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Cuando Jomeini lleva razón...

En una entrevista concedida a EL PAÍS y reproducida en estas columnas el 1 de diciembre, el ayatollah iraní Jomeini declaraba, entre otras cosas: «Nosotros informamos al Papa de los crímenes que se habían cometido aquí, ya que podía no estar informado. Le explicamos al Papa que, ya que se considera Santo Padre y vicario de Cristo el Mesías en la Tierra, debería comportarse como se comportaría Cristo. Si Cristo estuviera aquí, ni el Papa ni las jerarquías religiosas dejarían que Cristo se pusiera al lado de Carter, olvidando a las naciones oprimidas...» No voy ahora a justificarla política «reaccionaria» (en el doble sentido de la palabra) de Jomeini, ni mucho menos las ejecuciones sumarias que se han realizado en nombre de una pretendida justicia islámica. Esto corresponde juzgarlo a los entendidos en la materia. Solamente intento reconocer que, por esta vez, el religioso chiita lleva una parte de razón.En efecto, nos estamos acostumbrando a politizar la violencia, de suerte que consideremos, según nuestra perspectiva, justa a la violencia de derecha o a la de izquierda, siendo así que toda violencia es intrínsecamente perversa según el mensaje evangélico. Es verdad que a lo largo de la Biblia -sobre todo, en el Antiguo Testamento- leemos cosas que hoy nos repugnan de alguna manera: por ejemplo, la atribución a Dios de muertes y matanzas generales de ciudades vencidas, sin excluir a mujeres y niños. Pero también es verdad, como lo acaba de demostrar R. Girard, en su libro Des choses cachées dépuis la fondation du monde (Ed. Grasset, París, 1979), que en la Biblia se superponen dos dinámicas: una que tiende a sacralizar la violencia y otra que intenta condenar la sin paliativos. En este segundo caso está la tradición profética, según la cual los «sacrificios» (de sacrum facere: hacer sagrado) no agradarían a Dios, ya que de alguna manera son una sacralización de la violencia.

Lo cierto es que el Nuevo Testamento da un salto total y niega el pan y la sal a toda clase de violencia, incluso la defensiva: Jesús mismo se deja arrestar prohibiendo rigurosamente a Pedro el uso de la violencia defensiva.

No siempre la Iglesia siguió el Evangelio, aunque en los primeros siglos fue bastante fiel a él, hasta el punto de no admitir en sus comunidades a los que hacían servicio de armas. Pero esto no significa sino que la Iglesia ha prevaricado y se ha desviado de su modelo primitivo. Así hay que reconocerlo con humildad y valentía.

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Pues bien, yo propondría que los movimientos en favor de la vida, como Amnistía Internacional, el Movimiento de la No Violencia y las asociaciones contra la pena de muerte (en cuyas filas militan tantos cristianos) se dirigieran al papa Juan Pablo II e, invocando el Evangelio y su propia encíclica Redemptor hominis, donde parece apostar primariamente por el hombre, lo invitaran a usar de su prestigió para llegar a un acuerdo fáctico entre las dos partes. Eso sí, ambas tendrían que hacer concesiones, mejor dicho, una sola concesión: abolir total, definitivamente la pena de muerte. Aún más, debería dirigirse a la Comisión de Derechos Humanos para pedir insistentemente que se incluya allí expresamente el derecho a no ser ejecutado por ningún motivo de supuesta justicia humana. Solamente así sería justo que se accediese a la petición de Jomeini sobre la extradición del sha. De lo contrario, el mismo Estados Unidos, que todavía (en algunos estados) admite la pena de muerte y la lleva a cabo, no tiene argumentos válidos para negarse a la petición iraní.

¿Que por qué los cristianos pedimos tan tajantemente la abolición de la pena de muerte? Dejo de lado los motivos que pueda aportar una consideración meramente. filosófica y ética. Para nosotros, que creemos en Dios como único juez, no es posible que un ser humano, por muy informado que esté, pronuncie la última palabra sobre un semejante. Sólo Dios conoce las profundidades del corazón humano, y solamente El puede decir «basta» a la existencia humana. El atribuirse el derecho a decir una palabra definitiva sobre la existencia de un hombre (eso es condenar a muerte) sería un rotundo sacrilegio, ya que se pretendería ejercer una prerrogativa exclusiva de Dios.

En una palabra: la Iglesia cristiana, y sobre todo el Papa, no puede seguir discriminando las violencias, sino que debe estar informado de todo aquello que en cualquier coyuntura humana amenaza contra la vida humana y, usando el prestigio internacional que le da su función, salir constantemente a la arena, por encima de consideraciones diplomáticas, que muchas veces son una negación del Evangelio. Solamente así el enviado papal a Jomeini habría podido responder una palabra coherente al religioso iraní cuando éste, ante la petición a favor de los rehenes americanos, le replicó: «¿Dónde estaba el Papa cuando en tiempos del sha se violaban tan escandalosamente los derechos humanos?».

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