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Tribuna:Italia 90ANÁLISIS
Tribuna
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El imponderable destino

Franz Beckenbauer, entrenador de fútbol de Alemania Occidental, tenía razón: la Copa del Mundo empezó con la segunda ronda.Los ocho partidos a una sola vuelta mejoraron en intensidad y dejaron a millones de aficionados a este juego, el más humano de los conocidos, reflexionando sobre cómo, después de todo, el destino es imponderable.

El equipo que dominaba un encuentro no siempre lo ganaba. Los numerosos aficionados que consideran el fútbol no sólo como un juego, sino también como una prueba de la resolución y el ingenio nacional se vieron obligados a enfrentarse, como a menudo ocurre en el fútbol, con las consecuencias inapelables de lo que a menudo parecía un destino debido al azar.

La segunda ronda no trajo, sin embargo, una conversión rápida al fútbol ofensivo desde el estilo defensivo de juego que había deslucido la primera parte. Los resultados tendieron a seguir siendo bajos en el número de goles, y las diferencias, cortas.

Pero a medida que avanzaban la mayoría de los encuentros en la segunda ronda, los equipos iban cobrando fuerzas como consecuencia de los arranques de orgullo nacional y del temor a su eliminación.

Aquí, en una cálida y soleada tarde veraniega, en el agradable estadio de tamaño medio pero moderno de, Verona (un buen complemento del gran circo romano, todavía hermoso después de 1.900 años, de este pequeña ciudad), España y Yugoslavia lucharon durante un primer tiempo de buen juego pero sin alterar el marcador. De haber sido la primera ronda, ambos equipos se hubieran contentado con un empate cero a cero y aminorada la velocidad del partido al mínimo posible.

Los mismo sucedió en la primera ronda en el partido entre holandeses e irlandeses. Teniendo cada uno un gol en su haber, se dedicaron a mantener un empate que garantizaba a ambos un lugar en la segunda ronda. Viéndolos jugar, un observador dijo que actuaban como si estuvieran contendiendo no por la Copa del Mundo, sino por el Premio Nobel de la Paz.

Pero España y Yugoslavia no contendieron por la paz, sino por la victoria, y a medida que el partido avanzaba progresaba también la intensidad del juego. Empatados al final de los 90 minutos reglamentarios, el partido se lo adjudicó Yugoslavia con un gol en el minuto 93 resultado del lanzamiento de un penalti terriblemente fuerte e inteligentemente colocado.

Curiosidad estratégica

Una apremio similar guió los partidos entre Alemania Occidental y los holandeses, y entre Inglaterra y Bélgica. El tormentoso encuentro Alemania-Holanda, posiblemente el mejor del torneo en la segunda ronda, enfrentó la eficiencia muscular de los alemanes a la gran habilidad técnica de los holandeses.

Una curiosidad estratégica contribuyó a la victoria por 2-1 de los alemanes occidentales. Con un jugador menos cada uno de los equipos a causa de unos castigos acaloradamente discutidos, los equipos de 10 hombres abrieron brechas en el campo y dieron oportunidades a los disciplinados alemanes.

Si la victoria siempre fuera para el agresor insistente y hábil, Bélgica hubiera batido a Inglaterra en Bolonia. Tal como sucedió, los belgas tuvieron una cierta mala suerte (el balón tocó dos veces en el poste, algo difícil de lograr si uno lo intenta a propósito), y los ingleses desarrollaron su juego tradicionalmente imperturbable: fuerte defensa con el veterano portero Peter Shilton, una sólida preparación, pocos pases y balón largo. Fue el balón largo el que hizo perder a Bélgica por 1-0. Si el partido hubiera terminado en el minuto 119, o sea, un minuto antes de que acabara el tiempo de prórroga, la decisión hubiera llegado tras el lanzamiento de penaltis, como sucedió cuando Irlanda batió a Rumania por 5-4 goles, todos ellos conseguidos en la tanda de penaltis.

