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Neologismos

Siguen las malas noticias. Necesitamos producir al año unas 3.000 palabras nuevas si se pretende tener un idioma vivo y moderno, o simplemente para nombrar con cierto rigor, sin utilizar el dedo índice, los objetos del mundo en el que estamos metidos. Lo advierte el llamado Manifiesto de Madrid, firmado por un grupo de lingüístas, lexicólogos, traductores y pedagogos de los principales países hispano-hablantes. Lo cual quiere decir que es necesario crear un total de 8,2 neologismos cada 24 horas si queremos evitar el infamante colonialismo lingüístico; o, lo que es peor, la sordomudez del español ante cualquier evento.En el principio ya no es el verbo, la palabra, como era fama y fe desde hace varios milenios. Ahora mismo, las cosas nos llegan mucho antes que las palabras. Hay un promedio anual de 3.000 chismes, artilugios, modas, tics o lo que sean que somos capaces de comprar y manipular con desparpajo, incluso capaces de fabricar en serie, pero que no sabemos nombrar. El problema es que la mayor parte de esos nuevos objetos de la tecnociencia están hechos de palabras, trafican con la lengua, son verborreicos.

La culpa no es del idioma. Este viejo y estruendoso castellano está preparado para integrar lo que le echen, como demuestra el Corominas. La culpa es de los sabuesos de la lengua, que le tienen más pánico al neologismo que al SIDA. Entre la lentitud del diccionario, el purismo inquisitorial de algunos académicos, la tiranía de los libros de estilo y esa tropa de censores de a pie que ponen el grito en el periódico cada vez que en sus páginas irrumpen vocablos inéditos, no hay manera de atrapar ese retraso terminológico. Porque de aquí a 1992, si alguien no lo remedia, tendremos un déficit de 15.000 palabras respecto de las cosas. Habida cuenta que la mayoría de los españoles maneja un vocabulario muy limitado, de apenas un par de miles de voces, es probable que celebremos en inglés los magnos acontecimientos. O en religioso silencio, como si los fastos de 1992 fueran funerales.

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