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La Unión Soviética y la Conferencia de Madrid

La Unión Soviética siente actualmente una genuina aversión hacia la política de distensión y teme sus consecuencias para la estabilidad de su dominio sobre la Europa del Este. Pero no parece que tenga valor para poner fin al proceso de distensión, pues teme aún más los efectos negativos de una ruptura definitiva del diálogo Este-Oeste.Este parece ser el significado de las acciones de retaguardia que está librando una patrulla de veteranos soviéticos a cuyo frente se encuentra Leónidas Ilichev, el diplomático que, siguiendo la tradición de Molotov, celebró negociaciones con los chinos durante trece años sin ceder jamás un ápice.

En Madrid, sin embargo, la demostración de fuerza de Ilichev acabó con un débil acuerdo que permitió el inicio de la Conferencia sin un orden del día, y que permitirá al bloque del Oeste tratar las transgresiones soviéticas y las violaciones de los acuerdos de Helsinki. A pesar de esto, los soviéticos evitaron comprometerse por adelantado a la continuación, tras la Conferencia de Madrid, del «proceso de Helsinki» (léase «proceso de distensión»).

Para entender el comportamiento de los soviéticos hay que recordar el complejo significado de la distensión. Tal como lo demostraban los acuerdos de Helsinki, la distensión tenía dos significados contrarios. Entrañaba el reconocimiento por parte del bloque occidental del imperio soviético, fortaleciendolo. Pero ponía en marcha un proceso político que rompía en parte el aislamiento soviético, y los crecientes vínculos entre el Este y el Oeste tenían grandes efectos desestabilizadores en el sistema de poder de la Unión Soviética. Estamos actualmente presenciando tales efectos en Polonia.

En Madrid, los soviéticos han estado sopesando los beneficios y los costes de la distensión, y han dado finalmente una respuesta poco clara. Han estado jugando con la idea de poner fin a todo el «proceso de Helsinki», y con ello a la Conferencia de Madrid, pero han abandonado finalmente tan drástica decisión.

Sí los rusos hubieran, optado por tal medida, habría sido una forma de enviar un fuerte aviso a toda la Europa del Este; si tal decisión se hubiera hecho pública en Madrid, próspera capital de una nueva democracia, habría habido en ello una lógica extraña. Después; de todo, la dictadura española no pudo sobrevivir a los efectos de un proceso parecido a la distensión: fue destruida por la ruptura de barreras entre España y el mundo, por la libre circulación de individuos e ideas entre fronteras.

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"El espíritu de los tiempos"

El final del franquismo representa un fuerte aviso a los sistemas totalitarios de la Europa del Este, igualmente anacrónicos, a pesar de que no se pueda comparar el imperio soviético con España, Portugal o Grecia. Pero se ve igualmente amenazado por el «espíritu de los tiempos» y por el proceso de distensión. Los peligros acabaron por aparecer de manera inequívoca el verano pasado, cuando Polonia inició un recorrido) inexplorado rumbo a mayores libertades.

A principios del verano, nada parecía indicar que la Unión Soviética podría intentar detener la Conferencia de Madrid y el «proceso de Helsinki». Tan sólo en las últimas semanas, y al parecer como reacción a los acontecimientos de Polonia, indicaron claramente que no iban a permitir que continuara el proceso sin ningún tipo de control; a partir de ahora, la continuación del proceso dependerá de su aceptación por la Unión Soviética, aceptación que ya no puede darse por sentada.

Para la Unión Soviética, los riesgos que la distensión entraña son grandes: las fuerzas de cambio tienen cada vez más caminos de entrada en la monolítica estructura de poder de la Unión Soviética. Algunos de los delegados a la Conferencia de Madrid de los países del este europeo dejaron bien claro, en conversaciones privadas, que consideran que la continuación del «proceso de Helsinki» constituye un apoyo esencial y poderoso a sus esperanzas de mayores libertades.

Pero la Unión Soviética se da cuenta de que deteniendo el proceso de distensión en este preciso momento no hubieran conseguido más que acercar Europaa Estados Unidos del presidente Reagan; hubieran debilitado unos vínculos económicos y tecnológicos vitales con Occidente; se hubieran arriesgado a tener que reemprender una carrera armamentista, desaforadamente costosa, con Estados Unidos y sus aliados. El precio de una nueva guerra fría debe haberles parecido finalmente demasiado alto para la enferma economía soviética. De esta manera, el «proceso de distensión» ha sido indultado, al menos temporalmente.

El comportamiento de la Unión Soviética en Madrid supone una seria confirmación de la importancia de la distensión como un poderoso instrumento de política exterior para los países del bloque occidental, quizá el único instrumento real con que contamos para influir en los acontecimientos políticos de la Europa del Este. Demuestra asimismo la vital necesidad de unidad del bloque occidental para poder sacar provecho al proceso de distensión; en Madrid, los soviéticos han intentado una y otra vez separar a los europeos de los norteamericanos, y dejaron que empezara la Conferencia tan sólo cuando se convencieron de que tales intentos habían fracasado.

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