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El Magreb, ante el dilema del Sahara.

Hassan II se juega su futuro político en el Sahara

Cinco mil millones de dólares de deuda exterior, dos millones de paradas (30% de la población activa total), una Administración ineficaz y en parte corrompida de más de 300.000 personas un alza de precios del 150% con respecto a 1970 y unos salarios congelados desde la misma fecha, constituyen las cifras resumidas y frías de la actual crisis que preocupa a Marruecos.Si los problemas económicos son graves, pero comparables a los de gran número de países en vías de desarrollo, los externos, que giran todos en torno a la situación en el Sahara occidental, son muy particulares del país, y unidos a los económicos hacen que desde el Gobierno hasta los partidos de la oposición se reconozca que se vive hoy una coyuntura con problemas realmente graves.

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La monarquía, cogida entre los dos extremos de una polarización de fuerzas muy marcadas que se ha operado en los últimos años, caracterizada por la pauperización progresiva no sólo del sector obrero, sino de los pequeños industriales y comerciantes, y el enriquecimiento desmedido de una minoría, que algunos partidos evalúan en no más del 7% de la población, parece hoy obligada a optar por los unos o los otros para su propia conservación.

Reivindicaciones legítimas

En sus últimos discursos, el rey Hassan II ha reconocido la necesidad de satisfacer algunas reivindicaciones económicas legítimas, de acabar con la corrupción y tomar medidas que garanticen en el futuro una mejor distribución de las riquezas. Ni el rey ha logrado hacer que estas palabras trasciendan la fase de buenos propósitos.El nuevo ejecutivo puesto en pie el pasado 28 de marzo tiene como tarea solucionar estos graves problemas sociales o, por lo menos, iniciar su solución. Los partidos políticos de la oposición no le conceden al nuevo primer ministro, Maati Buabid, mayor credibilidad que a su antecesor, Ahmed Osman, pero en este terreno todo está por ver.

Por el momento, la represión inoportuna de unas huelgas económicamente bien fundadas, el despido de cerca de un millar de profesores y empleados de la salud pública por haberse declarado en huelga, la implantación de una censura de prensa discriminatoria contra los órganos de expresión de la oposición, la presión policiaca contra las centrales sindicales, principalmente la socialista CDT, han dado base a los partidos para dudar de las intenciones del poder.

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La crisis económica, sin embargo, no es diferente a la de gran número de países en vías de desarrollo. Lo que le da una gravedad singular a la coyuntura marroquí es la guerra del Sahara, tanto en el terreno militar como diplomático. La actitud reciente de Mauritania, de aceptar un referéndum para la autodeterminación de los saharauis de la parte de la ex colonia española atribuida a Mauritania en 1975, que pone en entredicho la postura marroquí de rechazo a una operación similar en el Sahara integrado a Marruecos en la misma fecha, complica aún más un problema ya de por sí enredado.

A pesar de toda la movilización emprendida después del discurso real del 8 de marzo, la realidad es que, de una manera aún minoritaria, pero seria, en numerosos sectores, incluidos militares, se comienza a preguntar ya las ventajas que tiene para Marruecos sostener una guerra para mantener un territorio que no le reporta grandes ventajas. Otros comparten el mismo criterio, por considerar que el Sahara es una trampa para la propia monarquía, mientras que la oposición, que es la que más presiona para que se adopte una actitud dura, sólo puede salir reforzada de ella.

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