La lucha de Bernhard Haring con el Santo Oficio
Actas del proceso al que fue sometido durante ocho años el maestro de la teología moral católica e inspirador del Concilio Vaticano II.
A sus 77 años, con siete operaciones de garganta a causa de un cáncer, el padre redentorista alemán Bernhard Haring, considerado el maestro de los teólogos de moral de la Iglesia católica y autor de obras fundamentales, como La ley de Cristo, ha decidido contar lo que él llama su "dolorosa experiencia" con el ex Santo Oficio, publicando las actas del proceso al que fue sometido durante ocho años. Bernhard Haring narra su enfrentamiento con el ex Santo Oficio a través del libro entrevista Fe, historia, moral, recopilado por Gianni Licheri, que la editorial Borla de Roma publicará el próximo miércoles y cuyo contenido adelanta en exclusiva.
JUAN ARIAS, La decisión de Haring no dejará de crear un gran impacto dentro y fuera del mundo católico por su singularidad. Se trata de un experto de teología moral -fue una de las columnas del Concilio Vaticano II-, que se califica a sí mismo de "moderado", estimado por los papas Juan XXIII y Pablo VI, que habían elogiado sus obras, sostenido siempre por los superiores de su congregación religiosa, y que, al mismo tiempo, ha tenido que sufrir durante ocho años "los ataques y humillaciones" de los jefes de la Inquisición teológica de Roma y de la Congregación para la Enseñanza Católica, teólogos a los que llega a calificar de "terroristas" de la fe.
"He reflexionado mucho", dice, "antes de decidirme a revelar cosas mantenidas hasta ahora absolutamente secretas por decisión personal y que me afectan en lo más íntimo. No temía sólo a que las consecuencias podrían amargar mis últimos meses o años de vida, sino, más bien, al desconcierto que podría crear ante los creyentes. Al final me he convencido de la necesidad de provocar un cierto escándalo, que espero pueda contribuir positivamente a sanear una situación que se ha hecho patológica".
El anciano y famoso teólogo vive retirado en su antiguo convento de Gars, donde hace 50 años comenzó su aventura religiosa en la,Congregación de los Redentoristas. Haring ha impartido durante 30 años teología moral en la Academia Alfonsiana de Roma por él fundada y saltó a la fárriaal conocerse una carta suya de protesta enviada por él al papa Vojtyla.
Haring criticaba duramente al teólogo personal de Juan Pablo II, Carlo Cafarra, de Comunión y Liberación, por sus intransigencias en materia de teología moral, y pedía que se hiciese una consulta mundial interna, a todos los niveles de la Iglesia, para conocer cuántos católicos, fieles, profesores de Teología, confesores y obispos consideran que el uso de anticonceptivos es pecado.
Ahora Haring explica que aquella carta fue cursada al Papa para evitar el famoso Manifiesto de Colonia, que sus compañeros teólogos estaban preparando.
que con una respuesta del Papa hubiese podido disuadirles de enviar ellos la suya. Pero pasadas siete semanas sin respuesta y convencido de que también dicha carta habría ido a parar a la papelera (desde hace 20 años no he vuelto a ser recibido en una audiencia papal por la hostilidad de la Curia), me sentí descorazonado. Me llegó al final una respuesta firmada por el asesor de la Secretaría de Estado en nombre del Papa, muy gentil, y que sugería la esperanza de abrir un auténtico diálogo".
Pero mientras tanto, el llamado Manifiesto de Colonia se redactó y se difundió. "Se trata de un documento que intenta empujar a los obispos a que tomen iniciativas concretas frente a su silencio ante tantas decisiones opinables de Roma.
Haring, en el ocaso de su vida, tras haber impartido clases en las mejores universidades católicas y protestantes del mundo, consultor de papas, de episcopados y centros médicos católicos, catedrático eximio y pastor incansable, hombre de altísima espiritualidad, a quien Pablo VI, después del concilio, invitó a predicarle a él y a toda la Curia unos ejercicios espirituales, diciéndole: "Háblenos con claridad y sin temor", lo ha contado todo.
El teólogo redentorista cuenta que el Santo Oficio le enviaba ,,espías" que le seguían secretamente por todo el mundo para escuchar sus conferencias y lecciones. Ironiza acerca de la "inexperiencia teológica" de sus acusadores, "que ni siquiera leían mis libros enteros, y nunca en su versión original". Ridiculiza el hecho de que dichos acusadores y jueces eran siempre anónimos. "Me dijeron que se trataba", afirma, "de dos 'grandes expertos', sin nombre".
