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Los hombres pasivos

Rosa Montero

Es una nueva generación de hombres, ni muy jóvenes ni muy viejos, treintañeros de suficiente biografía a las espaldas como para haberse equivocado abundantemente en el pasado, como para haber aprendido. Pero por lo que se ve ha sido un aprendizaje insuficiente.Son cariñosos, y tímidos, y amables. Pero sobre todo son pasivos. Se sienten incómodos dentro del código de conducta masculino, pero no saben qué otro traje han de vestirse. Por eso, por puro espanto a equivocarse, por temor a ser tachados de machistas, prefieren sumirse en un profundo paralís y no actuar, en el convencimiento de que quien no se mueve no se estrella. Craso error.

Viven una vida sentimental de catatonia, y de lo dubitativo hacen un arte. Jamás serán los primeros en abrazar a una chica, en insinuar algún avance, en asumir el riesgo delicioso de aventurar un beso. Se limitan a permanecer ahí, parpadeantes y muy quietos, a la espera de. que la mujer de turno se lance decididamente sobre ellos. Tan inseguros están de quiénes son que creen que las hembras somos personas segurísimas. Un error aún mas grave que el anterior, porque todos arrastramos nuestro equipaje endemoniado.

Se conforman con ser perennes objetos de conquista, o aun ni eso. Nunca dirán que te quieren o cualquier otra mentira necesaria. Se abandonan, trémulos y lacios, en un fatal inmovilismo. Son un peso muerto que hay que empujar continuamente. Mantener una relación con ellos es como mantener una relación con el vacío. Fernando Méndez Leite lo explicó muy bien en su lúcida película El hombre de moda.

Está de moda, sí, este hombre nuevo de gloriosas cualidades vegetales. Abominan del tópico viril, de la grosería cazadora de los machos, pero se han pasado en masa al otro extremo, al melindre de la doncella de fábula, de la tópica solterita mortecina. O sea, a un comportamiento más bien memo.

Digo yo que con un poco de coraje, de sensatez y empeño, a lo mejor hasta podríamos encontrar un mucho más excitante punto intermedio.

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