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Tribuna:Estampas de una década.
Tribuna
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Estofado de toro

Manuel Vicent

La gloria torera aproximadamente es esto: tener media femoral de plástico y algunas fincas rústicas en el registro, un bufón en nómina que te haga reír a cambio de una rodaja de mortadela, un cura de pueblo que te pida dinero por carta para restaurar el techo de su parroquia, un músico que te fabrique un pasodoble cargado de bombo, un tabernero que al conocerte por la cara te invite a tina ración de percebes, una nube de gorrones que te pase la mano por el lomo en el bar del hotel WeIlington, un pesado que te recuerde constantemente con voz asmática aquella verónica que diste en la plaza de Calahorra. Este matador ya ha ejecutado con la espada, como quien no quiere la cosa, a más de 3.000 toros, y eso le ha proporcionado renombre, fincas, sablistas, bufones y varias cicatrices en el cuerpo, entre ellas ese costurón que le brilla en la garganta con un tono malva, recuerdo de una tarascada en Aranjuez que estuvo a punto de partirle el gañote. Ahora Paco Camino está sentado delante de dos huevos fritos con chorizo, entre un artista pintor y un diputado provincial comunista. En el fondo del valle muge el ganado retinto, que el vaquero lleva a abrevar en un remanso del Tiétar. -Sabía que aquel toro entraba muy mal por la derecha. Me faltaban dos pases para terminar la faena y quise forzarlo por donde él no quería ir. Sabía que me iba a enganchar, pero pensé que sólo sería una voltereta. Entonces me trincó por aquí. Y cuando intenté levantarme, vino hacia mí con un odio muy raro en los ojos y en seguida sentí un fogonazo de sangre en el cuello. Llevaba va el muslo pasado, aunque eso no me preocupaba nada. El peligro lo veía yo en el gaznate. Después, en la radiografía aparecieron dos lentejuelas metidas en la campanilla.

-¿Quién se había equivocado? -Se equivoca siempre el torero. El valle del Tiétar está florido al pie de la sierra de Gredos y allí abajo las terneras devoran un tapiz de primavera, casi un gobelino, para ponerse bien lustrosas de cara al Mundial. Algún turista les meterá el diente. Paco Camino va de granjero pacifista, habla de piensos compuestos, riegos por aspersión, abono orgánico y créditos de cámara agraria, pondera con orgullo carnicero la densa culata de los charolés, que dentro de poco será solomillo de restaurante. Nadie diría que este campero con camisa de seda y pantalón de Fancy Men rematado con botas crudas es el mismo que anda por las plazas de toros pasando por las armas animalitos sin apelación. Este filete es excelente, una blisa de jara sopla sobre el aroma de los huevos fritos, el prado está lleno de margaritas, pero no hay que fiarse mucho. El pintor Pepe Díaz me señala con un trozo de chorizo.

-A este no le gusta la fiesta.

-Ya se ve. Tiene pinta de vegetariano.

-Dice que es una salvajada. Parece un suizo.

-Pero le entra al jamón como nadie. Y ese cerdo también ha sido degollado.

-¿De veras?

El cuadro es perfecto. Arriba está la erestería de Gredos aún nevada, en la falda de pinos se ve colgado Madrigal, cantan los mirlos entre cencerros de vaca mansa, una alfombra silvestre baja hacia el valle por donde discurre el Tiétar en medio de pastizales, un perro dogo estira las patas al sol del mediodía con el caucho de la boca lleno de baba, los críados son mudos y serviciales, el jamón es de Jabugo, a las moscas se las lleva un airecillo de diamante, la casa de Paco Camino está subida en un cerro y desde allí, por encima detbanquete agreste, se divisan campos de avena, secaderos de tabaco, hileras de chopos con una bruina verde en las ramas, el ganado retinto que, después de abrevar, se va a dormir la siesta al soto húmedo, cantando por san Juan de la Cruz. En la finca, al pie de la colina, hay también un tentadero de paredes encaladas, que le sirve de juguete al matador,junto a unos cercados donde pastan becerras bravas bajo la dictadura de los sementales de morrillo como un queso de bola y ojos turbios de vicio. Los sementales dormitan a la sombra de una encina; de cuando en cuando se levantan, olisquean el culo de una vecina que pasa por allí, le hechan un palo y se vuelven al petate de margaritas. Eso es vida Un pliegue de viento trae cantando a un jilguero. Madrid está lejos.

