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Honores reales en el funeral oficial por lord Mountbatten

Con honores reales, Gran Bretaña rindió ayer un tributo de admiración y homenaje póstumos al último de sus héroes, lord Louis Mountbatten, cuya vida legendaria fue truncada por una bomba terrorista el pasado día 27 de agosto.

Los restos mortales del que fuera conde de Birmania, barón Romsey de Southampton, caballero de la Jarretera, primer lord del Mar y del Almirantazgo, último virrey de la India y primo de la soberana reinante, recibieron cristiana sepultura en el lugar previamente elegido por él, la pequeña abadía de Ronisey, del siglo XII, situada junto a su residencia de Broadlands.Previamente, toda la pompa y el protocolo del antiguo imperio fueron desplegadas en un impresionante funeral oficial en la abadía de Westminster, al que asistieron 2.000 invitados, encabezados por la reina Isabel II y todos los miembros de la familia real británica.

Entre los asistentes se encontraban los primos del finado, Juan de Borbón y Battenberg (conde de Barcelona, en representación de la familia real española), el rey Olav V de Noruega y el príncipe Alberto, hermano del rey Balduino de Bélgica; los reyes de Suecia, los príncipes de Liechtenstein, los príncipes herederos de Holanda, los grandes duques de Luxemburgo, los príncipes de Mónaco.

El cortejo fúnebre se inició a las diez y media de la mañana desde el palacio de San Jaime, cercano al de Buckingham. El féretro, cubierto con la bandera británica, la «unión Jack», defendida por Mountbatten en dos guerras mundiales, fue colocado en un armón de la Marina.

Miles de personas, la mayoría de las cuales esperaban desde las cuatro y media de la mañana, se agolparon a ambos lados del recorrido.

Delante del armón, y conducido por un cabo de lanceros, marchaba Dolly, una yegua de veintiún años, la preferida por el ilustre soldado y que fue montada por última vez en junio, cuando Mountbatten pasó revista por última vez al Regimiento Real.

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El arzobispo de Canterbury, doctor Donald Coggan, pronunció una breve homilía, en la que alabó «las extraordinarias dotes, el entusiasmo y la liberalidad de espíritu» que caracterizaron a Mountbatten. Por primera vez en la historia, el primado católico de Gran Bretaña, cardenal Basil Hume, pronunció una oración fúnebre en el templo.

Tras la ceremonia, el féretro fue trasladado, por tren, a Romsey, donde tuvo lugar un breve servicio religioso privado, al que asistieron sólo la familia real y los miembros de la familia, entre los que se encontraba el conde de Barcelona.

Sólo un país, Japón, no ha estado representado en los funerales. Mountbatten no perdonó a sus antiguos enemigos en la segunda guerra mundial y dispuso que no fueran invitados.

Naturalmente, la operación de seguridad montada por Scotland Yard, en previsión de posibles atentados, no ha tenido precedentes. Se estima en no menos de 5.000 hombres, la mayoría armados, las fuerzas desplegadas durante la ceremonia. Los tejados de las casas por donde discurría la comitiva habían sido ocupados por tiradores especiales con rifles telescópicos, y perros especializados en la detección de explosión rastreaban continuamente las calles.

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