Salinas de Gortari rompe el protocolo y recibe al Papa
El segundo viaje de Juan Pablo II a México se inició ayer con una nueva muestra de deshielo en las relaciones entre Iglesia y Estado en un país que no reconoce, al menos sobre el papel, al Estado Vaticano. El presidente, Carlos Salinas de Gortari, rompiendo el protocolo, acudió a dar su bienvenida al pontífice al aeropuerto de la capital.
El presidente, al romper el protocolo mexicano, que no permite al máximo dirigente de la nación recibir en el aeropuerto a otro jefe de Estado, se sumó así a la auténtica locura de masas que vive este país desde que ayer a las dos de la tarde -diez de la noche, hora española- hiciera su llegada Juan Pablo II. En la madrugada de ayer, en Ciudad de México alrededor de 4,5 millones de personas se habían congregado en torno al itinerario papal, desde el aeropuerto hasta la basílica de Guadalupe, a pesar de la lluvia intermitente.Todos estos signos no dejan de ser paradójicos en un país que constitucionalmente prohibe a los sacerdotes que no son mexicanos oficiar misas. Por si esto fuera poco, el artículo 24 de la Constitución advierte que todo acto religioso de culto público debe celebrarse dentro de los templos. Ello, sumado al gesto presidencial de ayer, permite afirmar que la semana que hoy se inicia será decisiva para el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre México y la Santa Sede.
La religiosidad popular existente no escapa a ningún partido político. El Partido Revolucionario Institucional, en el poder, se ha volcado en esta visita y ha puesto todos los medios a su alcance para que el viaje iniciado ayer por el pontífice sea un éxito completo. La izquierda, alineada en torno al Partido Revolucionario Democrático, tampoco ha querido desaprovechar la ocasión. Así, los cristianos pertenecientes a esta opción, tras dar la bienvenida al Papa , le han solicitado que no se deje deslumbrar por el México que verá y que responde, a su juicio, escasamente al país centroamericano, con alrededor de un 40%, de la población en situación de pobreza, lo que, a juicio de la izquierda, Juan Pablo II no debe dejar pasar inadvertido.
Para apoyar estas críticas se citan los millones de pesos que el Gobierno ha invertido en acondicionar las localidades que Juan Pablo II recorrerá. El entusiasmo popular y gubernamental se completa con el comercial. Los vendedores han hecho su agosto, y una camiseta con la imagen del Papa cuesta el sueldo semanal de un obrero.
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