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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Solución en el Parlamento o elecciones generales?

MINIMIZAR LA importancia de la dimisión del presidente del Gobierno en un momento de grave ruptura interna en su partido y cuando paradójicamente parecían hacerse esfuerzos cotidianos por resolver la construcción del Estado de las autonomías y enderezar -con la colaboración de las fuerzas sindicales- la situación económica no conduce a nada. Este es el hecho político más grave de los sucedidos después de la muerte de Franco, y lo es, sobre todo, porque no ha sido explicado suficientemente, porque aumenta las sospechas sobre las, presiones involucionistas y porque rompe el proceso de normalización política español. La debilidad del presidente, dimitiendo antes del congreso de su partido -aun si la dimisión le ha sido solicitada, cosa que se desmiente por repetidas fuentes oficiales-, revela además la flaqueza del liderazgo político de UCEi y hace suponer la entidad de las presiones recibidas.¿Cuáles son las verdaderas razones de la dimisión? Esta es la pregunta inicial, y la más comprometida, de cuantas puedan hacerse. Si es cierto, como algunos rumores que corrieron el miércoles por Madrid insinuaban, que se habían registrado tensiones militares, habría que añadir que la situación adquiriría perfiles preocupantes. En cualquier caso, aunque estas tensiones no sean ciertas -y se han desmentido profusamente-, la sola posibilidad de los rumores indica que la sociedad española no ha sabido despojarse de viejos fantasmas. Si el Rey hubira tenido que intervenir -y para nadie es un secreto que el nombramiento inicial de Suárez se debe en realidad de manera casi exclusiva al Monarca-, la gravedad apuntada sería aún mayor. No se conocen, sin embargo, motivos suficientes que justificaran una involucración del Trono de este género, pero es sabido que el propio Suárez ha declarado a sus íntimos que si se mantenía en el poder podía acabar cercenando a la Corona. Si ha sido la presión de los sectores reaccionarios de UCD y la derecha española, amparados en la llamada ala crítica, habrá que felicitar a estos demócratas de nuevo y viejo cuño que, con sus apetencias inusitadas y sus querencias inconfesables, han logrado abrir una crisis profunda para nadie beneficiosa. Y si se debe exclusivamente a la falta de capacidad del propio Suárez, a su derrumbe psicológico y a sus pocas defensas políticas, habrá que convenir que la irresponsabilidad suya y de su equipo a la hora de presentarse a las elecciones resultará memorable.

Por lo demás, resultan ridículas algunas tesis que corrían ayer por los pasillos de UCD, según las cuales el presidente intentaba una maniobra a lo Felipe -irse para luego volver-. No puede volver quien de manera sorpresiva y sin explicaciones razonables ha puesto al país al borde del vértigo. Así no se gobierna una nación en democracia.

Una palabra sobre el vértigo. Hemos dicho muchas veces que era necesario para garantizar la estabilidad política española cara al futuro que se mantuviera el actual período legislativo hasta su fin natural. Y que las torpezas y errores de la derecha ucedista en el poder se podían y debían medir ante las urnas en unas elecciones generales. Por poco o mucho que nos gustara Suárez como presidente del Gobierno, es preciso y necesario recordar que lo era después de encabezar la lista ganadora en unas elecciones generales libres y democráticas, expresión de la voluntad popular. Y a esas elecciones UCD acudió potenciando, explotando y mitificando la imagen del presidente dimisionario.

Las tensiones surgidas en el Gobierno y su partido a partir de marzo de 1979 han sido originadas fundamentalmente por la presión de sectores tradicionales de la gran derecha sobre lo que consideran una política no coherente con el electorado ucedista en lo que se refiere al derecho de la familia, la economía y la enseñanza, así como en la construcción del Estado, de las autonomías.

La Iglesia en los temas morales, amplias zonas militares en el autonómico y sectores de la oligarquía financiera respecto a la fiscalidad y a la política económica se han mostrado crecientemente descontentos a lo largo de los dos últimos meses. Suárez se esforzó en septiembre del año pasado, con lo que ha sido el último de sus Gobiernos posibles, en restaurar la coalición de tendencias e ideologías que configuraron UCD a la muerte del dictador. La impresión primera que percibimos ahora es la incapacidad permanente del partido en el poder para ofrecer una alternativa democrática, sin dada por la identificación de los intereses que priman en UCD con los representados tradicionalmente por el apara lo burocrático y político del anterior régimen.

Durante los últimos meses hemos venido manteniendo la tesis de que, pese a los numerosos errores gubernamentales, la crisis del poder y su erosión ante la opinión pública radicaba fundamentalmente en los ataques contra las libertades y las instituciones democráticas. El secretismo permanente que en torno a los asuntos de Estado ha rodeado, y sigue rodeando, a este país es impropio de una nación civilizada que ha dado ejemplo de serenidad popular y de capacidad de autogobiemo en los más recientes y difíciles momentos de su historia. La sospecha de que sólo una presión fortísima y ajena a la propia UCD ha podido hacer tomar la grave decisión al presidente Suárez va a ser difícil de disipar. Pero, en cualquier caso, es sencillamente un insulto al pueblo español irse como Suárez se ha ido, dando una espantada digna de la famosa e histórica de El Gallo. Es una vergüenza que el primer partido del Parlamento no sea capaz de explicar la dimisión de su propio presidente. Y es una lástima que se rompa así el periodo de necesaria normalización política. UCD está descalificada ante la opinión pública para sucederse a sí misma mediante el mecanismo de los acuerdos parlamentarios y las mayorías ficticias. No es una crisis de Gobierno ante lo que nos hallamos, sino una escalada permanente de las fuerzas reaccionarias de este país.

El Rey ha de comenzar ahora las consultas para la formación de un nuevo Gabinete. Desde el punto de vista de la normalidad constitucional, lo deseable sería que se pudiera crear un Gobierno capaz de acabar el actual período legislativo. Pero las dudas sobre la propia dimisión de Suárez, las tensiones experimentadas en el seno de UCD, la precariedad de la situación del partido aconsejan la convocatoria, cuanto antes, de unas elecciones generales. Lo decimos con desgana, porque esta no es una buena noticia, y porque hubiéramos querido un final más digno para esta etapa, en la que el propio Suárez ha hecho mucho por este país. Pero es la voluntad de los españoles, y no el deteriorado prestigio de la clase política gobernante, la que puede y debe dar respuesta a la crisis planteada.

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