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Reportaje:De la revolución cultural a la transición posmaoísta / y 3

Vida cotidiana en la China de hoy: un país pobre, con moral estricta y sin vacaciones

Bien, han pasado muchas cosas en China durante los últimos quince años, pero, ¿qué huella han dejado en el pueblo? ¿Cómo vive ahora la gente? Estas preguntas se repiten con frecuencia, y para contestarlas hay que tener en cuenta que China es el país que dispone de menos tierra cultivada por habitante en el mundo. Desde sus escasos doscientos dólares de renta per cápita -datos muy recientes parecen anunciar una revisión a la baja de dicha cantidad-, la alimentación y el control de la natalidad son las preocupaciones que más influyen en la vida de los habitantes de la República Popular.Para disminuir el ritmo de crecimiento de la población se han adoptado todas las medidas posibles, incluidos los premios para quienes acepten la esterilización, que, según, parece, afecta ya a más de 150 millones de personas. Existe una fuerte campaña para que cada pareja tenga un solo hijo; al casarse deben presentar su «plan familiar», en el que se comprometen con el Estado a tener un sólo descendiente, y a cambio obtienen facilidades en el alquiler de una vivienda o garantías de escolaridad para su hijo. Esto se cumple en las ciudades, pero no en el campo, donde reside el 80% de la población china. Una ley muy reciente prohíbe a los hombres contraer matrimonio antes de los veintidós años, y a las mujeres, antes de los veinte; están «mal vistas» las relaciones prematrimoniales, y no es sencillo conseguir el divorcio. El régimen comunista mantiene un espíritu de moral estricta como principio de buena convivencia, y es curioso que en noviembre pasado se publicara un extenso reportaje sobre España en Diario del Pueblo, destacando que nuestro país está invadido por la pornografía.

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Todo el mundo dispone de un techo bajo el que cobijarse, aunque lo normal es que el chino no tenga «una casa», sino «una habitación», en la que viven padres e hijos, e incluso abuelos. La media en Shanghai (once millones de habitantes) es de cuatro metros cuadrados por persona, según cifras oficiales, tal vez algo hinchadas.

Lo que comen los chinos

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La alimentación parece alcanzar a la gran mayoría, tal vez a la totalidad de la población. Ahora bien, ¿qué clase de comida es la suya?, Nada tiene que ver la mesa del pueblo con los banquetes oficiales y la que se ofrece a los extranjeros. La alimentación es el capítulo más importante de los gastos de los chinos: pueden destinar a ella casi la mitad del sueldo, lo cual les permite comer arroz, verduras, sopa y -alternativamente- algo de pollo o cerdo, o algo de pescado, por supuesto de especies «locales», puesto que no hay un abastecimiento organizado desde las costas al interior. La fruta es un artículo de lujo, que se ofrece al visitante

El país no tiene equipamiento para conservar alimentos. Las casas carecen de electrodomésticos; empieza a promocionarse el televisor, pero todavía está circunscrito a lugares colectivos (como nuestros teleclubes de épocas pasadas) y al 8% o 10% de los hogares urbanos. Muy recientemente ha habido noticias sobre instrucciones a las fábricas de electrodomésticos para que incrementen su producción, pero es inútil pensar en un equipamiento masivo a corto plazo, puesto que sólo en las ciudades viven doscientos millones de personas, tantos como en Estados Unidos.

¿Cuánto gana un obrero en China? Los salarios de la industria oscilan entre treinta y ochenta yuanes al mes (1.500 a 3.500 pesetas), distribuidos en ocho niveles, algunos de los cuales pueden mejorarse con primas individuales a una mayor producción, en virtud de las reformas posmaoístas. Un director de fábrica, con un salario de cien yuanes (5.500 pesetas), constituye uno de los rangos más elevados que pueden alcanzarse. Los «trabajadores intelectuales» y los funcionarios ganan más o menos lo mismo, pero no tienen derecho a incentivos. El maestro, por ejemplo, se encuentra en los últimos lugares de la consideración social.

La enseñanza gratuita se extiende en China desde los seis hasta los trece años. La Seguridad Social es gratuita para los trabajadores, pero no para sus familias, que deben pagar la mitad del costo de la asistencia; por cierto, la acupuntura es sólo la medicina de los más pobres, y el que puede, pide medicina occidental.

No hay vacaciones en China, excepto para los trabajadores de la enseñanza, que reciben así su única compensación al mínimo sueldo. El resto de la población urbana tiene libres un día a la semana -que puede coincidir o no con el domingo, según las necesidades del trabajo- y algunos festivos, tales como el 1º de mayo o la fiesta nacional. Ni existen vacaciones, ni hay perspectivas de que puedan implantarse; China necesita de todos sus brazos, y tampoco hay capacidad económica como para organizar actividades relacionadas con el ocio, de modo que, ¿para qué las vacaciones?

