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ANDALUCÍA

Más de medio millón de romeros se concentraron en el Rocío

Con la procesión de la Virgen por la aldea, en medio del entusiasmo de cientos de miles de peregrinos, turistas y mirones, terminó ayer la más universal de cuantas romerías se celebran en Andalucía: el Rocío. Como cada año, se ha superado el récord de asistencia, y más de medio millón de personas han participado, por activa o por pasiva, en los ritos no oficiales del Rocío.

Aún no era de día cuando los almonteños (sólo ellos disfrutan del privilegio de llevar sobre sus hombros a la Virgen del Rocío) saltaron la verja que rodea el altar y pelearon bravamente por sacar la imagen a la plaza donde el gentío se apretujaba por verla. Los aplausos y gritos de «guapa, guapa, guapa», y «bonita, bonita, bonita», y los vivas a la «Reina de las Marismas» y a la «Blanca Paloma», fueron la constante de la procesión.En realidad, son los gritos de toda la romería, que en la mañana del lunes de Pentecostés se hacen más broncos por el polvo y el vino. Junto a ellos, el sonido del tamboril y de la flauta marcan el ritmo de las sevillanas que se cantan y bailan a todas horas y en todos los rincones de la aldea en que se encuentra el santuario. La procesión recorre uno a uno esos rincones, pasando delante de las casas de cada hermandad y sufriendo achuchones y embates de los que quieren tocarla a toda costa.

Como una manifestación religiosa y folklórica sin parangón y un regreso momentáneo a la vida rural, con su libertad y su incomodidad, debe concebirse el Rocío. A pesar de la mayoría de espectadores, la pauta la dan los romeros, los hombres y mujeres que hacen el camino cruzando marismas y veredas de arena durante varios días, montados en las carretas tiradas por bueyes, a pie o -éstos son los menos- a caballo. Dicho sea de paso, el caballista y el carretero tienen aquí absoluta prioridad sobre el peatón.

Estos romeros llegan al Rocío agrupados en sus hermandades, cada una de las cuales responde por el nombre de la población a que pertenecen. Este año han sido sesenta las que han venido, desde los pueblos vecinos o desde Madrid, Barcelona o Las Palmas de Gran Canaria. Precisamente otro de los momentos culminantes de esta romería es la presentación de estas hermandades filiales ante la hermandad matriz, la de Almonte. Este año la emoción subió muchos grados al llegar a la ermita los romeros de Bollullos par del Condado y arrodillarse por dos veces los bueyes que tiraban la carreta del. Simpecado (estandarte que representa a la Virgen del Rocío).

Una fiesta «heterodoxa»

La historia de los retrasos y las heterodoxias se repitió una vez más. Los programas de actos esmeradamente preparados valen cada vez menos, aunque hay ritos -la presentación, el rosario, la misa del domingo- que todas las hermandades tienen que cumplir. Los sacerdotes confiesan durante las veinticuatro horas del día a campesinos que jamás volverán a hacerlo durante el resto del año, y el oficiante pide por la paz, «que no es problema sólo de una buena política», y exhorta a una muchedumbre chillona que llena la iglesia a dejarse penetrar por el Espíritu Santo.De los pueblos de Sevilla, Huelva y Cádiz proceden la mayor parte de estos peregrinos y ellos mismos no aciertan a definir qué les hace sentirse rocieros y emocionarse con una imagen de belleza más bien extraña, una talla gótica del siglo XIII -entonces mandó construir Alfonso X el Sabio la primitiva ermita-, vestida como una gran dama española del siglo XVI. En torno a ella no falta, lógicamente, la inevitable leyenda de la milagrosa aparición, en este caso a un cazador del lugar.

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El Rocío es, también, la festividad por excelencia de las mariquitas (no los gays, que eso es otra cosa), un pedazo de libertad pasajera.

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