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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Gobierno socialista y el Consejo Atlántico

FERNANDO MORAN, titular de la cartera de Asuntos Exteriores, ha participado en la reunión restringida y secreta del Consejo Atlántico. El carácter reservado de las deliberaciones sólo permite conjeturar por las declaraciones a la Prensa el sentido de la intervención del ministro Morán, cuyas grandes líneas no pueden diferir demasiado de las posturas mantenidas por el propio presidente del Gobierno en su discurso de investidura. La congelación de las negociaciones para la integración de nuestras Fuerzas Armadas en la estructura de mandos militares atlánticos, el respeto a los compromisos contraídos por el anterior Gobierno al suscribir el Tratado de Washington en tanto las Cortes Generales no modifiquen esa decisión, el estudio para un replanteamiento de las condiciones de permanencia en la Organización del Atlántico Norte (complicada agenda, en la que figuran renglones tan importantes como Gibraltar, las plazas de soberanía y la seguridad de los archipiélagos) y la asignatura pendiente del referéndum consultivo para que la sociedad española se pronuncie sobre la cuestión constituyen algo así como el catecismo de la estrategia internacional de los socialistas. Las respuestas dadas por Fernando Morán en la conferencia de Prensa han incluido, sin embargo, matices altamente significativos, al declarar, por ejemplo, que la postura de su Gobierno es "ni empecinarse en una negativa total por principio ni dejarse arrastrar a consecuencias que no se quieren". La decisión de no suscribir el comunicado final del Consejo Atlántico y de reiterar, a la vez, que España "es un miembro fiel, sólido y cooperador de la Alianza" marca las fronteras de ese juego, en el que el Gobierno socialista no parece dispuesto a dar un órdago.A la hora de elaborar la lista de su primer Gobierno, Felipe González buscó, como norma general, hombres de su confianza personal, pertenecientes a la generación de los sesenta y no demasiado conflictivos respecto a las constelaciones de intereses que pudieran sentirse amenazadas por el cambio político. Que la figura de Fernando Morán no encaje exactamente en esa foto robot dice bastante de la disposición del presidente del Gobierno para replantear sin rodeos nuestra estrategia internacional. El pensamiento del nuevo ministro de Asuntos Exteriores, diplomático de carrera dotado gran experiencia y que desempeñó cargos de confianza durante el anterior régimen, ha sido expuesto con toda claridad y detalle en un libro suyo de reciente publicación que no deja espacio a las ambigüedades y equívocos y que difícilmente puede agradar a los halcones del atlantismo. Las recientes acusaciones de filosovietismo lanzadas contra el Gobierno socialista, que desembocan en el síndrome Andropov, quedan desbaratadas por el occidentalismo de Morán, compatible con su distanciamiento respecto a la estrategia recalentadora de los bloques militares, sus interrogantes acerca de la necesidad de nuestra integración en la OTAN, su énfasis en nuestras vinculaciones latinoamericanas y su afirmación de que la política internacional española tiene prioridades y problemas irreductibles al simplismo.

De otro lado, la destitución de Javier Rupérez y de Fernando Arias-Salgado en sus destinos diplomáticos, publicada anteayer en el Boletín Oficial del Estado, pone fin a una situación insostenible. Era absurdo que, mientras el ministro de Asuntos Exteriores discutía en Bruselas con sus colegas, el Gobierno socialista mantuviera en su cargo como embajador ante la OTAN a uno de los más denonados defensores de la integración atropellada y acelerada de España en la Alianza Atlántica. Aun así, la presencia de Javier Rupérez en los actos oficiales de ayer en Bruselas habrá quizá resultado ofensiva para quienes no estén familiarizados con las cortesías que dulcifican los ceses. Constituía igualmente un sarcasmo que la notificación de la apertura parcial de la verja entre Gibraltar y La Línea tuviera que ser comunicada oficialmente al Foreign Office por una persona cuyo procesamiento ha sido solicitado mediante una querella criminal interpuesta por el actual presidente del Gobierno a raíz del escándalo de la auditoría de Televisión, de la que fue director general el hasta ahora embajador en Londres.

La nueva política exterior de los socialistas exigirá, sin duda, una sustitución de embajadores en las grandes capitales donde se hace la política mundial que vaya mas allá de las usuales combinaciones diplomáticas. Las eventuales críticas contra Felipe González por esos reajustes insistirán probablemente en la necesidad de que la continuidad del Estado prevalezca sobre las discontinuidades de las alternancias en el Gobierno. Sin embargo, no parece que los administradores de nuestra estrategia internacional durante los últimos veinte meses estén en condiciones de arrojar la primera piedra sobre los socialistas.

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