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José Barcena, camarero-escritor

Anota, desde hace 10 años, anécdotas del Café Gijón, de Madrid

Un día, José Barcena, 28 años, camarero del restaurante del Café Gijón, de Madrid, decidió empezar a anotar en un diario cuanta anécdota contemplara en este punto de encuentro de la intelectualidad madrileña. Hoy, 10 años después, Barcena tiene 16 blocs hechos entre plato y plato, entre café y café, llenos de escritores soñando con publicar su opera prima, libadores de copas ajenas, sempiternos gorrones y virtuosos de las artes, las letras o el periodismo.

José Barcena, nacido en el castizo barrio de Lavapiés, casado y padre de tres críos, se ha convertido, así, en la instamatic del Gijón, mediante la recopilación de anécdotas que "en un 80% no son publicables, porque estaría totalmente querellado".A fuerza de observar la fauna del famoso café, Barcena ha llegado a conocerla hasta la ternura, y asegura que, desde su privilegiada posición, ha visto de todo. En su colección figura un ejemplar de bebedor de copas distraídas, que por cuatro veces ha apurado un cóctel de coca-cola, tabasco, vinagre y sal, dentro de una copa malévolamente abandonada en una mesa solitaria por los camareros, sabedores de que aquél no podría resistirse al anzuelo. Conoce a un sempiterno fracasado de muy diversas profesiones -guionista de cine, actor,_poeta...-, cuyo mayor éxito en la vida radica en que, por lo menos en los 10 últimos años, no ha pagado una sola copa, gracias a que su encendida labia afloja siempre el bolsillo de su circunstancial contertulio.Otro habitual del café, cuenta José Barcena, entrega, a poco que le pregunten la hora, una tarjeta de visita en la que se autopresenta como candidato al premio Nobel de Física, Literatura y otros. Tan insigne personaje perdió, en una ocasión, dos dientes postizos en el Gijón y hubo de llevarse toda la basura del día para escudriñarla durante la noche en su casa. José relata su estupefacción por la actitud de un periodista comunista que saluda efusivos a los camareros cuando va acompañado y les ignora cuando acude solo.

El camarero estuvo a punto de derramar la salsera cuando supo que un afamado columnista-escritor levantino que por allí circula rechazó 350.000 pesetas mensuales por colaborar con un periódico, en razón de que, por esa cifra, "yo no levanto una persiana". En ocasiones se cita como copartícipe de una anécdota, como en aquella ocasión en que un cliente le interrogó sobre si la merluza era congelada, a lo que replicó fulminante:"Aquí sólo tenemos congelados los langostinos y las nóminas".

La vida para José no sido fácil. Su afición - por la música se vino abajo. De nada le sirvió tener dos excelsos maestros de guitarra, dado que "al tener que trabajar en un bar, fregando constantemente los vasos para los chatitos de vino, las uñas no podían estar lo suficientemente duras para tocar". Recientemente abandonó sus incursiones en la pintura alegando haber descubierto sus limitaciones -"soy muy malo"- y se lamenta de aquella beca de dibujo que hubo de rechazar por mor de ganarse sus lentejas. Le queda la escritura, que viene practicando desde pequeño, cuando ya hacía poesías, con pareados arrancados de un diccionario de bolsillo. El camarero-escritor agradece a su madre -"la modista más barata del barrio, por la que pasaban desde la monjitas hasta las chicas del Molino Rojo"- que le pusiera en contacto con un mundo tan popular y variopinto y le hiciera un adicto a la gente.

José Barcena, más de 200.000 platos y cafés servidos, bajados por esos 18 peldaños que maldice, no se plantea publicar su diario, por pudor y por un exacerbado espíritu autocrítico. En todo caso, desgajaía las anécdotas del Gijón de lo que es el entramado de su vida. Está convencido, por lo demás, de que publicar entraña omitir la verdad.

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