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Por el amor de unas ballenas

Los norteamericanos siguen minuto a minuto la aventura de los cetáceos atrapados en los hielos de Alaska

Francisco G. Basterra

Estados Unidos se desayuna y se acuesta desde hace más de 15 días con los ronquidos de tres ballenas, Putu, Siku y Kanik, atrapadas en los hielos de Alaska, que han desplazado la campaña presidencial de Bush y Dukakis a un segundo plano. El rescate de los mamíferos -el más joven, Kanik, ha muerto víctima de una pulmonía y de su mayor debilidad-, seguido con minuciosidad por la televisión, se ha convertido en una operación militar, con gigantescos aviones C-5 Galaxy, helicópteros de todas clases y, desde ayer, internacional, con la llegada de dos rompehielos soviéticos.

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Un circo de sentimientos retransmitido desde Alaska

Les faltan menos de cinco kilómetros para llegar a un mar, con hielos intermitz-ntes, que les permitirá, sin embargo, viajar hacia el Sur. Pero se hallaban ayer frente a una minicordillera de hielo de 12 metros de altura. La exagerada atención a estos tres animales, en un país en el que los humanos se rnueren de abandono en la Quinta Avenida de Nueva York o frente a la Casa Blanca, ha provocado críticas de sociólogos y científicos que se quejan de que ese esfuerzo, artificial, no se hace con otras especies en peligro.Pero la ballenomanía es más fuerte y sopla con fuerza sobre una nación qUe ha hecho de la exageración tina virtud. Es la aventura seguida en directo desde la inmensidad helada azul de la punta más norteña de Estados Unidos, doncie se toca con la URSS.

El hecho ha puesto en el mapa a la localidad de Barrow, un pueblo de 3.075 habitantes, en su mayoría esquimales inupiat, a 1. 120 kilómetros al norte de Anchorage. Una vez más, la televisión es la realidad. Los sociólogos dicen que los mamíferos atrapados se han convertido en los animales domésticos de todo el país. Los niños, en las escuelas, siguen metro a metro el avance de las ballenas a las que les sorprendió la capa de hielo, prematuramente este año, cuando bajaban, en su migración anual, a las aguas más cálidas del sur de California y México. Y luego lloran su suerte por la noche.

Más de 125 millones

Ronald Reagan, cuyos recortes sociales han elevado el número de pobres a la cota histórica de 35 millones, llama a los esquimales, que, por 15 dólares la hora, se afanan en cortar el hielo para que respiren estas ballenas grises, y les dice que "nuestros corazones y nuestras plegarlas están con vosotros". Y no parpadea ante una operación que ya ha costado un millón de dólares (alrededor de 125 millones de pesetas). Es para él el triunfo del buen corazón norteamericano, aliado con la iniciativa privada y unas dosis, las mínimas para no estropear el cuadro del libre mercado, de ayuda estatal.Dos jóvenes empresarios emprendedores de Minnesota, la clase heroica del reaganismo, se han pagado el viaje hasta Barrow para aplicar unas máquinas de deshielo a las piscinas naturales a las que, cada pocos minutos, salen las ballenas para respirar. No es fácil mantener esos pequeños pozos abiertos en un lugar en el que se hiela el aliento gracias a temperaturas de 30 grados bajo cero.

La tecnología del país más avanzado de la tierra no ha conseguido todavía vencer a la naturaleza, que se congela demasiado rápidamente. Un gigantesco helicóptero lanza de cuando en cuando un pilón de cemento de cinco toneladas contra la capa de hielo, que este año se hizo firme tres semanas antes de tiempo. Soltándolo a sólo dos metros de altu ra para controlarlo, abre un agujero para que respiren los mamíferos al tercer o cuarto golpe.

Un Hovercraft rompehielos no ha podido acercarse al lugar a pesar de que ha sido arrastrado por helicópteros. Entonces se decidió solicitar la ayuda de los soviéticos, que están por delante en tecnología de rompehielos. Pero ha sido el esfuerzo humano el más efectivo.

Los esquimales cortando con sierras mecánicas círculos en el hielo cada 50 metros, que sirven para que las ballenas salgan a respirar. Desde que fueron descubiertas han avanzado unos cuatro kilómetros, bajo la continua atención de veterinarios y biólogos que informan de su estado de salud con más detalle que los médicos japoneses del agonizante emperador Hirohito.

Cuando un esquimai cazador de otro tipo de ballenas llamado Roy Ahgmaogak se encontró con las tres atrapadas en un pequeño agujero helado, hubo gente en Barrow que abogó porque fueran cazadas y su carne congelada. Pero tuvieron suerte porque los esquimales aprecian más la carne de otra clase de ballenas y Ahgmaogak llamó a los biólogos.

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