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Entrevista:

"En el asalto a la Embajada de España murieron 39 personas porque lo quiso el Gobierno de Guatemala"

El próximo día 31 de enero se cumple el primer aniversario del asalto e incendio de la Embajada de España en Guatemala por fuerzas de la policía guatemalteca. Treinta y nueve personas fallecieron en el ataque del que sólo resultó único superviviente el embajador de España, Máximo Cajal, quien, ahora, en unas declaraciones a EL PAÍS, acusa a los asaltantes de una acción irresponsable y deliberada, a la vez que culpa a las autoridades de Guatemala de los hechos. En sus afirmaciones, Cajal señala que el Gobierno de Guatemala no cumplió, hasta el momento, ninguna de las condiciones exigidas por España para el restablecimiento de relaciones diplomáticas.

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Pregunta. Un año después, ¿cuál es su perspectiva de los trágicos acontecimientos de la Embajada de España en Guatemala? ¿Qué ocurrió el 31 de enero de 1980?

Respuesta. Cuando la violencia deja de ser un tema académico; cuando sus víctimas no son seres anónimos o configuran abstractos datos estadísticos; cuando se sufre la represión en la propia carne, la serenidad se quiebra. No puedo recordar el 31 de enero de 1980 sin los mismos sentimientos de rabia y de impotencia que me dominaron a lo largo de aquellas horas. Treinta y nueve mujeres y hombres murieron porque así lo quiso el Gobierno de Guatemala. Reitero ahora cuanto entonces dije. Todos pudieron haber salido con vida si se me hubiera permitido negociar con los ocupantes, si a éstos la policía no los hubiese acosado hasta la desesperación y, en última instancia, si se hubiera permitido a los bomberos y a la Cruz Roja rescatar a todos del fuego. Si entonces afirmé que la policía había actuado «brutal e irresponsablemente», hoy añadiría que también lo hizo deliberadamente. No hubo precipitación por su parte, como a modo de excusa alegara el canciller guatemalteco. Las autoridades de Guatemala, que no podían permitir que se investigaran las presuntas atrocidades del Ejército en El Quiché, como exigían los ocupantes, perseguían que estos últimos se entregaran sin condiciones, negándoles las garantías mínimas para su integridad, o que nadie, sin excepción, saliera de allí con vida.

Desatendiendo mis reiteradas peticiones de que se retirara la fuerza pública; desoyendo una gestión expresa del ministro Oreja apoyando mi solicitud; ignorando llamamientos semejantes formulados por Molina Orantes y Cáceres Lenhoff; en flagrante violación del derecho internacional, las fuerzas de seguridad, cumpliendo instrucciones muy precisas, violaron una sede diplomática en un acto que, por sus consecuencias, no tiene precedentes. El famoso plan de subida, supuestamente hallado en poder de los estudiantes y campesinos, la cantidad y calidad de los alimentos que llevaban consigo, si algo demuestran es que no integraban un comando suicida, que pretendían una estancia prolongada, y a ser posible pacífica, en la Embajada. Nunca un estallido de violencia como el que desencadenó la policía. Las extensas declaraciones hechas en Panamá por Elías Barahona, ex jefe de Prensa del ministro guatemalteco del Interior (declaraciones que, por cierto, apenas tuvieron eco en España), confirman plenamente cuanto antecede.

Finalmente, el régimen de Guatemala, cuyo carácter represivo dejan diariamente al desnudo las informaciones publicadas en la Prensa internacional, se lanzó a una campaña de desprestigio contra el embajador de España con objeto de desacreditar al único testigo vivo de la tragedia, tras el asesinato de Gregorio Yujá, el otro superviviente.

'Ruiz del Árbol, hombre ejemplar'

P. El Gobierno de Guatemala ha intentado justificar el comportamiento de la policía por cierta supuesta politización de la Embajada; por su visita a El Quiché y por la presencia de tres personalidades guatemaltecas en la cancillería. También ha circulado el rumor en medios diplomáticos españoles de que un compañero suyo le había acusado de comunista ante aquellas autoridades. ¿Qué hay de cierto en todo ello?

R. En ningún caso el comportamiento de la policía tendría justificación, pues violó normas muy precisas de derecho internacional. Con independencia de ello, quiero dejar muy firmemente establecido que, como no podía ser menos, la actuación de la Embajada y de su, titular fue en todo momento escrupulosamente respetuosa de los asuntos intemos de aquel país. Lo que sí hubo fue una celosa preocupación, que yo compartía con el hombre ejemplar que era Jaime Ruiz del Árbol por la seguridad de nuestros connacionales.

