_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Puede intitucionalizarse la 'glasnost'?

El único e innegable logro alcanzado por Gorbachov en sus tres años de gobierno, es la politización de la URSS hasta un grado sin precedentes desde la revolución bolchevique. Ni las severas críticas a la marcha de la economía, ni las acerbas declaraciones oficiales sobre la forma obsoleta y burocrática de ejercer la autoridad política, han sido suficientes para promover cambios institucionales. Tampoco un cambio institucional de largo alcance parece compatible con la preservada identidad del régimen. Sin embargo, hasta ahora, Gorbachov ha demostrado ser un consecuente protector de la glasnost, una política con doble significado. Por un lado, el término expresa la creciente determinación de los centros de poder en divulgar y someter a la crítica popular datos y acontecimientos "comprometedores para la dignidad del Estado soviético", que, en el pasado, se ocultaban o suprimían. Por el otro, glasnost es equivalente a una creciente tolerancia hacia una opinión pública cuya existencia siempre se había inferido, pero que nunca se había comprobado. Después de las multitudinarias manifestaciones de Eriván, donde se combinaba la determinación de airear sentimientos con la convicción firme de un llamado a la glasnost, no hay necesidad de demostrar que existe una opinión alternativa a la política de la Unión Soviética, muy distante de las posturas oficiales, fluidas y cambiantes, una opinión realmente pública y además totalmente pluralista. Por otra parte, la opinión alternativa ha encontrado una forma de expresión que sustituye al samizdat y es su continuación: las cartas de los lectores que se publican en casi toda la URSS.Sería erróneo considerar un acto de generosidad política la tolerancia y el estímulo de Gorbachov y su equipo a este ingobernable y nada ortodoxo flujo de opinión disidente: los propios dirigentes necesitan glasnost porque aquél pertenece a las irracionalidades más profundas del sistema creado por Stalin, completamente opaco en ambos sentidos. Cuando quieren desentrañar lo que en realidad sucede con la economía, o cómo pensaría la gente de una nueva política que quisieran introducir, los dirigentes caminan a tientas en la oscuridad al igual que lo hacen las proverbiales masas trabajadoras en todos los hechos que afectan a sus vidas. Además, se ha podido ver en la lucha cada vez más intensa entre Gorbachov y Ligachov, entre los reformadores y los duros, que de tiempo en tiempo el nuevo equipo tiene que "huir hacia la glasnost", filtrando sistemáticamente, a través de la Prensa de Occidente, información confidencial en lo referente a opinión sobre temas nacionales, para así protegerse de las conjuras, que obviamente se traman en secreto, para derrocar a Gorbachov.

Pero ¿puede institucionalizarse la glasnost? Éste es el problema crucial de una posible futura democracia en la URSS. Debido al incentivo que Gorbachov y su equipo dieron a la repolitización ha surgido una serie de factores que resultan incompatibles con el legado de Stalin y con el sistema político actual. Ha aparecido una variedad de actores políticos independientes que están en continuo conflicto con la burocracia oficial, él principal enemigo de Gorbachov, y en ocasiones incluso con Gorbachov. A veces, además, sus propósitos son opuestos y chocan unos con otros.

Agitación contra el Estado

La mayoría de las opiniones públicamente expresadas por estos actores desafía y corroe el poder de uno de los principales legados de Stalin: el sistema legal soviético con su estricta prohibición de "agitación contra el Estado". Surgen entonces conflictos aparentemente insolubles en el aparato del partido donde ambos bandos apelan a sus seguidores fuera de la cúpula directriz y fuera del partido: esto último constituye una flagrante violación del código bolchevique. Las nacionalidades parecen querer, cada vez más, saldar las cuentas entre sí e incluso con el sistema federativo y, si bien esto no contradice la carta de la Constitución soviética, sí contradice el espíritu de los principios funcionales del régimen. La sociedad como un todo muestra síntomas inconfundibles de querer emanciparse de la omnipotencia política de la creación de Stalin: el Estado totalitario. ¿Es posible dar a todas estas tendencias centrífugas un reconocimiento institucional sin la total pérdida de identidad del régimen, lo que equivaldría a una revolución victoriosa?

Si excluimos este último argumento, sobre el cual sólo se puede especular, hay dos versiones alternativas de una futura evolución. Para la primera, las actuales tendencias centrífugas continuarán existiendo y se multiplicarán y complementarán con otras nuevas y con actores inesperados, sin reconocimiento institucional. Esto introduciría una inestabilidad peligrosa que podría conducir a actos violentos similares a los de la revolución cultural china, a largo plazo, sistemática y turbulenta que, además de peligrosa para el resto del mundo, podría desgastar la sociedad y terminar en la restauración de un neo-stalinismo o en un Gobierno militar.

Hay otro argumento que sería un desafío a nuestra tradicional visión de la democracia y podría ser una solución a largo plazo. Es factible que todos los grupos presentes en la dirección del partido e involucrados en una intensa lucha interna, huyeran a lo Stalin de una mutua sangría. Podrían hacer públicas sus desavenencias hasta cierto punto, sin montar en cada oportunidad una fronda contra el grupo opuesto y contando con sostenedores desde afuera. Probablemente, los actores políticos independientes mantendrían su autonomía y sus formas libres de organización con anuencia oficial, pero sin reconocimiento oficial. En el punto álgido de los conflictos sociales y nacionales se produciría un llamamiento para el arbitraje a la cúpula del partido. Si la decisión es contraria a su causa, podrían persistir en una desobediencia civil sin llegar a una guerra civil. La sociedad defendería su autonomía sobre intimidad, religión, cultura, etcétera, aunque continuaría librando su guerra de guerrillas contra el Estado sobre educación, economía sumergida y similares. En lo esencial, se volvería apolítica y no cuestionaría la autoridad tradicional que mantiene la paz interior, el equilibrio étnico con predominio eslavo, la unidad imperial y su calidad de superpotencia. Sería mucho menos que una democracia. Podría ser, al mismo tiempo, una enorme ayuda para gran parte del sufrido pueblo de la URSS y, sin embargo, no eliminaría el expansionismo de la política mundial; podría convertir en permanente la dimensión del cálculo racional de probabilidades, es decir, una disminución de las tensiones internacionales. Y la creación de un sistema genuinamente democrático no puede ni regalarse a una nación ni serle impuesto. Sólo puede existir como una creación propia.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Traducción: C. Scavino.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_