La 'tamborrada' cubana del marqués de Lojendio
Las relaciones entre Madrid y La Habana nunca se rompieron, a pesar de las sucesivas crisis
La noche del 20 de enero de 1960, Juan Pablo de Lojendio, un arriscado embajador de Franco, arrebatado por el amor patrio herido, interrumpió una arenga televisiva de Fidel Castro y exigió, gallardo, su turno para rebatir las acusaciones de conspiración contra la Embajada de España. Le dieron 24 horas para abandonar el país. El 26 de julio de siete años antes, el líder cubano y 79 milicianos habían asaltado el cuartel Moncada, de Santiago de Cuba, en una operación militar que, aunque fallida, estableció la condiciones políticas para que, en 1959, se impusiera una revolución que ha compartido con España 31 años de relaciones tan especiales como periódicamente convulsas.
La celebración, hoy, del ataque a las instalaciones militares ubicadas en el oriente cubano coincide con uno de los más graves enfrentamientos entre los Gobiernos de Madrid y La Habana. El asalto del donostiarra marqués de Lojendio a los estudios de la televisión cubana, que coincidió en el tiempo con las fiestas de San Sebastián, jolgorio tan festejado en la capital guipuzcoana como por los donostiarras en la diáspora, fue el primer palmetazo serio entre los dos Gobiernos. Nunca, sin embargo, se llegó a una ruptura diplomática.En aquella ocasión, Castro acusó a la Embajada española de ser un nido de conspiradores y de prestar ayuda logística a quienes militaban activamente contra la revolución. En estos días de galerna hispano-cubana, funcionarios cubanos aludieron también a la "cierta complacencia" del embajador español con la entrada de personas en solicitud de asilo. Representantes españoles recordaron entonces que la Embajada constituía un refugio para los españoles que se sintieron perseguidos por la policía. El Ministerio de Relaciones Exteriores español ha subrayado ahora que se continuará acogiendo a las personas que lo soliciten.
Tras el agarrón entre Lojendio y Castro, las relaciones se rebajaron a nivel de encargado de negocios durante 10 años, aunque continuó un intercambio comercial discreto pero mutuamente aceptable. El general Franco, pese a todo, nunca premió al impetuoso embajador ni su estrafalaria defensa de los intereses españoles, cuyas secuencias más interesantes narró Enrique Trueba, antiguo presidente del Centro Cubano de España.
"Un momento, por favor"
"En mitad del programa -que se hacía en directo con presencia de público y en el que, junto a Castro, intervenían un moderador y tres periodistas- apareció en los estudios el embajador de España". Según el relato de Trueba, Lojendio dijo al moderador: "Un momento, por favor. Vengo a re batir las acusaciones que se hacen contra la Embajada de España". El moderador le indicó que tenía que pedir permiso al primer ministro, Fidel Castro, a lo que contestó Lejendio. "Esto es una democracia, y el señor moderador es el que dirige". "En ese momento se levantó Castro y exclamó, fuera de sí: '¡Me va a hablar de democracia el embajador de la mayor dictadura de Europa'. Entonces quitaron la imagen, pero no el sonido, y se escucharon innumerables insultos".
Franco, que a partir de 1944 estrechó sus relaciones con Estados Unidos, no cedió, sin embargo, a sus recomendaciones de cortar con La: Habana y unirse al bloqueo internacional para estrangular la revolución cubana. La resistencia del caudillo a participar en el sitio contra Castro y el mantenimiento de la línea aérea Iberia, pese a la expropiación forzosa de las propiedades de 3.151 españoles, fueron explicados por algunos historiadores como el resultado de una conveniencia política del régimen, no muy sobrado de amigos; de su trascendente y folclórico concepto de la hispanidad, y consecuencia también del recuerdo amargo de la derrota naval española frente a Estados Unidos en aguas cubanas (1897), que aparejó la pérdida de la perla de las Antillas y el finiquito del imperio colonial.
La peculiar convivencia entre los Gobiernos de Francisco Franco y de Fidel Castro, siempre agradecida por una revolución en permanente crisis con EE UU, prosiguió sin cismas ni abrazos hasta 1973, cuando el entonces ministro de Comercio, Nemesio Fernández Cuesta, fue recibido en La Habana por el barbudo asaltante del Moncada y quedaron normalizados los vínculos con el nombramientoo de embajadores. Un mayor comercio entre empresarios españoles y el Estado cubano acompañó la reconciliación política.
Llega la democracia
Con la instauración de un sistema democrático en España tras la muerte de Franco, en 1975, se incrementaron sustancialmente, los contactos oficiales y la entrada en la isla de subvenciones y créditos españoles. Felipe González, secretario del PSOE, viajó en junio de 1976 a Cuba, y repitió, como presidente del Gobierno, en 1986. Se cimentó así una amistad entre González y el líder cubano, progresivamente divergentes en el ámbito político, que ahora invocan quienes buscan recuperar la armonía perdida.
La visita del presidente Adolfo Suárez a la isla, en septiembre de 1979, píropeada generosamente desde el tendido cubano, fue seguida por una invitación oficial al comandante para viajar a Madrid. Paulatinamente, el entendimiento entre los Gobiernos alcanzó, a pesar de las radicales diferencias ideológicas y los conflictos pendientes, sus mejores momentos. España, paralelamente, incrementó las exportaciones y se convirtió también en el principal acreedor occidental.
El intento de secuestro en Madrid, en 1985, del viceministro cubano Manuel Sánchez Pérez -que pidió refugio en Espafta- por funcionarios de la Embajada cubana, las declaraciones de Castro sobre el V Centenario, los apremios españoles sobre la situación de los derechos humanos en Cuba, entre otras fricciones, enconaron regularmente las relaciones. El deterioro nunca llegó, sin embargo, al extremo conseguido por Lojendio en 1960, ni a la gravedad de la crisis de los refugiados, 31 años después.
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