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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Luna de miel con Vitoria

LA ENTREVISTA entre Felipe González y José Antonio Ardanza en el palacio de la Moncloa supone un giro sustancial en la política del PSOE respecto al País Vasco. Reticente en su apoyo. a Garaikoetxea, González se ha apresurado a romper las normas del protocolo y a mantener una conversación de tres horas con quien en definitiva no es aún sino candidato a lendakari. Los esfuerzos por presentar el encuentro corno un diálogo con la dirección del PNV apenas han servido para encubrir el fiasco: Ardanza se presentó ante las cámaras de la televisión oficial, a la salida del despacho del presidente, como el nuevo lendakari de hecho. Pero no tenía, ni tiene aún, representatividad o poder algunos, mientras en Ajuria Enea sigue ocupando el despacho oficial de jefe del gobierno vasco quien había sido elegido para ello democráticamente en las recientes elecciones. El apoyo evidente, y bastante chocante, dado por el Gobierno central a la figura de un simple candidato -por segura que resulte su próxima elección- contrasta con las dificultades de diálogo y relación que se han producido hasta ahora entre Vitoria y Madrid.Para entender lo generoso del gesto de Felipe González y el significado que encierra, hay que señalar que el futuro lendakari necesita todavía que varios candidatos de la lista cerrada y bloqueada presentada por el PNV a las elecciones autonómicas por Guipúzcoa formalicen su renuncia, ya que Ardanza ocupaba un lugar rezagado en su composición. Posteriormente, el candidato tendrá que aguardar a que el Parlamento vasco vote, a mediados de enero, su investidura. El procedimiento para el nombramiento y la circunstancia de que el PNV disponga exactamente de la mitad de los escaños hará difícil la designación de Ardanza en la primera vuelta. Es decir, que todavía quedan más de tres semanas para que pueda ser investido.

La ejecutiva del PNV (el Euskadi Buru Batzar) y los representantes vizcaínos y alaveses en su asamblea nacional han logrado con la candidatura de Ardanza dar una salida -no una solución- a la larga crisis de relaciones entre el Gobierno de Vítoria y la dirección del PNV. Las resistencias de Garaikoetxea a subordinar su mandato como lendakari a las decisiones de la ejecutiva de su partido fueron el primer elemento del conflicto. Posteriormente, el litigio entre el Gobierno de Vitoria y las diputaciones a propósito de la interpretación de la ley de Territorios Históricos envenenó unas relaciones ya deterioradas.

Ardanza, en tanto que diputado general por Guipúzcoa, sostiene la interpretación de la ley de Territorios Históricos que la ejecutiva del PNV ha hecho suya: ha defendido el papel, las competencias y la capacidad de gasto de las diputaciones provinciales frente al Gobierno de Vitoria. Pero los argumentos hacendísticos -relacionados también con la recaudación del cupo- no agotan las dimensiones de la disputa. Mientras las posiciones provincialistas tienen superficies de contacto (abstracción hecha de las emociones independentistas) con el foralimo carlista, asumido por Alianza Popular, el énfasis en las instituciones comunes de autogobierno parece más acorde con el espíritu del estatuto de Guernica y con las aspiraciones a la autonomía.

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Un gestor antes que un lider

Al designar a Ardanza como candidato a lendakari, la dirección del PNV ha tomado en consideración su disciplina militante y sus condiciones como gestor. La ejecutiva del partido no parece dispuesta a que la presidencia del Gobierno vasco sea ocupada por un hombre con capacidad para ejercer el liderazgo y para desafiar a la dirección del PNV. Las resistencias de Xabier Arzallus -que figuraba en las listas electorales de Vizcaya- a ser designado lendakari podrían atribuirse no sólo a sus deseos de mantener una coherencia personal, sino también al intento de restar importancia a la presidencia del Gobierno vasco -y a las instituciones autonómicas- y de atrincherarse en las diputaciones, los ayuntamientos y las estructuras partidistas. Sea como fuere, resulta extraño que el PNV acepte que el puesto de lendakari sea desempeñado por un gestor y no por el dirigente máximo y líder político de la organización.

El protagonismo del partido frente a las instituciones de autogobierno, elegidas por sufragio entre todos los vascos, ha sido evidente en la entrevista de Ardanza con Felipe González. Al candidato lo acompañaron el presidente del PNV y una de sus principales cabezas políticas, convirtiendo todavía en algo más atípico esa reunión, realizada entre un partido (el PNV) y el Gobierno central, contra todos los usos de la política. Pues el interlocutor lógico del PNV debería ser el Partido Socialista de Euskadi y el interlocutor del Gobierno central el de Vitoria.

Esta confusión en el País Vasco -y quizá no sólo en el País Vasco- entre partido y poder no debe ser menospreciada. Las instituciones de autogobierno de Vitoria podrían perder autoridad y prestigio en beneficio del partido nacionalista, cuya fuerte implantación social y excelentes resultados electorales sólo le conceden, sin embargo, la representación de una parte (el 42% de los votos emitidos en los últimos comicios autonómicos) de Euskadi. Resulta peligroso para el sistema democrático que la asamblea de un partido pueda imponer sistemáticamente sus decisiones al Parlamento. Mucho más sí se recuerda el arcaico sistema representativo del PNV, que no reconoce el principio de proporcionalidad y que iguala las delegaciones de las provincias y de los municipios sin atender a su población.

Carlos Garaikoetxea buscó la negociación con Felipe González: consideraba que su programa de gobierno necesitaba aliados que compartieran sus planteamientos modernizadores y propuso a los socialistas vascos un acuerdo de legislatura. Parece que las ayudas que los socialistas le regatearon piensan darlas con creces a José Antonio Ardanza. El PSOE se ha caracterizado durante los años de la transición por su destreza para contribuir a la destrucción de líderes de opciones ajenas. Suárez y Garaikoetxea son dos buenos ejemplos de líderes defenestrados por el aparato de sus propios partidos con la oportuna ayuda del PSOE. No estamos seguros de que sea una buena cosa para la estabilidad política. Y Felipe González haría mal en creer que él es el único a salvo de convertirse en víctima de una de estas operaciones de acoso y derribo.

Por lo demás, el PNV se enfrenta con la crisis más grave de su casi centenaria historia, pero también dispone, por vez primera, de los medios políticos, legales, burocráticos y financieros que le permiten gobernar. Y de una colaboración evidente desde el gobierno central. Ya es tiempo de ejercer el poder -nada desdeñable- que las instituciones vascas de autogobierno controlan. Apaciguados los conflictos de Vitoria con la ejecutiva del PNV y con las diputaciones, y comenzada esta luna de miel con Madrid, José Antonio Ardanza tiene ante sí un formidable desafío: llevar adelante un programa de gobierno que saque a la política vasca de ese callejón sin salida que el empate dentro del Parlamento de Vitoria, el bloqueo de las transferencias y la amenaza terrorista han creado. Nos gustaría descubrir en él las dotes políticas para una tarea semejante.

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