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El destino británico en la CE

La decisión que Margaret Thatcher tomó el viernes por la noche de aceptar el acuerdo para la reforma de la CE en la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los doce debe de haber sido una de las más dificiles de su carrera. Thatcher se merece completo reconocimiento por ello, no porque el acuerdo en sí mismo sea bueno, sino, precisamente, porque ella ha tenido la astucia de darse cuenta de que era lo mejor que iba a conseguir, y la habilidad de estadista de entender que podría perder más que ganar si prolongaba la agonía del Reino Unido, así como de la Comunidad Europea.Es indudablemente frustrante que la Comunidad Europea no estuviera preparada para adoptar un método más racional y económico de financiar la agricultura comunitaria, especialmente desde que, ayudado por el coste y tamaño galopante de los excedentes, el Reino Unido parece haber ganado el argumento intelectual sobre este punto en los últimos uno o dos años.

Francia, en particular, cuyos grandes y relativamente eficientes sectores agrícolas podrían prosperar en una genuina agricultura de mercado donde los precios estuvieran determinados por la competencia más que por una serie de medidas políticas de comercio, no hace mucho que ha empezado a ser un contribuyente neto al presupuesto comunitario, y ha mostrado una simpatía cada vez mayor por las ideas británicas.

15 de febrero

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