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Tribuna:RESPUESTA A MIGUEL FISAC
Tribuna
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¿Crítica o confusión?

Miguel Ángel Ruiz-Larrea, autor del Monumento a la Constitución, en Madrid, hace en este artículo un análisis conciso de la intención y los elementos de su obra. Ruiz-Larrea afirma -sin decisión de polémica, dice- que el plagio de Max Bill que le ha imputado Miguel Fisac en otro artículo, publicado en estas páginas, es infundado, y se pregunta si el juicio de Fisac obedece a ignorancia o mala fe.

Con el título Nuevos monumentos en Madrid y la necesidad de un desagravio, el pasado 26 de febrero apareció en EL PAÍS la última entrega de lo que parece formar una serie de artículos, en los que su autor, Miguel Fisac, da un severo repaso a las obras que en los últimos años las administraciones socialistas han llevado a cabo en Madrid. Despachadas ya las plazas, ahora les llega el turno a los monumentos, entre los que no podía faltar, naturalmente, el de la Constitución, en el paseo de la Castellana. El artículo en cuestión, como el resto de los de la serie, constituye una relevante muestra del exiguo nivel teórico de cierta crítica -más o menos espontánea y, por desgracia, muy abundante entre nosotros- que recurre a una terminología inane, basada en muletillas tan manidas como "dignisima ejecución", "acertado complemento", "estatuas dignas y representativas de su época", "modelo de simplicidad, soberbia factura y excelente ubicación", "calidad digna de su autor", etcétera, cuando se trata de indicar aprobación. Para indicar desaprobación, las muletillas, como es de suponer, resultan ser las simétricas.Críticas así, cuyos caracteres de juicio sumarísimo eliminan de raíz toda posibilidad de debate, únicamente son de recibo cuando las emite alguien de tan acreditado buen gusto como para que sus sentencias puedan, al menos, conducir el gusto ajeno. Pero el buen gusto de Miguel Fisac, autor del edificio Jorba, en la autopista de Barajas, no parece acreditado, ni mucho menos.

No acometeré, pues, la imposible tarea de polemizar sobre lo inane. Si me veo obligado a salir al paso del artículo de marras es porque contiene una grave acusación para mí, como autor del monumento a la Constitución, en Madrid. Por primera vez desde la concesión del premio, en 1982, alguien con nombre y apellidos hace una acusación semejante. Según Fisac, un jurado compuesto por Eduardo Chillida, Pablo Serrano, Lucio Muñoz, Francisco Javier Sáenz de Oiza y Julián Gállego "se tiró la plancha" -dice, en expresión muy graciosa- de premiar una propuesta, la mía, plagiada del conocidísimo proyecto de Max Bill para el concurso del monumento al Prisionero Político Desconocido.

En otro medio intelectual menos viciado que el nuestro, nadie se atrevería a lanzar públicamente una acusación así sin asumir simultáneamente lo que en términos jurídicos se conoce como la carga de la prueba; de lo contrario, y al margen de las responsabilidades legales consiguientes, el crédito intelectual -y, sobre todo, el moral- del autor de la especie se vería notablemente disminuido. Pero entre nosotros nadie se extrañará, probablemente, de que Fisac no solamente no se sienta obligado a probar nada, sino incluso de que, en su desparpajo, atribuya a todo un jurado -"de campanillas", como él dice- tal ignorancia del conocidísimo proyecto de Max Bill que no haya visto un plagio que, a lo que parece, resulta tan obvio para Miguel Fisac que le exime de mayores explicaciones. Por mi parte, niego rotundamente la existencia de cualquier clase de plagio y, a pesar de que lo infundado de la acusación me legitima para zanjar sin más la cuestión, quiero, por mi cuenta y riesgo, analizar un tema tan torpemente esgrimido.

Si, como dice el diccionario, plagiar es copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias, habrá que empezar por comparar entre sí las sustancias de la obra en litigio. Materialmente, el monumento del paseo de la Castellana consiste, como mucha gente sabe, en un cubo atravesado por cuatro planos de escaleras, que ascienden indefinidamente con una inclinación de 45 grados, y que en su desarrollo se cruzan en medio de otro cubo vacío, situado en el interior del primero. A su vez, el proyecto de Max Bill consiste en tres túneles, de proporción cúbica, que van estrechándose mediante un abocinamiento gradual en dos de sus caras, al final de los cuales se desemboca en una plaza triangular, en la que se sitúa una columna también triangular. Esto por lo que se refiere a la sustancia material. ¿Y la sustancia, digamos, conceptual? En mi caso traté de alcanzar una forma simbólica mediante la utilización de tres elementos: el cubo macizo, definido por sus aristas exteriores, como símbolo de algo originario y fundamental; el cubo vacío, a escala humana, símbolo de la presencia del espíritu humano; y las escaleras ascendentes, símbolo de la dignificación del camino humano en el marco de la Constitución. En cambio, los túneles del proyecto de Max Bill, progresivamente angostos, cerrados lateralmente y cubiertos, simbolizan, en mi opinión, el difícil camino hacia la libertad, a su vez simbolizada por la plaza triangular, en cuya columna central se inscriben los ideales de la lucha política. La utilización de las formas cúbicas en la configuración de los túneles y la figura del triángulo equilátero en la de la plaza no tienen aquí, me parece, una intención simbólica, sino sólo económica: servirse de formas geométricas simples, irreductibles a cualquier otra.