La tesis fundamental de Haring durante toda su vida, antes y después del concilio, ha sido que en materia de moral prevalece siempre la conciencia sobre la ley. Esta tesis, defendida en el concilio y más tarde por la Iglesia gracias al Vaticano II, ha abierto caminos nuevos en el conocimiento de la sexualidad como "dialogo de amor" entre las personas humanas, y no como simple instrumento de la procreación. Y nunca estuvo de acuerdo con el viejo y clásico concepto de que "todo acto sexual debe estar abierto a la procreación".
Sus escritos sobre la masturbación en una revista tan poco progresista como Familia Cristiana, escandalizaron a la Curia al haber roto los viejos tabúes de la moral "casuística".
Se enfrentó con la vieja moral que prohibía la inseminación artificial, el cambio de sexo y condenaba la homosexualidad como algo pecaminoso. Fue siempre abierto a conceder los sacramentos a quienes tras divorciarse habían vuelto a contraer matrimonio civil y, sobre todo, no aceptó nunca el principio católico de condena de los métodos anticonceptivos que no sean abortivos, defendiendo la "paternidad responsable". Pero todo ello en una línea que los teólogos progresistas, sobre todo holandeses y norteamericanos, consideraban incluso excesivamente "rnoderada".
Sin embargo, el Santo Oficio le persiguió siempre. En febrero de 1979, a pesar de haber dicho que prefería encontrarse frente a un tribunal de Hitler que tener que presentarse otra vez en el palacio del Santo Oficio, Roma volvió a la carga. "Después de haber sufrido tres operaciones en la garganta para erradicar un cáncer, la última de las cuales parecía preanunciar mi muerte, vino a visitarme a casa, en nombre del cardenal, monseñor Bovone, subsecretario de la congregación, trayéndome los saludos del purpurado y sus excusas por no haber venido él personalmente. Me invitó a presentarme de nuevo ante el ex Santo Oficio para un encuentro amistoso. Una invitación que rechacé porque me sentía sin fuerzas y porque había crecido en mí una especie de alergia hacia aquel palacio. Pero después, reflexionando sobre el método de la no violencia, acabé por aceptar el coloquio".
El encuentro tuvo lugar el 27 de febrero. "Se me pedía una declaración servil de que en el futuro me abstendría de cualquier tipo de crítica de los documentos de la congregación, cosa a la que me negué rotundamente". Durante el encuentro, los dos colaboradores del cardenal, el arzobispo Jerome Hamer, secretano, y monseñor Bovone, le dijeron de forma rotunda que era imposible para un teólogo disentir de lo que ellos enseñaban.
"Extenuado e indignado", afirma Haring, "contesté que, gracias a Dios, nunca había caído en la tentación de confundir a la Iglesia con la Congregación para la Fe, ya que de lo contrario no hubiese podido permanecer ni un instante en ella, y les invité a que pensasen con seriedad cuántas sombras había acumulado la Inquisición sobre aquel,palacio, a lo que el arzobispo Hamer respondió que él no sentía ninguna vergüenza de ese pasado".Y concluye Haring: "Salí de allí tras dos horas de interrogatorio y sermones, con la impresión de ser un muchacho ante sus preceptores. Me sentía sin fuerzas y con náuseas, con la cabeza que me explotaba, pero íntimamente feliz y agradecido a Dios, que me había ayudado a no doblegarme a ningún acto de servilismo". El encuentro se había producido tras la publicación de su obra Libres yfÍeles en Cristo, y se concluyó con una amonestación escrita en la que se le exigía que cortase con cualquier tipo de disenso público con la congregación. "Después", afirma Haring con serenidad, "me dejaron en paz, quizá porque la nueva recrudescencia del cáncer anunciaba la casi certidumbre de mi muerte inminente".
Pero la fibra risica del teólogo fue más fuerte que sus metástasis y siguió en la brecha, defendiendo a otros teólogos frente a las acusaciones del ex Santo Oficio. Así lo hizo con el fundador de la teología de la liberación, el padre peruano Gustavo Gutiérrez.
