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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Umbral, de rebajas

Arturo J. Maruri, de Móstoles, en carta muy literaria, me cuenta que ha visto libros míos (ya lo sabía) a 99 pesetas en los tenderetes nocturnos de la Gran Vía.-Ahora que todo sube, usted baja de precio -me dice el parado, que lía su picadura en la esquina de Castellana (antes Generalísimo, antes Castellana) y prolongación de Recoletos (antes Calvo-Sotelo, antes Recoletos).

-Estoy de rebajas, jefe, que es que en enero no se vende un artículo.

Hay un Umbral de rebajas, de páginas amarillas y sin recuerdo, como hay un Suárez de rebajas que va con sus pesetas democráticas a ver a Carter, y al cambio de la OTAN se le quedan en nada. Como hay un Felipe de rebajas, que hace liquidación de las obras completas de Marx en el tenderete de Santa Engracia (antes García Morato, antes Santa Engracia). Enero es enero, amigo Maruri. Hemos iniciado/terminado década y hay décadas en que no está uno para nada y, sobre todo, para nadie, que ya me han llamado de la revista Dunia para pedirme un artículo sobre la noche de bodas y el matrimonio. El matrimonio también está ya muy rebajado de precio. Es lo primero que le he preguntado a la directora de Dunia:

-¿Y cuanto me va a pagar: 99 pesetas?

Parece que es mi precio al detall, este año. El escandallo, que me han puesto los críticos. Sin embargo, a mí me gusta que mis libros estén en la Gran Vía (antes José Antonio, antes Gran Vía), a 99 pesetas. El señor Maruri me advierte caritativamente de que son libros míos menores. ¿Es que acaso tengo yo libros mayores? Todos mis libros son menores. No cree uno mucho en lo mayúsculo. Siempre he pensado que hay una especie como de gloria inversa y golfa que está en quedar revuelto entre los libros de la Cuesta de Moyano (ante Claudio Moyano, antes Cuesta de Moyano).

Creo haber defendido alguna vez desde aquí a los vendedores callejeros, que son la expresión plural y peatonal de una ciudad democrática en libertad, y si el Metro es hoy el Tercer Mundo madrileño (el primero es el coche y el segundo el autobús), eso hace más transparente la democracia y su lacra. En la India tiran las chabolas con tractores, sin darles otra cosa a los chabolistas. Perón las tapaba con un muro de cemento para que no las viesen los ministros extranjeros. En la Rusia de Potemkim se levantaban decorados de cartón, y Franco inauguró, un Gran San Blas con todo que luego no duró nada. Ahora que los viejos nombres tradicionales (de la tradición otra) afloran de nuevo en las placas y esquinas de las calles, debe aflorar también en las esquinas de la democracia, eso que Larra llamaba las mil maneras de vivir que no dan para vivir.

-Bueno, pero la esquina es mía -salta el parado, poniéndose muy Fraga.

La venta ambulante, callejera y espontánea es una cenefa de vitalidad y miseria, un zócalo urbano del azar y la necesidad por el que podemos leer los sociólogos peatonales cómo va una ciudad, un Gobierno, un país, en cuanto llegamos a él. Me lo dijo Robert Graves en Mallorca, coronado de Claudio:

-Hay que dejar que afloren todos los venenos que nos acechan en el fango.

La ciudad y la democracia se depuran a sí mismas en la transparencia, no en la dictadura. Si siempre he defendido la venta callejera, ahora soy yo mismo mercancía callejera, en algunos de mis libros más hospicianos de editor, y esto me alegra como una campaña de difusión del libro que la vida hace por sí misma, mucho más eficaz que las que no hace el ministro Clavero. «Seis u ocho títulos, seis u ocho lienzos umbralinos, tersos de olvido», escribe el señor Maruri, haciendo a su vez umbralismo. Más vale quedar así en el lector y en el puesto callejero que quedar en mármol ciego que nadie lee. No ya mis libros, sino yo mismo me daría disperso y en rebajas a la eucaristía de la calle. ¿Pero por qué 99 pesetas y no 100? Esa peseta es lo que me duele.

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