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Capitulaciones marxistas

A José Villa, en la comisaríaEmpleo el término capitulaciones en este artículo del género candoroso no necesariamente en su acepción de tratamientos por derrota, sino en un sentido estrictamente canónico. Al marxismo, en estos días que vuelan si no corren, se le ha terminado el noviazgo y el amancebamiento heroicamente alborotado con la realidad. Ahora entra, quiera o no quiera, por la fuerza o la inercia de la verdad efectiva de las cosas, que dijo Maquiavelo, en situación de desposorios. Tiene edad para cumplirlos y tradición familiar, con herencias y disputas entre las diversas ramas, que le hacen llegar a ellos con los debidos miramientos. Se suelen celebrar las bodas populares en domingo. Y el marxismo, desde san Max Stirner, siempre ha tenido una propensión dominical. "Si el comunista ve en ti al hombre, al hermano, se debe esto al costado dominical del comunismo. En días laborables no ve en ti al hombre, sino al trabajador". Estas arras tudescas son de 1845.

No se lleva el desgarro. Melina Mercouri se desmelenaba en otros tiempos para decirnos que en domingo nunca, y Juliette Greco, musa pegada entonces quevedescamente a una nariz, nos advirtió cantando una letra de Mauriac (otra escribió para la cantante ennegrecida por el vestuario Raymond Aron, el espectador de su tiempo), de su odio por los domingos. Durante los años ochenta se ha jugado en demasía con lo lúdico en una dirección, por cierto, muy distinta de la que enfilaba en los treinta el holandés J. Huizinga, con su Homo ludens, libro de cabecera del Ortega nuestro de cada día. Aquella ludicidad fue elitista, la del libro; el ludismo que se ha practicado hasta ayer mismo se repartía subvencionadamente en centros culturales para barriadas y en discursos de ministros. Fueron un poco Iodos, y de ellos vienen los actuales polvos.

Los intelectuales, a quienes se consideraba en el partido como de poquísimo fiar (salvo, pongamos caso, en Francia, Louis Aragon y Henri Barbuse), dieron el síntoma. Jean-Paul Sartre se desaforó mientras impartía, con resignación entusiasta, La causa del pueblo a los hijos de una burguesía de cuentas asentadas y gastos itinerantes; lo advirtió bisojamente: la libertad reside en un tout pétite décalage. (Ese mismo minúsculo espacio es el que hoy describe, sin reclamarlo enfáticamente, Aranguren como sitio de la moral española.) Jorge Semprún pasó, como por desencanto, de El largo viaje, tragedia romántica y concreta, a La algarabía, que es casi, según afirman sus lectoras más fieles, una cochinada. Pero en su ínterin hubo una Autobiografía de Federico Sánchez, que constituye la clave hermenéutica, familiar, del tránsito. No se trata, repito, de que se haya pasado del día laborioso al de descanso; antes por el contrario, los casorios dan más de un quebradero de cabeza: que si dotes, que si alfileres, que si estos invitados sí y los otros no, que si... el joven Marx y la cesura con el maduro. ¡Cuánta y tanta incumbencia!

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Resultado terrible: que sigue habiendo proletariado, pero no quedan proletarios. (Constantino Kavafis, a su modo y manera, ya dijo un poco antes que bárbaros tampoco quedaban.) Esto es, que los proletarios siguen siendo los mismos e idénticos sus males: "Esta putrefacción pasiva de los estratos ínfimos de la sociedad", meditaba en obligado silencio Ivan Denisovich. La exaltación comunista del trabajo está ahora un punto emparentada con el lema de ciertos campos de exterminio nazis: "El trabajo os hace libres". Mas no hay por qué desilusionarse de la teoría marxiana. Las condiciones de la producción son la causa de las alienaciones; ninguna alienación más grave que la que soporta una implacable propiedad. El caso es que en el comunismo realizado la propiedad más gravosamente privada que ha podido imaginarse nunca es la del propio Estado comunista burocrático. Formalmente, sigue Marx impecable. El problema consiste en las barricadas que propone. ¿Quién las dispone, quién las ha sufrido? Hoy, más que antaño, estremece ver La huelga (1924-1925), de Elsenstein; el estremecimiento que nos causa es el de su insuperable belleza plástica y moral. Sus imágenes mudas y elocuentes nos recuerdan a Walter Pater, que, a propósito del Giorgione, señaló que la primer raya del alba y ciertas livideces del cielo son hechos morales; y más aún a Carlos Levi, para quien cierto mal no es moral, "sino un dolor terrestre que está en las cosas para siempre". La revuelta de los mendigos, en la película del ruso, que colaboran con la policía es la fuente que inspira a Bartolt Brecht generosamente para su Ópera de cuatro cuartos (1928). Todo es un adelanto, en más que algunos tramos, de lo que aún no ha terminado de ocurrir; por ejemplo, en Rumanía.

Queda bastante por andar; juntos unos con otros, pero bien distinguidos. Los apresuramientos en los diálogos entre marxistas y cristianos (¡y lo escribí entonces, y ni a unos ni a otros les gustó nada, pero que nada, nada!) han conducido a Ratzinger por un lado a endosar inquisiciones, y a muchos otros, a confundir la teología con la catequesis. Insisto ahora en términos más llevaderos: toda mescolanza es asunto de mala educación que nada tiene que ver con la colaboración, la cooperación, el diálogo y demás aparejos de viaje.

OrweIl marró sólo un año. En 1985, Gorbachov se hizo con el poder. No es extraño que un novelista como John Le Carré haya sido uno de los primeros en diagnosticar con acierto el fenómeno en su novela-reportaje La casa Rusia. Mas Por qué gritan tanto algunos viejos? Ya dijo Marx en los Manuscritos del 44 que "el comunismo no es en cuanto tal la meta del desarrollo humano, la forma de la sociedad humana". Claro que en el mismo párrafo, pocas líneas antes, también decía: "El comunismo es la forma necesaria y el principio dinámico del futuro próximo". Luego tenemos ese futuro a las espaldas. No podía ser más; no debía ser menos. Todo lo que ahora nos sucede es finisecular, llega tras la vendimia. A guisa de penitencia, citaremos a Stefan George, un poeta al que Luckács reprochó involucionismo: "Y tú persigue el vuelo de los cis nes". ¿O quedará más propio incorporarnos los versos recentísimos de un poeta italiano: "De joven llora con los ojos; / de viejo, convertido en ventrílocuo, / llora con las vísceras..."?

Durante el ultimo congreso comunista italiano, el de Bolonia, se ha tratado de menear el péndulo de Aquiles y de encontrar el nombre de la cosa; así ha ironizado cierta Prensa italiana. A Aldo Busi, autor de Sodomía en el cuerpo, le ha absuelto de la acusación de escándalo público un tribunal precisamente en Trento. Pero no todo son desolaciones. Lola Furana, la festhe Lola negra de los años sesenta -que la de los treinta fue rubia, se llamaba Marlene y era gordezuela, aunque adelgazó luego bajo presiones de Von Sternberg y tenía una pianola-, se ha convertido al catolicismo Y se hace monja. No vestirá las tocas blancas que, por contraste con su piel de ébano, aumentarían su belleza, sino un hábito azul oscuro que castigue la potencial lujuria de su piel. ¡Ah, sí somos ventrílocuos!, lloramos con las vísceras, con la de nuestra madre por memoria, con las de los cadáveres que seremos por descomposición del microcosmos que es el hombre.

Jesús Aguirre es duque de Alba.

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