Hasta aquí, pues, en lo sustancial no hay coincidencia ninguna entre ambas obras, ni material ni conceptual. Por consiguiente, en sentido estricto, no hay plagio de ninguna especie. No obstante, por si nuestro crítico persiste en la confusión de localizar el plagio en los detalles, veamos algunos ejemplos de obras o proyectos que utilizan elementos comunes a los que conforman cada miembro del referido par: a) Francisco Cabrero, 194..., "Proyecto de monumento a Calvo Sotelo" (semicubo abierto por dos caras verticales opuestas) y "Proyecto de mausoleo" (sobre una proporción cuadrada, dos triángulos laterales delimitan otros dos triángulos verticales vacíos); b) Jorge Oteiza, 1958, series "Cajas vacías" y "Cajas metafísicas" (desocupación espacial del cubo); c) Jorge Oteiza y Roberto Puig, 1959-1960, "Proyecto de monumento a José Batlle", Montevideo (delimitación de un prisma rectangular vacío, asentado en una plataforma); d) Mclo Rossi, 1962, "Proyecto de monumento a la resistencia", Cuneo (cubo que contiene un espacio vacío, abierto al cielo, al que se llega por una escalera abocinada, frente a la cual se dispone una abertura a lo largo del muro, orientada hacia el escenario de las batallas partisanas); e) Louis I. Kahn, 1967-1969, "Monumento al holocausto judío", Nueva York (seis cubos de vidrio rodean a un séptimo, de iguales dimensiones, hueco y abierto al cielo, que constituye la capilla); y f) Siete propuestas, además de la mía, utilizaron, en el concurso del monumento a la Constitución, el tema del cubo, y otras dos más, el de las escaleras ascendentes.

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Como se ve, todos los elementos de las controvertidas obras aparecen en uno o varios de estos ejemplos: el cubo macizo, el cubo vacío, el cubo abierto sólo por dos caras opuestas, el espacio interior, la entrada escalonada y abocinada, las escaleras ascendentes, etcétera. ¿Qué sucede entonces? Pues que, conforme se pierde de vista el conjunto, la estructura general de cada obra, y más se aíslan sus elementos, más se diluye la paternidad y las semejanzas entre las obras se multiplican. ¿Es quizá el proyecto de Aldo Rossi un plagio del de Max Bill, puesto que en ambos se entra en el cubo por unas escaleras abocinadas? O ¿es quizá el monumento a la Constitución un plagio del proyecto de Aldo Rossi, porque en ambos se asciende a un espacio interior, vacío y abierto al cielo? Otro crítico (Santiago Amón, Abc, 13 de marzo de 1983) ha venido a confundir más las pistas: según él, el arquetipo del monumento a la Constitución no es otro que la suma de los dos proyectos de Francisco Cabrero, con lo que se amplía el abanico de interrogantes. ¿Es quizá el proyecto de Max Bill un plagio del de Francisco Cabrero, puesto que la sección longitudinal de cada uno de los cubos del proyecto del primero es muy similar al alzado frontal, girado 90 grados, del proyecto del segundo? Parece como si el monumento a la Constitución del paseo de la Castellana de Madrid hubiera irrumpido como un catalizador para desvelar con su presencia plagios largo tiempo ocultos y por ende impunes.

En conclusión, ¿dónde está el plagio? A lo que se ve, en ninguna parte: ni en el fondo, ni en la forma; ni en lo sustancial, ni en lo accesorio; ni en la estructura, ni en los elementos. ¿A qué atribuir entonces la sumaria acusación de Miguel Fisac? ¿A la ignorancia o a la mala fe? No me corresponde a mí la solución de tal dilema, pero siempre me queda la sospecha -transformada a veces en certeza- de que tras ciertas críticas torticeras no hay otra cosa que el afán de encargos profesionales. Pero para ese viaje no hace falta ponerse las alforjas.

Miguel Ángel Ruiz-Larrea es el autor del monumento a la Constitución, en Madrid.

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