A esa preocupación respondió nuestra breve estancia en El Quiché, donde prácticamente la totalidad de los religiosos que ejercían su misión eran españoles. Sobre muchos de ellos pesaban graves amenazas anónimas, cuyo origen, sin embargo, no nos era desconocido. Aquel viaje fue planeado y realizado con la expresa autorización del palacio de Santa Cruz. Yo mismo lo anticipé a la Cancillería guatemalteca, en con versación con su jefe de protocolo, embajador Chocano. No había, pues, clandestinidad alguna en la visita. En ningún momento man tuvimos contacto con nadie que no fueran aquellos sacerdotes y monjas, a quienes queríamos testimoniar personalmente que la Embajada velaba por ellos en las difíciles circunstancias en que se encontraban. Dormimos en sus parroquias y compartimos su pan. Nuestros temores no eran infundados. Hoy, la diócesis de El Quiché carece de asistencia religiosa. Nuestros com patriotas se han visto forzados a abandonarla, regresando en su mayoría a España, so pena de ser asesinados. Dos de ellos, los padres Gran y Villanueva, tuvieron menos suerte. Quedaron para siempre en Guatemala, víctimas de la represión.

En cuanto a la última parte de su pregunta, estoy seguro de que comprenderá que, ni siquiera a título de hipótesis, pueda hacerme eco de ella. Me resulta imposible, creer que nadie pueda ser tan abyecto.. P. Con motivo de la ruptura de relaciones con Guatemala, el Gobierno español pidió el esclarecimiento de los hechos, la identificación de los culpables e indemnización por los daños morales y materiales ocasionados. Estas exigencias no se han cumplido. ¿Qué opina de la situación actual y de la eventualidad de una normalización de las relaciones? R. Si me atengo a la acogida que, hasta la fecha, han tenido lasjustas exigencias españolas, una conclusión me parece obvia: el Gobierno de Guatemala no ha satisfecho una sola de ellas. Difícilmente podía ser de otro modo, dado quienes fueron los responsables de lo sucedido.

Pero por no ser hoy un espectador desapasionado del drama que vive Guatemala, sí confío en la normalización de las relaciones entre ambos países una vez reparado el daño causado al nuestro y, sobre todo, en que el pueblo guatemalteco alcance pronto el futuro de paz y de libertad que merece.

'Creciente presencia económica'

P. ¿No cree usted que contradice la política de ruptura de relaciones hechas como la concesión por España de un crédito de 120 millones de dólares a Guatemala, la ampliación de las actividades de Hispanoil, etcétera? ¿Hasta qué punto los intereses económicos no han incidido en la campaña de difamación contra usted?

R. Corresponde a nuestro Gobierno, que decidió la ruptura, apreciar si existe o no contradicción entre esta medida y una creciente presencia económica española en Guatemala, con los intereses creados que ello comporta. Desde mi personal óptica estimo que un crecimiento desmesurado de nuestro compromiso económico allí puede desvirtuar la opción política que supuso aquella decisión, reduciéndola a una simple fórmula jurídica vacía de contenido. Puedo añadir que relevantes personalidades guatemaltecas me han expresado en reiteradas ocasiones su grave preocupación, tanto ante la eventualidad de un restablecimiento de las relaciones en las presentes circunstancias, como ante unas inversiones españolas de las que, subrayan, el pueblo guatemalteco no es el principal beneficiario.

Desconozco el alcance de una posible participación española en la campaña guatemalteca contra mi persona, aunque no cabe excluirla. Desde luego ciertas conexiones personales vinculan en exceso a determinados intereses económicos españoles con los actuales dirigentes de Guatemala. Experiencias conocidas aconsejan a mi entender que, con vistas al futuro, se preste a este tema la mayor atención.

P. ¿Ha habido algún recelo hacia usted por parte de la carrera diplomática? ¿Por qué renunció a la Embajada de España en la India?

R. Si, a título individual, mis compañeros me testimoniaron masivamente su solidaridad, no es menos cierto que eché de menos el apoyo corporativo de la Carrera. Sería injusto, sin embargo, no recordar aquí el público y decidido respaldo que en aquellos días me prestó el ministro Oreja, en su intervención ante la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, el 7 de febrero de 1980, así como el que unánimemente me ofreció esta Comisión, en resolución de aquella misma fecha.

Como diplomático de carrera soy muy exigente con el servicio, con mi propia dignidad profesional y, sobre todo, con la dignidad del Estado. Pienso que un atentado al honor, y no digamos a la vida, de sus representantes es una ofensa a España. Apenas restablecido, me fueron anunciados reiteradamente ciertos signos externos en reconocimiento de mi actitud en aquel trance, ninguno de los cuales acabó de materializarse. En agosto pasado había tomado mi decisión. Consideré que, en tales circunstancias, no podía asumir el alto honor que para mí suponía representar a España en el exterior. No podía,admitir la más leve duda, el menor recelo sobre mi gestión en Guatemala. Naturalmente soy el único responsable de esta interpretación de los hechos. También decidí entonces salir, por una sola vez y en el momento oportuno, del silencio en que, desde un principio, me había mantenido.

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