Quizá no fue sólo mala suerte lo que acechó a Brasil y lo llevó a su dolorosa derrota por 1-0 frente a Argentina, en el deslumbrador estadio de alta tecnología de Turín. Jugando menos defensivamente de lo que lo había hecho en la primera ronda, Brasil dominó el partido pero no logró el éxito. Dio en el poste no dos veces, sino tres. Argentina tuvo una oportunidad, iniciada por Diego Maradona, y la aprovechó para marcar. Brasil, el equipo al que todo el mundo quería ver actuar, no se encuentra ya en la competición. Fue eliminado después de unos partidos emocionantes pero angustiosos.

Posiblemente el fútbol ha llegado a ser un juego demasiado duro para que los partidos puedan ganarse sólo con virtuosismo. Quizás el hecho de que solamente tres de los jugadores de Brasil en esta Copa del Mundo procedan de clubes brasileños signifique que el estilo característico de ese país ha sido engullido por el juego táctico de los clubes europeos. La mayoría de los jugadores brasileños se ven obligados, por razones financieras, a jugar fuera de su país.

Quizás la adulación de sus hinchas, de los que 20.000 vinieron a Italia, no es suficiente por sí sola para hacer que el fútbol brasileño siga jugando con el estilo que había llegado a encantar a todo el mundo. El cariño generalizado por el fútbol brasileño puede incluso haber sido un obstáculo porque puede haber suscitado expectativas imposibles de conseguir. En apariencia, no hay ningún motivo para que tales pensamientos obsesionen a los italianos cuando acaba la segunda ronda. Su equipo ha ganado todos los partidos. Ha sido el único al que no le han marcado ningún gol. Y está jugando en casa.

Su casa no es simplemente Italia, esa nación exuberantemente loca por el fútbol. Su casa es Roma, donde los colores verde, blanco y rojo de los italianos cuelgan de los balcones tanto de los pisos de los ricos como de los pobres; donde se deja de trabajar cuando empieza el fútbol, y donde después de una victoria italiana, las calles del centro de la ciudad se llenan hasta mucho después de la media noche de gente alegre portando banderas italianas y cantando en la templada noche romana bajo la luna nueva.

Estadio Olímpico

Su casa es en particular y muy especialmente el estadio Olímpico, reconstruido sobre el edificado después de la II Guerra Mundial, que a su vez fue levantado sobre el estadio de relumbrón de falso estilo imperio de Mussolini.

No hay nada imitativo en el nuevo, excepto que en su solidez y estilo refleja la ingeniería positivamente competente y funcionalmente bella de sus antiguos antecesores. Oír el clamor de la multitud formada por 70.000 personas o más cuando los Azzuri de camisa azul llegan al campo, ver el mar de ondeantes banderas italianas, experimentar la intensidad de la expectación y el ruido total cuando el equipo italiano busca un disparo a gol, es sentir en los oídos, los dientes y los huesos que a finales del siglo XX el nacionalismo no está muerto.

Pero es también, al menos en Italia, el carácter más palpablemente benigno, la alegría del país sin la cólera de esos gamberros ingleses que desacreditan a su patria dando rienda suelta a sus frustraciones en suelo extranjero. Sin embargo, la alegría y la amabilidad de la mayor parte de los aficionados ingleses dentro de los estadios añaden mucho a la atmósfera de los partidos.

Los hinchas de otras dos naciones han mostrado también esta cualidad: los irlandeses, que son muy queridos por su buen humor, y los brasileños.

Por dos veces en una década hemos visto ciudades de luto cuando los brasileños tuvieron que dejar prematuramente el torneo, y ahora este año en Turín, porque los brasileños, aunque ruidosos y alborotadores, revelan a sus huéspedes un nuevo planteamiento de la alegría y del placer de vivir que hace que la vida parezca más aburrida después que ellos se van.

ex secretario de Estado de EE UU, es vicepresidente del comité organizador del Mundial 94, en Estados Unidos, y Anthony Day es responsable deportivo de Los Angeles Times.

Copyright EL PAÍS / Los Angeles Times Sindicate.

Traducción: M. C. Ruiz de Elvira.

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