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Hacia un Ejército profesional

El servicio militar obligatorio que se realiza no se deduce de la Constitución española, señala el autor de este trabajo, quien se inclina por la opción de constituir un Ejército profesional. Éste, en su opinión, eliminaría, por una parte, los actuales defectos del sistema militar español, y por otra, ayudaría a la modernización de las Fuerzas Armadas, colocándolas a la altura de las necesidades y condiciones que plantea la situación actual del mundo.

Hace escasas semanas el ministro de Defensa, Narcís Serra, informó a la comisión correspondiente del Congreso de los Diputados acerca de las condiciones de seguridad en que se realiza el servicio militar en España. Los datos sobre accidentes y fallecimientos que proporcionó el ministro son bastante preocupantes en su conjunto, pero hay uno especialmente: durante 1984 hubo 41 suicidios y otros 69 intentos frustrados.El artículo 30.1 de la Constitución establece para todos los españoles el derecho y el deber de defender a España. Por su parte, el artículo 8 señala como misión de las Fuerzas Armadas la de garantizar la soberanía e independencia de España, y añade, esto es importante, que una ley orgánica regulará las bases de la organización militar, "conforme a los principios de la presente Constitución".

No se deduce, pues, de la Constitución, antes al contrario, que el servicio militar tenga que ser una prestación personal al Estado, caracterizada por la vulneración de la mayor parte de los derechos fundamentales de la persona en el más genuino estilo medieval.

La incorporación al Ejército supone cada año para miles de españoles jóvenes una ruptura dramática. Y no se trata sólo de una ruptura con su medio social y familiar, con sus expectativas profesionales y educacionales, sino también, y muy especialmente, de una ruptura con su condición de ciudadanos protegidos por un ordenamiento que en el artículo 24 de la Constitución les asegura frente a la indefensión.

La arbitrariedad como sistema, la ocupación en tareas inútiles y, sin abundar más, la irracionalidad con las que tiene que convivir el soldado español no necesitan de mayor prueba que la experiencia en propia carne de la mayor parte de los hombres de este país.

El beneficio en 'hombría'

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Esa tontería tan extendida del beneficio medido en hombría sólo puede ser defendida por quien aspire a generalizar a la sociedad o a la familia la confusión entre disciplina y arbitrariedad, entre autoridad e indefensión.

No quiero detenerme más en una situación por todos conocída. No dudo, además, del cambio que se está produciendo ya en la organización militar y tengo plena confianza en que las convicciones democráticas y el respeto a la dignidad humana propias de un Estado de derecho acabarán penetrando en el Ejército.

No es mi objetivo atacar la institución militar, sino poner de manifiesto los costes humanos y sociales de un servicio militar obligatorio que, por encíma de todo, me resulta obsoleto. No se trata simplemente de servir a España, se trata de servirla bien.

Las instituciones se justifican por la función social que cumplen y, lógicamente, habrán de adecuar su estructura a esa función. El Ejército tiene clara e históricamente especificada su misión y, por si fuera poco, el precepto constitucional arriba citado se la recuerda. Las Fuerzas Armadas están al servicio de la defensa y son las exigencias de la defensa las que deben configurarlas.

Cuando el lenguaje de la guerra habla de ingenios nucleares, de láser, de ordenadores se hacen inútiles los grandes contingentes de tropa. La alta tecnología que se impone a un Ejército si quiere ser moderno exige, eso sí, una cualificación creciente de los recursos humanos.

En este sentido, un servicio militar obligatorio es un lujo inadmisible: unas vacaciones pagadas (incómodas al menos), en detrimento de un capital humano que por su permanencia haría posible la cualificación.

El ingreso en las Fuerzas Armadas debería ofrecer perspectivas profesionales dignas, al margen de oficiales y mandos. La sociedad está en condiciones de ofrecer los especialistas y técnicos que un ejército moderno, el único capaz de asegurar las exigencias defensivas de la nación, necesita.

El servicio militar obligatorio es demasiado costoso por inútil. Inútil para la sociedad, para los propios soldados y sobre todo para un ejército que debe caminar, él también, sin más dilaciones por la senda de la modernización.

No me parece que sean necesarios demasiados argumentos para propugnar su desaparición cuando tan escasos estamos de argumentos que justifiquen su existencia.

es secretario general de Jóvenes Reformistas.

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