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Tribuna
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Rasgos diferenciales

Desgrano una vez más el ya manido rosario de las diferencias de España con el mundo en torno. Proclamo una vez más que entiendo como falacia lo que alguien supone orgulloso axioma. Y declaro una vez más que somos los españoles quienes debemos probar a sacar nuestras propias castañas del fuego que tampoco nos es ajeno, ni anónimo, ni desconocido. Mucho me temo, ¡ay!, que tampoco ha de ser ésta la última vez que pruebe fortuna en tan desafortunada parcela de nuestra forma de ser.Me entero, porque lo leo en la prensa, que la Audiencia de Barcelona se dispone a procesar a dos rectores de las universidades de aquella misma ciudad ante la presunción de delitos de fraude. Una noticia así, de entrada, puede tomarse a título de amarga broma siniestra: si la ola de desmoralización y de delincuencia que nos marea alcanza ya a los rectores de universidad, ¡aviados estamos los españoles! Pero si la estúpida nueva la tomamos en serio, todavía resulta peor la cosa, porque los rectores van a ser procesados ante la sospecha del cobro de tasas recaudadas de forma irregular, pero bajo la aquiescencia del Ministerio de Educación. Con los fondos obtenidos de tal manera, los rectores pagaban las horas extraordinarias del personal subalterno y conseguían acondicionar las facultades para que éstas, mal que bien, pudiesen ir tirando.

Se juntan aquí, para nuestra mantenida desgracia y nuestra mínima vergüenza, todas las condiciones capaces de explicar rápidamente el por qué España es diferente, pese a los vanos esfuerzos de ciertos españoles -entre los que quisiera incluirme- para que deje de serlo alguna vez. Supongo que no faltará quien se entere, al leer la noticia, de que una facultad universitaria española puede quedar inutilizada por falta de medios. Pues bien, ésa ni es siquiera una excepción. En España, las universidades bien dotadas, las universidades, tradicionales y con solera, sufren con harta frecuencia del cruce simultáneo de unas instalaciones inadecuadas por .lo vetusto y una falta de medios cotidianos para el ejercicio de la docencia y no digamos de la investigación. Los presupuestos dan, a lo mejor, para reparar muebles o para comprar reactivos o libros, pero casi nunca para ambas cosas a la vez. Las universidades mal dotadas -aludo a todas las universidades nuevas o relativamente nuevas- desconocen incluso el problema del mantenimiento, como no sea el de los propios edificios. Durante mucho tiempo se han confundido las facultades y escuelas con los meros edificios capaces, quizá a la larga, de albergarlas, siempre que se mantuvieran en pie. Es ése el primer rasgo característico y diferente, al menos diferente a las universidades que los españoles pretendemos tener como modelo cuando redactamos planes de profesorado, de investigación o de estudio.

Pero también hay muestra de originalidad en la solución: siendo así que las facultades no pueden funcionar con los medios legalmente asignados, un ministerio (no importa cuál, ni bajo qué partido en el poder) comprende rápidamente que el arreglo está no en cambiar la legalidad vigente, sino en hacer la vista gorda e incluso animar por vías ajenas al registro de entrada y salida de documentos el que se desarrolle la picaresca. Los políticos saben muy bien que las leyes, además de. no servir para casi nada, son dificiles de cambiar, y a la larga tampoco merece demasiado la pena el atavío de las alforjas para el viaje.

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Tampoco acaban aquí las dosis de ingenio indígena. Si un rector entra en el juego que le permite mantener, con escasa dignidad pero con cierta eficacia, sus facultades abiertas, se le procesa. Un país pragmáticamente revolucionario probablemente condecoraría a tales rectores y «buscaría el habilitarles alguna cartera ministerial especialmente dificil de gestionar. Otro país racionalmente conservador intentaría cerrar universidades para dejar mejor repartido el presupuesto sobrante, y procuraría, en cualquier caso, no menear el asunto. Aquí, por el contrario, resolveremos con seguridad el problema procesando a quienes menos culpa tienen de que las cosas sean como son. Pero a renglón seguido inauguraremos otra universidad más, esta vez esparcida por toda la ancha y literaria Castilla manchega, para que la idea de la biblioteca central sea ya un imposible metarisico. Con los rectores en la cárcel, lo más probable es que los laboratorios encuentren, de repente y por artes mágicas, sus matraces de repuesto y que las suscripciones a las revistas se renueven puntualmente y que los alumnos reciban una enseñanza eficaz y clara y puesta al día. Lo que España necesita, según parece colegirse de tanto despropósito, es aumentar la calidad de la población reclusa.

Como el rector de mi universidad es amigo mío, voy a permitirme darle algunos consejos de forma gratuita y apasionada. Olvídese de aliviar el presupuesto universitario, porque el que se recibe es el ideal por definición. Atienda bien la contabilidad de las partidas fungibles e inventariables. Vigile celosamente el color de las luces de los semáforos con los que se vaya encontrando. Y jamás, jamás, jamás, caiga en la tentación de imaginarse una universidad con bibliotecas surtidas, aulas suficientes y un profesorado bien pagado y competente. Hasta ahora no se ha procesado a nadie por tales causas, pero bien pudiera ser que todavía quedase por ahí y al acecho alguna ley oculta con la que se podría perseguir a quienes padecen ensueños.

1984.

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