"Estuvo conmigo en Roma el día antes de su primer encuentro con el cardenal Ratzinger", dice. "Rezamos juntos y revisamos la carta-documento de acusación y un estudio de la facultad Teológica Ecuménica de Berkeley. Era un documento increíble de la Congregación para la Doctrina de la Fe que manifestaba o una maldad diabólica o una increíble y arrogante superficialidad. Se trataba de un collage de frases desligadas del contexto del trabajo de Gutiérrez, para acusarle de marxismo y herejía. Gutiérrez era entonces un hombre humilde, Heno de celo religioso y muy probado en su fisico a causa de toda una serie de enfermedades. Yo pude ser para él aquel día un mé dico herido, cargado, igual que él, de una experiencia de dolor espiritual y física que le sirvió de alivio", explica Haring.
Haring volvió a declarar el 8 de marzo de 1986, para acompañar, esta vez, a otro teólogo, moralista como él y acusado también de ir contra el magisterio de la Iglesia. Se trataba del famoso jesuita norteamericano Charles Curran, alumno y amigo personal suyo. Según Haring, la primera acusación contra Curran tuvo lugar en 1979, cuando se le descubrió el cáncer. "Desde entonces fui para Curran un punto de apoyo y de salvaguardia para su serenidad interior".
A Curran le acusaron, según Haring, de no estar en sintonía con el magisterio católico en cuestiones como el divorcio, la homosexualidad, la masturbación, las relaciones prematrimoniales, etcétera. "Una acusación", subraya, "absurda e injusta en el plano humano y pastoral". Lo único que había hecho Curran era avanzar para cada uno de esos problemas soluciones más difuminadas y, pastoralmente, más cercanas a la realidad de la gente de hoy. Se trata de la llamada 'flexibilidad' de ciertas normas de moral remota".
Haring, haciendo de tripas corazón, aceptó acompañarlo aquella mañana a su encuentro con Ratzinger: "Lo hice por él, a pesar de que se trataba para mí de una decisión humanamente mortificadora ya que había decidido desde hacía tiempo no volver a poner el pie en aquel palacio".
"Nos acompañó hasta la antecámara de Ratzinger el decano de la facultad de Teología de los dominicos, junto con George Higins, el sacerdote más famoso de Estados Unidos, secretario de la Conferencia Episcopal Norteamericana, periodista y catedrático. En espera del cardenal, nos pusimos a rezar expresando cada uno pensamientos espontáneos. Una de aquellas oraciones fue: 'Señor, ayúdanos a buscar no tanto nuestra victoria personal, sino la de la Iglesia'. En aquel momento llegó Rctzinger, a quien rogamos se uniera a nuestra plegaria".
Haring no dice si se sumó a ellos.
Sí explica que fue él quien empezó a hablar frente al cardenal, el secretario de la congregación, monseñor Bovone, y el notario que redactaba las actas. Sus primeras palabras fueron éstas: "¿Quién está en desacuerdo con la doctrina de la Iglesia, la Congregación del ex Santo Oficio o Curran? Porque la historia enseña inequívocamente que en cuestiones no secundarias, ya sean bíblicas o dogmáticas, el Santo Oficio y la Inquisición se han revelado siempre en desacuerdo profundo con los fieles y la mayoría de los teólogos. Y añadí en seguida dos ejemplos. Pero Ratzinger me interrumpió diciendo: 'Sepa usted que la decisión sobre el caso ha sido ya tomada y no podrá cambiarla este encuentro". Haring respondió con entereza: "Si es así, renunciamos al diálogo ya que no existe voluntad de descubrir la verdad".
El diálogo, sin embargo, continuó. Haring pidió un compromiso. Curran se comprometía a renunciar a la enseñanza de ética sexual y a dar un seminario. El cardenal Ratzinger les aseguró que había presentado la petición al pleno de la congregación. "Todo acabó en un clima muy cordial", explica Haring, "pero meses después llegó la sentencia: prohibición absoluta de enseñar como teólogo católico en ningún instituto controlado por la Iglesia".
Haring da a entender que quienes se ponen de parte de los acusados por el ex Santo Oficio, aunque sean cardenales, acaban pagándolo caro. Así ocurrió, según cuenta, con los cardenales brasileños que apoyaron a Leonardo Boff. A la ciudad de Sáo Paulo en Brasil llegó de pronto como visitador apostólico el difunto cardenal Hoeffner, arzobispo de Colonia. "Sin saludar previamente al cardenal Arris, arzobispo de la diócesis y defensor de Boff, y sin advertirle de su llegada, acudió al seminario y destituyó al rector. Pero Arris impidió la destitución.