El hormiguero humano

El vestido y el transporte se encuentran igualmente condicionados por su renta per cápita. En invierno, el hormiguero humano es azul, gris o verde, únicos colores de sus trajes habituales, producidos masivamente para equipar a toda la población. La aparición del color verde se debe a la inclinación de los jóvenes a utilizar uniformes militares, que sólo se diferencias de los que llevan los soldados en la falta de la estrella de cinco puntas en la gorra. Al sur del país, en las regiones semitropicales, la vestimenta se hace algo más colorista y variada, sobre todo en las mujeres.

El hormiguero humano se mueve a pie, en trolebuses o autobuses, o en bicicleta. El rasgo más conocido de las ciudades chinas son sus masas de ciclistas cubriendo las calles y la escasez de coches; es menos conocido que las bicicletas carecen de luces, y que los automóviles, aunque escasos, deben llevar sólo las luces de posición, con lo cual, circular por la noche en una ciudad china o en las carreteras de acceso, es adentrarse en un mundo de sombras donde puede ocurrir cualquier cosa. Lo más divertido es hacerlo de día: coches, camiones, bicicletas, niños haciendo gimnasia, soldados a paso ligero, carricoches, búfalos, caballerías, todo está mezclado en un enorme revoltijo. Suele haber un poco más de orden en el centro de las ciudades, donde guardias sin armas vigilan el tráfico desde cabinas de cristal provistas de altavoces, lo cual no impide que los ciclistas se metan por medio de los coches y crucen las avenidas en lo que a uno le parece un generalizado intento de suicidio, pero que, según los expertos, consiste en una absoluta falta de conciencia sobre los peligros de la civilización del automóvil.

Las actuales autoridades parecen dispuestas a disminuir el ritmo de las inversiones productivas y ocuparse más de la construcción de casas y de la industria de bienes de consumo. Como medida psicológica, han aparecido vallas de publicidad en las calles y hay anuncios en la televisión, lo cual es un síntoma de «estímulo a la competitividad» de las empresas, pero, sobre todo, preparación psicológica de la población para remover la pasividad de una vida sin iniciativas.

La autonomía empresarial -dentro de una planificación que se mantiene-, junto con la atribución de una gran importancia a los técnicos que dirigen los centros de producción, constituyen dos reformas posmaoístas. Se encuentra en ensayo un sistema de elección de directores por los representantes de los trabajadores, en lugar de ser designados por las autoridades. El tiempo establecerá la eficacia o ineficacia de estos intentos, y así, mismo determinará si la situación de atraso se debe realmente a la revolución cultural o responde a otras causas. No debe olvidarse que hace medio siglo, miseria y feudalismo eran elementos esenciales de la vida cotidiana en China.

Mención aparte merece la solución que las autoridades, chinas han adoptado respecto a la convivencia con extranjeros.

Estos viven en barrios modernos especialmente reservados para ellos, vallados en su totalidad y custodiados por el Ejército. Generalmente les atienden gran número de servidores, además de los imprescindibles intérpretes en los centros de trabajo. Por todo este personal se paga ocho o diez veces más del sueldo que ellos perciben. Los precios para turistas y residentes extranjeros suelen ser «políticos»: no responden al coste de un servicio, sino al precio fijado por las autoridades, que tienden a obtener una gran plusvalía para el Estado de la curiosidad extranjera por su país, o de la necesidad de mantener embajadas, oficinas comerciales o delegaciones.

Algunas comunidades extranjeras tienen organizados viajes periódicos a Tokio o Hong Kong, y perciben fuertes compensaciones económicas por su estancia en Pekín; por supuesto, esto no afecta a los españoles, que, salvo excepciones, tienen que limitarse a dar vueltas por sus casas, mientras piensan en las vacaciones pasadas o sueñan con las futuras. No hay bares, no hay apenas espectáculos -la ópera de Pekín da para un par de veces-, sólo existe media docena de restaurantes públicos; no hay prostitución, no hay prácticamente mercado negro, no hay facilidades para relacionarse con chinos/as; para salir de la ciudad hay que solicitar salvoconducto y justificar el motivo del desplazamiento. Alquilar un apartamento cuesta 40.000 pesetas mensuales, conectar un teléfono alcanza las 25.000, comprar una cama se pone en las 24.000, el litro de leche alcanza las setenta pesetas, el kilo de ternera las ochocientas.

Por tanto, la felicidad no es la característica más generalizada de los extranjeros en China. Claro que la mayor parte de ellos no utilizan el metro, y así se pierden el detalle de que al hombre de rasgos occidentales se le ceda inmediatamente un asiento en los trenes.

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