De los japoneses de agencia a los del mostacho del ocho

En Madrid ha comenzado la matanza de San Isidro entre unos paredones de estilo mudéjar rematados con la bandera de la patria. En los tendidos se asienta el famoso colorido de la fiesta, es decir, japoneses de agencia, españoles de sol con un gorro de papel en la cabeza, gritos de bombón helado, moscas que antes de empezar lacorrida ya piden la vez en el desolladero, morenos de alpaca y clavel en la sombra, millonarios de barrera que se miran de reojo piara ver quién se fuma el puro más largo, abuelitas de California subiendo por los pasillos de la grada arreadas con látigo por el jefe de la excursión, progresistas del ocho con mostacho a lo Nietzsche que piensan en los bueyes de Guisando, gente del negocio en el callejón, monosabios y barrenderos que tapan las cagadas sanguinolentas con arena. El famoso colorido de la fiesta coincide exactamente con la gama de camisas y jerseis que en esa temporada se venden en El Corte Inglés. A la hora en punto sale a la plaza un señor vestido en Comejo y hace no sé qué con una llave. En seguida aparece el cortejo, disfrazado de siglo XVIII: alguaciles con penacho de plumas de pato y terciopelo rancio, jacos mal comidos, pencos proletarios con el colchón a cuestas y una vistosa cuadrilla de serpientes emplumadas con gorro de astracán sintético. El turista saca hasta la punta de la nariz la bola de los ojos y pregunta:

-¿Dónde está el toro?

-No ha venido.

-Ah.

-Tenga un poco de calma. Ahora llega.

-¿No lo traen los toreros?

-A veces. No siempre.

El turista cree que cada matador trae su toro desde el hotel atado como una cabra. No es así. Cuando se despeja la plaza el toro sale por esa puerta de enfrente. Sale despendolado, comienza a dar vueltas, se pega unos coscorrones en el burladero pensando que detrás está el útero de su madre y de pronto se para en medio del ruedo sorprendido al ver a un señor con una boina rara, los calcetines color de rosa y las hombreras relampagueando vidrios que se acerca a saludarle sin conocerle de nada con una especie de cubrecamas en la mano. El toro se lleva un susto enorme, como se lo llevaría cualquiera en su lugar. Y entonces embiste como hace media España contra la otra, con la misma raza que un teólogo cuando no le das la razón, igual que un poder fáctico si le llevas la contraria. El torero aparta el cubrecamas y la mole pasa. El turista ya se ha fijado en la divisa que trae el animal colgada de la paletilla.

-¿Esa flor es natural?

-Sí, señor.

-¿Cómo se llama?

-Caricia vulgar. O amapola de empresario.

-¿Los toros nacen con ella puesta?

-Más o menos.

El toro se da unos viajes a medio metro de la barriguita del héroe. A eso los poetas lo llaman verónicas de alhelí y los filósofos arte en el tiempo o esculturas semovientes. El público grita invocando a Alá en tierra de cristianos o a un sobrino suyo que atiende con el nombre de olé. Hasta ahora todo el mundo parece contento, menos unos progresistas del ocho que vociferan al ver que el animalito trae una pata chula. En seguida sale un picador encaramado en un tanque de guata y un jamelgo hace de costalero con un ojo tapado para que no mire lo qué se le viene encima, aunque lo sabe. El toro se arranca contra la carroza y el gordo de arriba le arrea una lanzada en la espalda, completamente a traición, y al instante aparece un estofado de carne molida en el morrillo de la fiera, que chorrea. patas abajo. En el desolladero se relamen ya las moscas invitadas a la fiesta, mientras el animal hunde el testuz en la casamata en busca del responsable mentándole la madre al gamberro que desde lo alto, abierto de piernas, con las botas a salvo dentro de un caldero, lo fríe a puyazos. El turista es profesor de Etnología en la Universidad de Ohio y en este preciso momento desea vomitar la paella con sangría que acaba de tomar en un mesón de la calle de Segovia.

-¿Por dónde se va?