El anciano teólogo redentorista aborda en el libro el delicado tema de este pontificado tras hacer un sincero elogio del mismo por "recorrer los caminos de la paz y favorecer la afirmación de una cultura no violenta". Pero le preocupa la relación del papa Wojtyla con los teólogos moralistas.
La situación, dice, es compleja y no se presta a juicios precipitados; pero Wojtyla sabe lo difícil que es nuestro camino de mediadores de la doctrina oficial frente a las nuevas generaciones y las nuevas culturas. "No sé si aprecia lo suficiente nuestro esfuerzo como mediadores del pensamiento moral entre las convicciones del hombre moderno y el servicio al magisterio de la Iglesia".
Y Haring, que mantiene diferencias doctrinales con algunos consejeros de Juan Pablo II sobre problemas morales, recuerda significativamente que, por ejemplo, Pío IX, "un hombre abierto, fue infeliz a la hora de escoger a sus consejeros, incapaces de estar a la altura que sus puestos requerían". De Pío X dice que "era un santo pero carecía de una preparación teológica suficiente paea comprender a los teólogos que deseaban abrir un diálogo fecundo con el mundo moderno".
¿Y con el papa Wojtyla? Haring explica que la moral sigue siendo actualmente la última de las disciplinas teológicas capaz de orientarse hacia una búsqueda de la modernización, de profundizar en la renovación bíblica y que, "consideradas las estructuras y los vínculos de la Iglesia romana", es normal que viva grandes tensiones.
Haring cree, sin embargo, que sería falso atribuir la culpa al papa Wojtyla, que, a pesar de haberse formado con los viejos manuales de moral, posee sin embargo una buena sensibilidad hacia la ética de los valores. Los temores de Haring por el Papa Wejtyla proceden de que "su altísima consideración por la castidad pueda ser burdamente explotada por moralistas obsesivos y alarmistas que carecen de auténtica experiencia pastoral y son incapaces de entender los desastres provocados en lo que se refiere al sexto mandamiento, por la obsesión de los moralistas y confesores".
"He sido testigo ocular de neurosis, excesos de escrúpulos y angustias varias, como la explosión de crisis contra cualquier tipo de autoridad que provocan a .veces un desprecio patológico hacia todo lo que llega del Vaticano sobre cuestiones sexuales. Se desearía un Papa y una Congregación para la Doctrina de la Fe capaces de desarrollar un discurso terapéutico, respetuoso, profundamente consciente de las heridas provocadas en el remoto y reciente pasado. Esperemos que el Espíritu ilumine al Papa y lo guíe en este terreno dificil si no minado".
Según el redentorista, existe en una parte de la Curia Romana "una tendencia a un control casi patológico de todo. Las congregaciones religiosas de todo el mundo son muestra de ello y podrían ofrecernos una documentación tremendamente elocuente al respecto".
Y explica cuáles son, a su parecer, las causas del actual "recrudecimiento del centralismo" durante este pontificado: "Una parte de la Curia no ha sabido asimilar el espíritu del concilio y ha acogido en su estructura a personas de su misma mentalidad que se sienten a disgusto frente al diálogo ecuménico, hacia la apertura a la pluralidad de culturas, hacia las religiones no cristianas".
Haring acaba confesando que nunca ha podido encontrarse personalemnte con el papa Wejtyla. La segunda recaída del cáncer, que parecía decisiva para su vida, coincidió con la elección de Karol Wojtyla. "El Papa se interesó benévolamente por mi salud, y me aseguró que me tuvo presente en sus oraciones pero durante el largo período de mi convalecencia no me atreví nunca a pedirle una audiencia, porque en los momentos de conmoción mi nueva voz [de esófago] se quebraba. Por otra parte, nunca di importancia a mi persona, sobre todo frente a tantas y tan pesadas fatigas del Papa", concluye Haring.
En los archivos vaticanos no ha sido posible a este corresponsal encontrar una sola foto del famoso teólogo. "Para poder buscarla tiene que decirnos la fecha de la última audiencia de Haring con el Papa", se nos explicó.
Pero ocurre que esa audiencia nunca pudo celebrarse en los últimos 20 años.
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