Mujeres y gorilas en la niebla
En cierto sentido, todos los hombres son nuestros hermanos. En exactamente el mismo sentido, todos los gorilas y chimpancés son nuestros primos.¿Qué sabemos de nuestros primos, de cómo viven, de cómo se comportan? Hasta hace poco, casi nada. El gran antropólogo Louis Leakey, descubridor del homo habilis y de tantos otros fósiles de homínidos, era perfectamente consciente de la necesidad de estudiar a chimpancés y gorilas en su ambiente natural, en libertad, y no como seres degradados y neurotizados, encerrados en jaulas de zoos y laboratorios. Para llevar a cabo esa investigación de campo no hacen falta diplomas ni escalafones, sino curiosidad, tenacidad, amor y entusiasmo sin límites.
¿Quieres venirte a África, a estudiar los antropoides durante años y años, en la soledad de la selva? Una chica inglesa, apasionada por los animales, Jane Goodall, sí quería. Al acabar la escuela, a los 18 años, se puso a trabajar de secretaria y camarera hasta ahorrar lo suficiente para pagar su viaje a Nairobi, donde conoció a Louis Leakey, que acabó enviándola a la reserva de Gombe, junto al lago Tanganika, a estudiar los chimpancés. Durante muchos e inacabables meses de frustración no lograba acercarse a ellos más de 500 metros. Pero finalmente logró que los chimpancés se acostumbraran a ella y la aceptaran. En 1960 descubrió que los chimpancés fabrican y usan herramientas, tales como ramitas deshojadas y alisadas para pescar termitas de los termiteros. En los 10 años que Jane ha pasado con los chimpancés ha logrado ampliar nuestro conocimiento de estos primates más que todas las universidades del mundo juntas lo habían hecho en 10 siglos. No es de extrañar que Jane haya recibido un doctorado por Cambridge y una profesoría visitante en Stanford, aunque esos honores no le han ahorrado el dolor de ver asesinados por los cazadores furtivos varios de sus amigos chimpancés. Otra chica entusiasta que se unió a su investigación, Ruth Davis, exhausta de seguir la ardua senda de los antropoides, cayó por un precipicio y murió en 1968. Fue enterrada allí mismo, entre los chimpancés.
Hacía falta otra persona para estudiar los gorilas. Ésta fue Dian Fossey, una modesta chica americana sin formación universitaria previa. Pidió un crédito bancario y se lo gastó en realizar el sueño de su vida, un viaje a África, en que visitó a Leakey y la región de Virunga, donde viven los gorilas de montaña. Luego volvió a su Kentucky natal, a trabajar para pagar el préstamo. Louis Leakey le propuso que hiciera con los gorilas lo que Jane había hecho con los chimpancés, advirtiéndola de que tendría que operarse de apendicitis antes de emprender su investigación. Dian corrió al hospital más próximo a hacerse extirpar al apéndice, sólo para oír luego de Leakey que su advertencia había sido una broma para probar su determinación. En 1966 fue a establecerse en las montañas de la selva fría y brumosa de Virunga, entre Zaire y Rwanda. Desde entonces ha estado la mayor parte del tiempo allí, arrostrando peli
Pasa a la página 10
Mujeres y gorilas en la niebla
Viene de la página 9
gros y privaciones sin cuento, pero obteniendo la enorme satisfacción de llegar a ser respetada por los gorilas y poder observarlos de cerca durante años. Llegó a conocer a cada uno de ellos individualmente, en su irrepetible y atractiva personalidad, tal y como describe en su magnífico libro Gorilas en la niebla. También ella logró así su doctorado por Cambridge y su profesoría en Cornell.
Observar y convivir con los gorilas constituía la felicidad de Dian. Su tragedia eran los disgustos traumáticos que le causaban la muerte de esos mismos gorilas que ella conocía y amaba tanto a manos de los cazadores furtivos, sus trampas, sus lazos de alambre, sus lanzas y sus rifles. Oficialmente, los montes Virunga son un parque nacional y una reserva integral, pero la desidia y la corrupción de los funcionarios locales permiten la acción de los furtivos. Era Dian Fossey, personalmente, la que tenía que organizar la salvaguarda de los últimos 200 gorilas de montaña que quedan vivos en el mundo, en un esfuerzo heroico y agotador. A finales de diciembre de 1977 los furtivos mataron a Digit, el gorila favorito de Dian, mientras éste se enfrentaba a los cazadores para proteger a su familia. Ocho años más tarde, hace sólo unos días, a finales de diciembre de 1985, los furtivos han asesinado a machetazos a Dian Fossey. Su cadáver ha sido enterrado junto al del gorda Digit, en medio de la selva de Virunga.
Chimpancés, gorilas y seres humanos tenemos un larguísimo pasado en común, y sólo muy recientemente (a escala evolutiva) nos hemos separado unos de otros. Por eso nos parecemos tanto, no sólo en nuestra anatomía y fisiología, sino incluso en nuestra configuración genética y, consecuentemente, en la estructura de nuestras proteínas. La hemoglobina, la molécula de la respiración implicada en el transporte del oxígeno por la sangre, es una proteína muy bien conocida y estudiada como índice de la separación entre especies animales distintas. Consta de dos cadenas, la alfa y la beta, que en conjunto contienen 287 aminoácidos. La hemoglobina humana difiere de la de la oveja, por ejemplo, en 47 aminoácidos. Pero de la de nuestros parientes los macacos sólo difiere en 13 aminoácidos. Entre nuestra hemoglobina y la del gorila sólo hay dos aminoácidos de diferencia. Entre la nuestra y la del chimpancé no hay absolutamente ninguna diferencia. Si se consideran todas las proteínas juntas, las del hombre, las del chimpancé y las del gorila, sólo se diferencian en un 1% de sus lugares o, dicho de otra manera, coinciden en un 99%. A genéticos y antropólogos no les cabe duda de que los miembros de las tres especies estamos muy estrechamente emparentados.
A nuestros primos, los gorilas y chimpancés, los estamos acorralando, expulsándolos de sus territorios y hábitat ancestrales, y persiguiéndolos hasta la muerte, incluso en sus últimos refugios oficialmente protegidos. Cuando pienso en lo que estamos haciendo con nuestros más próximos parientes, esos seres pacíficos, esplendorosos, inteligentes y perfectamente adaptados a su medio, cuando pienso en los siniestros cazadores furtivos y en sus clientes, cuando pienso en los asesinos de Digit y de Dian, siento una enorme vergüenza de pertenecer a la especie humana. Y sólo logro superar esta vergüenza mediante el orgullo que me produce el ser congénere de esas mujeres maravillosas y geniales, como Jane Goodall y la recién asesinada Dian Fossey, que con inaudito esfuerzo, tesón e inteligencia estudian y protegen a las criaturas más próximamente emparentadas con nosotros de todo el universo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.