancias del momento, pero generó toda una cultura. Yo tengo la impresión de que los vascos estamos, en el fondo, más ligados culturalmente a Madrid y al resto del Estado que los catalanes, sin renunciar a nuestro autogobierno.

P. ¿Por qué un sector de la sociedad vasca no ha aceptado aún la democracia?

R. En Euskadi tenemos que reconocer que hay un cierto nacionalismo autoritario y fascista. Siempre hay un sector fascista, incluso en Francia, y ése no va a ser fácil que desaparezca. Pero yo creo que, en contra de lo que parece, en ese sector que apoya la violencia hay una cierta evolución. Aunque parezca que pasa lo mismo, no pasa lo mismo. Hay un cambio en el terrorismo, clarísimo, y es que las generaciones posteriores a la mía, de los años sesenta, no han subido al carro de la violencia. Ese es el dato más esperanzador. Los comandos de ETA que detienen ahora tienen más de 32 años. A mí me detuvieron en 1969 con 20 años, ya otro que tenía 24 lo llamábamos el viejo. Éste es un dato clave. ¿Hasta cuándo esa gente va a seguir así? Ahora carecen de modelo político. Alguien ha hablado de si seguían el ejemplo sandinista...

P. ¿Usted por qué eligió la violencia en aquella época? R. Nosotros éramos castristas. Había un parangón con Fidel y con el Che. Adoptamos el marxismo más como una metodología que había sido aplicada con éxito en Cuba que como una concepción del mundo. La violencia para nosotros era el instrumento de una revolución.

P. ¿Qué cambia las cosas ahora?

R. Ya se acabó la revolución.

P. ¿Entonces, a qué revolución se apunta hoy ETA?

R. ETA ya no sabe por dónde van los tiros.

P. Pero sigue disparando. ¿Con qué justificación?

R. Dicen que para conseguir la negociación política, pero no están por la labor, porque tampoco aseguran que en ese caso abandonarían la lucha armada. Me parece que eso es ya un puro fetichismo. Han perdido muchas oportunidades.

P. ¿Tratan de obtener la libertad de sus presos?

R. Los presos saldrían si dejaran de matar.

P. ¿Cuál es la salida?

R. La única solución política es que ellos reconozcan que son sólo una parte del pueblo vasco, de todo el pueblo vasco. Su ideología totalitaria no les ha permitido dar ese paso. Hay una esperanza sobre la evolución de Euskadi.

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