-Allí lo pone. Vomitorio número 4.

-Muchas gracias.

-Aunque puede echar la paella aquí mismo. Estamos entre amigos.

Un pincho de morcilla sin derecho a cabrearse

El profesor se había creído la cosa de Hemingway, que en esto de los toros era un soguilla bastante infeliz, aunque tenía mejor estómago que este turista, caído en las Ventas en su año sabático. Y en eso una trompeta da un toque desgañitado y se cambia el tercio. Ahora llegan los banderilleros, por regla general de culo bajo y con algunos kilos de más, y acaban por poner a aquella mole ensangrentada como a un cristo. La estampa del toro, deslumbrante al salir del chiquero, va cogiendo una estética de pincho de morcilla, lleno de palos prendidos con un arpón en el costillar. Los entendidos examinan con rigor si el animal saca la len- Pasa a la página 12 Viene de la página 11 gua, muge, escarba o se queja de algo. Al parecer eso está muy mal visto. Hasta el hippy más soso blasfema si le pisas un callo, pero el toro tiene obligación de demostrar en medio ¿te la desgracia que es todo un hombre. En este preciso instante el bicho está cabreado con toda la razón del mundo, aunque ignora que le queda lo peor. La serpiente emplumada se quita el gorro y se lo echa a una señorita de la tercera fila para que se lo guarde un rato, mientras va a darle los santos óleos a un moribundo y vuelve en seguida. Los progresistas del ocho, que todavía se creen eso de Grecia, piensan en Teseo y Ariadria, en el minotauro dentro del laberinto, pero este minotauro está alimentado con piensos Sanders y sólo quiere irse con su madre o que llamen al médico de guardia. No hay escapatoria. El torero le pega veinte mantazos junto al carril, y el pincho de morcilla, en la medida de sus fuerzas, hace cuanto puede para que este Teseo de sindicato levante un fajo de billetes a su costa. Si el asunto no ofrece peligro, el héroe sigue haciendo cosas con el delantal, pero si la morcilla se pone borde, entonces abrevia. Coge el sable y empieza a darle navajazos buscando hueco en medio del estofado. Al final el toro cae, como cualquier hijo de vecino. La gente aplaude y el profesor de Etnología, recién vomitado, regresa a la almo hadilla.

-¿Cómo ha ido eso?

-No he encontrado el vomitorio, pero he echado la paella en el bolsillo de un acomodador.

-¿Le ha dado propina?

-Cinco duros. ¿Está bien?

-Es la costumbre.

En el desolladero las moscas están sentadas a la mesa y también aplauden cuand entran las mulillas bajo el relámpago del látigo arrastrando el menú del día. Un equipo de cirujanos con guardapolvo de hule maneja el hacha sutilmente contra el recién asesinado entre tábanos y japoneses, que se ha cen retratos junto a la cabeza separada de la fiera. Lejos de este matadero turístico de estilo mudéjar hay vaguadas con jaras floridas en el valle del Tiétar, sotos húmedos donde en el siglo XVI.se escondía el ciervo vulnerado de san Juan de la Cruz. No es que uno sea mariquita ni haga nada por llevar el hilo musical a los mataderos municipales. Se trata simplemente de contemplar la estampa feliz del animal más bello de la creacion suelto por el campo con flores en las pezuñas, en medio de una extensión de espliego que cabecea con la brisa y le cosquillea el braguero. Paco Camino invita al artista pintor, al diputado comunista, al fotógrafo y a este que suscribe a dar un paseo en Land Rover dentro de los cercados de reses bravas. No es por nada, pero allí se ven dulces ternerillos amamantándose de la madre, se mentales que le guiñan el ojo a una amiga íntima, toros que te miran con gran filosofía de la vida. A todo esto, el pájaro canta en la rama. Paco Camino, en su finca de Madrigal de la Vera, tiene unas puntas de ganado bravo sólo para divertirse en su tentadero de juguete y hacer pulso con las vaquillas entre dos tacos de jamón, con la bota de vino en el burladero.

-Yo empecé a torear con pantalón corto. Mi padre era banderillero y conocía a los ganaderos de allá abajo. Como me veían con trazas desde niño, me invitaban siempre. Mi padre estuvo emmi cuadrilla hasta que gané tres millones de pesetas. Entonces, al saber que el negocio de la panadería ya estaba salvado, me dejó solo.

