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François Mitterrand, el presidente que siente pasión por las crisis

Soledad Gallego-Díaz

Todos los políticos deben ser capaces de sentirse cómodos en mitad de una crisis. Pocos, sin embargo, pueden además extraer de esa situación un auténtico placer personal. El presidente francés es uno de ellos. "François Mitterrand", explica Serge July, director del diario Libération y autor de un reciente libro titulado Los años Mitterrand, "es un hombre que siente pasión por las crisis. Cuanto más graves, más cómodo y más jubiloso se siente". A partir del próximo día 16 tendrá una buena ocasión para demostrar sus dotes si, como todo lo indica, la oposición gana las elecciones legislativas y tiene que nombrar un primer ministro de centro-derecha.

"No creo que haya nadie en Francia mejor preparado que él para hacer frente a esa situación", prosigue July. "Raymond Barre lo sabe, intuye que en momentos de crisis Mitterrand es el más fuerte y el ganador porque tiene un talento que no posee el conjunto de la clase política".Serge July dibuja en su libro la figura de un personaje a la vez seductor y exasperante, un jugador a la contra, al que no le gustan las ofensivas frontales, sino los contraataques y las estrategias defensivas. Mitterrand nunca lleva reloj y se toma todo el tiempo del mundo "para reflexionar", un sistema que no responde tanto a una voluntad de prudencia como a un deseo de dejar jugar a los acontecimientos y esperar el cambio repentino que le permita sacar el máximo beneficio.

"Peso y repeso todo, pero cuando tomo una decisión, actúo inmediatamente", reconocía el presidente francés en 1983. Su última decisión repentina, la creación de dos canales de televisión privada y la privatización completa de la emisora de radio Europa 1, provocó auténticos ataques de rabia en las filas de la oposición que, a sólo un mes de las elecciones, veía cómo Mitterrand destrozaba literalmente sus planes para el control de los medios audiovisuales.

Después del 16 de marzo

"¿Divertirme? No, no me divierte la perspectiva de un enfrentamiento institucional", afirmó el presidente, en un tono reposado, el pasado domingo frente a las cámaras de televisión. Sin embargo, la mayoría de los franceses tiene la impresión de que Mitterrand disfruta tejiendo y destejiendo escenarios posibles para después del 16 de marzo [fecha de las elecciones]. ¿A quién llamará?, se preguntan con un cierto regocijo y la atención dispuesta a ver cómo el mago saca, una vez más, un conejo blanco de su sombrero.El francés medio no se imagina muy bien un Consejo de Ministros presidido por François Mitterrand y con Jacques Chirac, por ejemplo, como primer ministro. Sobre todo cuando se sabe cómo se desarrollan habitualmente esas reuniones.

Thierry Pfister, consejero del ex primer ministro Pierre Mauroy, ofrece en su libro La vida cotidiana en Matignon un relato detallado y algo inquietante: "Mientras un ministro habla, todas las cabezas están inclinadas sobre la mesa. Algunos de sus colegas, como buenos escolares, revisan por última vez su propia intervención. Otros escriben febrilmente una nota que meterán en un sobre y enviarán a otro ministro... La circulación de mensajes en torno a la mesa oval es ininterrumpida. Sólo François Mitterrand se abstiene de participar en la ronda... Nadie puede esperar el menor signo de interés por su parte. El presidente de la República se ocupa de sus asuntos. Escribe, abre su correo, parece encontrarse a mil leguas de distancia... Tomar la palabra en ese contexto es una prueba penosa para los ministros y se convierte en algo francamente inhumano para los secretarios de Estado o ministros delegados que no acuden a las deliberaciones del Elíseo más que una vez por trimestre, en el mejor de los casos"

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Ante la 'cohabitación'

El jefe del Estado no da muestras de interés porque cualquier propuesta ministerial, cuando llega al Consejo de Ministros, ha sido ya analizada, disecada y corregida por él mismo y por su equipo de sherpas, un grupo de consejeros, dirigidos por Jacques Attali y Jean-Louis Bianco, que tienen grandes poderes fácticos. Si las cosas se desarrollan así cuando el Gobierno es socialista, como Mitterrand, ¿qué sucederá cuando sea del RPR?, le preguntan los comentaristas.Mitterrand sabe desde 1983 que la cohabitación es la hipótesis más probable, asegura Serge July, y desde entonces está poniendo en marcha un dispositivo destinado "a hacer de la coexistencia una máquina asesina de las aspiraciones mayoritarias de la oposición". El presidente va a intentar que los dos años de coexistencia no se conviertan en una plataforma capaz de catapultar a la derecha al Elíseo, cuando finalice su mandato, en 1988.

"Yo creo que Mitterrand desearía presentarse una segunda vez a las elecciones presidenciales", afirma July. En ese caso, Michel Rocard, que ha anunciado ya su candidatura, se habría vuelto a equivocar, porque Mitterrand no tiene competencia en el seno del Partido Socialista. El presidente, que cumplirá 70 años el próximo 26 de octubre, es un hombre que "nunca está donde todo el mundo cree que está", un personaje que es capaz de mantener intrigado a todo el país, como lo prueba el hecho de que nadie, después de De Gaulle, haya merecido en Francia tantos libros como él.

¿Está Mitterrand satisfecho del trabajo que ha llevado a cabo en estos últimos cinco años? Serge July cree que la pregunta no tiene relevancia. Lo que importa, según él, es la realidad de ese balance. "Mitterrand", dice July, "no estaba preparado para dirigir el gran cambio que ha presidido la década de los ochenta, para presidir la destrucción del antiguo modo de producción o de las culturas e ilusiones que constituían su propia humanidad".

Mitterrand soñaba con ser el presidente de la justicia, una especie de De Gaulle de izquierda, pero la historia le ha obligado a cumplir un papel completamente diferente, según el director de Libération.

En 1983, a disgusto pero decididamente, François Mitterrand emprendió el camino de la normalización de la sociedad francesa, en relación con el mercado mundial, con los valores, ideas y actitudes que, según él, permitirán a Francia subirse al tren de la nueva revolución industrial. "Lo hizo sin entusiasmo, pero con valor", prosigue. "La cohabitación será, al fin y al cabo, la cumbre de esa normalización".

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