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PAOLO FLORES D'ARCAIS El coraje mínimo

Parcela 301. La porción de terreno más escondida de Rákoskeresztur (Señor Crucificado de Rákos), un cementerio situado en las afueras de Budapest. A primera vista es un cementerio como todos los demás; un cementerio normal en la medida en que pueda serlo un lugar que recuerda que todos estamos destinados a convertirnos en nada. La senda que conduce a la verja está jalonada por quioscos de flores y vendedores pobres, ancianos, con algunos ramos a precios realmente abusivos pero permitidos, que se abalanzan sobre los coches. Tras la verja, los primeros terrenos enormes atestados de cruces. Más adelante se dan cita los espacios verdes que acogerán a los que hoy van a llevar flores. Más adelante todavía, mucho más adelante (tal vez haya que caminar un par de kilómetros a lo largo de un camino tortuoso) se extienden cuidadísimas zonas de césped a la inglesa, que parten del recinto amurallado. En el agobiante bochorno de mediados de junio se nos antojan cuidadísimas, pero también completamente irreconocibles si las comparamos con las de hace sólo dos años. Aquí reinaba con rigor hace dos años la vegetación agreste, las hierbas altísimas y sin cortar; un paisaje desolado de naturaleza urbana abandonada. Por lo demás, algunos años antes casi nadie se atrevía a escurrirse hasta este confín del cementerio. Fue aquí donde, mucho más atrás en el tiempo (entre Finales de los años cincuenta y principios de los sesenta), hombres a caballo recorrían el terreno casi a diario para borrar huellas.Y justamente se trataba de esto. En la parcela 301, entonces innombrable, se daba sepultura a los obreros y estudiantes que los comunistas de Kadar asesinaban casi todos los días con las primeras luces ineludibles del alba después de procesos repugnantes. Obreros y estudiantes culpables de haber participado en la única revolución de sóviet de nuestra posguerra: la revolución húngara de 1956. Procesos de mentira, procesos de vergüenza. Los de 1957 o los de 1958. Procesos en frío que se desarrollaron también en los años siguientes hasta el otoño de 1961.

Procesos sumarlos. Ejecuciones sumarias. Sepulturas más sumarias todavía. Y el trasiego de cascos de caballo para que la tierra removida no pudiera distinguirse de la otra. Precaución inútil desde un punto de vista inmediato (ya que nadie habría intentado deslizarse hasta el muro por aquel entonces), pero destinada a borrar todo posible conato de memoria futura. Tras él se alza la prisión central de Budapest, para especial comodidad de la nomenklatura asesina: se mata en el patio de la cárcel al revolucionarlo de turno, al muchacho que ha combatido por la libertad y se le entierra unos metros más allá. Basta con saltar el muro. Sin fatiga, sin zozobra, sin posibles testigos.

La parcela 301 es el castrum de fundación de la nueva Hungría que intenta la vía de la convivencia democrática; recinto sacro, lugar de sacrificio y, por ello, de cimentación moral de un comienzo nuevo. Da cuenta de la infinita amargura que ha debido preceder a la Fiesta, del horror que se ha debido pagar por la cotidianidad obvia y banal de la democracia. El aire y el agua curten las kopias de madera, tótemes de belleza barbárica que llenan el pequeño espacio. Sustituyen a las lápidas según una tradición de Transilvania; parece que originalmente eran las lanzas de los guerreros clavadas sobre sus tumbas. Nunca tradición alguna fue más apropiada para estos combatientes de la libertad.

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Es el 16 de junio, el día de la matanza de Imre Nagy y de sus compañeros. Hace infinitos anos. Hace 33 años. La tumba de Nagy está algo retirada, detrás de la campanita de tradición protestante húngara. En cambio, las otras están en mitad del prado. Pero sus nombres no dicen gran cosa al lector más joven, instalado en esa edad del grado cero de la memoria, ni tampoco a los menos jóvenes en este siglo de cambios acomodaticios. Recordémoslos, por tanto: Pal Maleter, Miklos Gimes, Geza Losonczy, Josef Szilagy. Pal Maleter: subteniente del Ejército hecho prisionero de los rusos en 1944, decide participar en la lucha antifascista y se lanza en paracaídas tras las líneas, donde organiza grupos de partisanos. Desde 1945 es miembro del partido comunista. Enviado a luchar contra los insurrectos en 1946, se pasa a su bando y se convierte en el jefe más popular de la insurrección armada. El 3 de noviembre es nombrado ministro de Defensa. Ese mismo día participa en las negociaciones con los soviéticos para la retirada de las tropas de la URSS. Pero es una trampa. Es arrestado y será ahorcado en 1958.

Miklos Gimes: partisano con Tito en Yugoslavia, se convierte en redactor del periódico de los comunistas húngaros a partir de 1945. Periodista antes que comunista, siempre estuvo unido a Nagy, y a partir del 4 de noviembre de 1956 dirige el Movimiento Democrático de Independencia. Ahorcado en 1958.

Geza Losonczy: comunista desde su época de estudiante, fue hecho preso y torturado bajo el régimen de Horthy. En 1951 es arrestado junto con Kadar durante los procesos estalinistas. Enfermo de tuberculosis, se convierte en uno de los dirigentes más acreditados de la revolución. Arrestado esta vez por Kadar, se declara en huelga de hambre. Pero los rusos y sus colaboracionistas quieren ajusticiarlo. Le alimentan a la fuerza mediante un tubo de goma, con una torpeza tal que le perforan un pulmón y le causan la muerte. No podrán ahorcarlo.

Josef Szilagy: resistente antifascista. En 1956 es jefe de secretaría de Nagy y se ocupa de las relaciones entre los insurrectos y el Gobierno. Arrestado por los rusos, podría haber salvado la vida durante el proceso por ser un dirigente menos eminente que los otros. Pero insulta sistemáticamente a sus jueces. Se aparta a un lado su caso y será ahorcado dos meses antes que los otros. Para vergüenza de sus jueces, de la hipocresía de muchos que fingieron no darse por enterados y del mundo que les amparaba. Szilagy podría haberse salvado pero no quiso. Otros troncos dan cuenta de cosas inauditas en la parcela 301 del cementerio de Rákoskeresztur. Jalonando una vereda, se encuentra uno de los monumentos al soldado desconocido más sencillos del mundo y también el más extraordinario. Recuerda a un soldado desconocido del Ejército Rojo, y con él a todos los muchachos que, desde Bielorrusia al Uzbekistán, se pasaron a una revolución contra la que habían sido enviados con la consigna de masacrarla, y sacrificaron conscientemente la vida por la libertad y por la propia dignidad. Tal vez algún día haya un monumento de verdad en la plaza Roja. Porque sólo entonces se podrá decir que se ha rescatado la dignidad de los pueblos de la URSS.

En muchas tumbas sólo fi gura la fecha de nacimiento. Nadie sabe siquiera el año exac to de la muerte de aquellos Pasa a la página siguiente

El coraje mínimo

es director de la revista italiana de pensamiento Micromega.

Traducción: Daniel Sarasola.

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