-También irías por las capeas, como todos.

-Eso no lo he tocado.

-Dicen que tú conoces mucho al toro.

-Como cualquiera.

-Los hay que no, se enteran.

-Durante la lidia el toro cambia de parecer muchas veces, porque aprende cosas en seguida. Unos toreros lo ven antes y otros después. Paco Camino se sube la pernera del pantalón y cuenta cicatrices en la pantorrilla; desppés señala las del muslo, las de la tripa y así hasta llegar al bordado de color malva de la nuez. Es el recuerdo de sus errores en la plaza. Pero este torero es un triunfador, la aventura le ha salido redonda desde aquella panadería de Camas hasta lo alto del caballo, aquí, en el valle de su propiedad. Ño se ha visto obligado a andar con el fardo a cuestas por las capeas de los pueblos, donde los mozos le cortan los testículos al toro para ofrecérselos a la novia en el balcón o, en su defecto, si ésta le hace ascos, a la pátrona del lugar en el camarín de la ermita. Se ha ahorrado esa lluvia de palos, ilisultos y gritos bajo el polvo de la sequía, los toros ensogados, las bolas de fuego con que la raza celebra.su propio destino, eso que harán con ella a la menor ocasión, mientras en los corrales de la aldea, a modo de poder fáctico, aguarda al maletilla un profesor de latín de siete hierbas muy placeado.

El vaquero de 'boutique' y los charolés suizos

Paco Camino está ya aburrido de la flesta, según se ve. Ahora pone todo su interés en que los charolés suizos críen una culata bien gorda para que los turistas se la zampen en el Mundial. Monta a caballo y se pasea como un vaquero de boutique entre mugidos ecologistas guiando al ganado manso hacia la ladera. El diputado comunista está allí y no dice nada. Probablemente tiene la cabeza puesta en la revolución de la cultura a través de la escuela taurina. El pintor José Díaz se abraza el pecho; muy abierto el compás de las piernas, observa el solomillo de las terneras, pone cara de pensador profundo y dice:

-Estas también tienen los días contados.

-Sí.

-En el matadero público no se andan con bromas.

-Ya.

-Allí la faena es más corta.

-Pero nadie aplaude.

Sería cosa de ver un matadero municipal con la taquilla abierta y al pueblo lleno de fervor pidiendo la oreja para el matarife que ha apuntillado al primer golpe a una vaca melera, o a una oveja merina, o a un cerdo de bellota. En la calle de la Victoria todavía no se venden entradas para este festín. En las tascas de azulejos con carteles, cabezas de toro disecadas, guindillas, retratos de diestros antiguos, pajaritos frítos, gambas al ajillo y castoreños de picador en salmuera; en la calle de la Victoria se Mueve el mundo bajo de la fiesta entre limpiabotas que un día empeñaron el colchón para ver, a Joselito y vendedores de lotería que recuerdan aquella tarde en que a Granero un toro le metió el cuerno por el ojo.

-En esa mesa se sentó Hemingway, así, como lo ve.

-Y qué.

-Aquel sí que era un tío.

-Un pardillo es lo que era. Se creía cualquier cosa que le dijera un tipo con patillas en el callejón.

Alrededor de la matanza de San Isidro, en el laberinto de la callé de la Victoria, se gasta una filosofia de picador retirado. Por allí va un turista abanto buscando una entrada para la escabechina de la tarde. Un reventa cojo se abre de capa y lo recibe con una vercinica ceñida.

-Mister, mister, ¿quiere sombra?

-¿Cuánto?

-Diez mil por ser para usted, que es rubio.

-Okey

No escarmientan. El toro está, en el chiquero, aunque,antes ha pasado por la barbería. El, torero está en el hotel, tumbado mirando al techo. El famoso colorido de la fiesta, compuesto por camisas de El Corte Inglés, enciende el puro de la. sobremesa. Las moscas piden la vez en el desolladero. En el valle del Tiétar cantan los mirlos, las jaras están, floridas, muge el ganado y un torero contempla el horizonte de su propiedad por encima de un par de huevos con chorizo.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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