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Destino: las islas británicas

Barajas se convierte en julio en un hervidero de niños viajeros a la conquista de la lengua inglesa

Es de madrugada y el aeropuerto de Madrid-Barajas es un hervidero de niños, maletas y familias que se despiden por primera vez de sus vástagos. Durante un mes largo, miles de escolares españoles habrán partido en vuelos nocturnos hacia diversos puntos de las islas británicas, porque estudiar inglés en el país de origen ya no es privilegio de clase. En sus mentes, por ahora, Dublín, Londres o Manchester son sólo imágenes de una familia desconocida, una comida y un intervalo veraniego a mitad de camino entre el tiempo de ocio y la disciplina.

Grupos de jóvenes estudiantes entre los 12 y los 20 años, procedentes de varios puntos de España, desbordaban el pasado jueves la capacidad de los controles de equipaje en Barajas. Sus familias, en bloque, desde: la abuela al recién nacido, apuraban los últimos minutos de distancia hasta la puerta de embarque con besos y recomendaciones. "Por favor, no se lleven los niños a la cafetería", se desgañitaba un empleado de la compañía aérea. El último refresco; el último bocadillo. A hurtadillas, dos amigas compraban tabaco para soltarse la melena en el soñado extranjero.Dos religiosas del colegio madrileño de la Sagrada Familia se habían colocado disimuladamente en las cercanías del control de equipajes nada más llegar al aeropuerto. Cuando abrieron, una hora después, estaban las primeras.

Sólo la compañía Iberia y sus filiales tiene previsto transportar hasta 13.000 escolares españoles con destino a distintas localidades de Gran Bretaña y de Irlanda entre el 29 de junio y la primera semana de agosto. No se han dispuesto vuelos especiales. Sí tarifas escolares, que suponen un 55% de descuento sobre el precio normal del billete. De esta tarifa se beneficia también un tutor por cada 10 estudiantes a su cargo.

Beca de estudios

En la cola, las jóvenes escolares interrogando a las más avezadas en el conocimiento de la lengua: "Señorita, se dice miss, ¿verdad?". La primera incógnita se despejó en el mismo aeropuerto. Un sobre cerrado desvelaba el nombre de la familia irlandesa que a cada uno le había tocado en suerte para compartir 30 días. ¿Como será Mrs Joyce?, ¿quienes son los Thompson?, se preguntaban entre ellos.En el aeropuerto se concentraban dos grupos de viajeros bien definidos. Uno de ellos estaba integrado por 20 chicas y cuatro chicos becados por el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Sus señas de identidad: clase media-baja y buenos estudiantes. El otro lo formaban hijos de funcionarios, industriales o profesionales inde pendientes que costeaban el viaje de estudios de su propio bolsillo, 170.000 pesetas mensuales por término medio.

Para todos ellos era el primer viaje para estudiar inglés.

"Lo que más miedo nos da son las comidas y los horarios", decía Sonia González, una madrileña que precisamente cumplía 17 años el día de la partida hacia Dublín. "¿Que te dan de desayunar qué?", insistía decepcionado Juan Martínez Bailarín, granadino de 12 años. Viajaba en otro grupo organizado en torno a una escuela de idiomas. "Pues eso, un café con tostada y cereales de ésos", le volvió a contestar su compañero Javier Izquierdo, de Mérida, que ya estuvo el año pasado.

Añoranza

A Javier, que se atiborra de cola-cao y magdalenas por las mañanas, la primera comida irlandesa le parece "flojucha y escasa". No digamos la del mediodía: un emparedado y un zumo. "Menos mal que en la cena nos dan carne con patatas y verdura", respiraba, y con él sus atónitos colegas. El engaña el apetito con los reconocidos dulces británicos y recomienda hacer lo mismo a los novatos.La aventura tiene su lado duro. "Ya lo creo, el primer día hasta lloras un poquito porque echas de menos a tu familia", reconocía Javier delante de los granadinos Juan y David. "Después todo va bien. Yo por lo menos aprendí a expresarme en inglés gracias al viaje del año pasado". No todos los reincidentes están de acuerdo en el grado de aprovechamiento del aprendizaje veraniego, pero la cuestión es "seguir intentándolo".

Susana Jiménez, de 15 años, admitía que en su notable de este año en inglés algo influyó el verano pasado en Dublín. Estaba algo más seria que sus dos hermanos gemelos, Nacho y Alejandro, de 13 años, que viajaban por primera vez. "Nos quedamos solos durante todo el mes de julio", comentaba entre tristeza y picardía el padre de familia. "He intentado mandar también a ésta, pero no ha querido", añadía con guasa, refiriéndose a su esposa.

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