Cuenca, del crimen al museo
De toda la vida, Cuenca había sido la ciudad del crimen, una pequeña capital de provincia dedicada a la burocracia, de la que el resto de España no sabía apenas nada más que la leyenda de un delito imaginado por un cómico. Pero en las últimas décadas, un grupo de artistas e intelectuales, pintores sobre todo, se instaló en ella buscando al mismo tiempo la tranquilidad y una distancia corta de Madrid. El museo de Arte Abstracto, hoy famoso en el mundo entero, es reflejo y vértice de un desarrollo cultural de extraordinario vigor. Entre estos dos polos, la burocracia y la cultura, se mueve hoy Cuenca, donde estuvo e hizo el siguiente informe.
La ciudad comenzó siendo una posición fuerte, instalada sobre un macizo recoso flanqueado por los valles -las hoces- de los ríos Júcar y Huécar. Alfonso VIII de Castilla la arrebató a los moros e hizo de ella algo escaso en 1177: un burgo exclusivamente dependiente de la Corona, al que dotó de exención de impuestos y portazgos -«Di que eres de Cuenca y pasarás gratis»-, con el fin de retener a la población en la escarpada urbe.Al mismo tiempo se convirtió en sede episcopal. En aquella época vivió un período de esplendor, apoyado en sus privilegios, hasta que la decadencia de Castilla la sumió en el atraso general. En el siglo XIX se convirtió en cabeza de la provincia que lleva su nombre, y que se caracteriza por estar formada por tres zonas que no se parecen nada entre sí: la Alcarria, lindando a Guadalajara; la Serranía, parte del macizo Ibérico, hacia Aragón, y La Mancha.
El ser capital de esta provincia, de enorme extensión, marca a Cuenca de forma definitiva. Hoy es una ciudad casi exclusivamente administrativa, con unos 40.000 habitantes, de cuya burocracia dependen otros 200.000 de la provincia. Pero sólo de su burocracia, porque la zona de Tarancón, cercana a Madrid, mira a la capital de España, mientras el Sur, manchego, mira a Albacete o las grandes poblaciones del norte y este de Ciudad Real, e incluso una zona del este de Cuenca se comunica habitualmente con Valencia.
La ciudad vieja, levantada sobre una roca de más de cien metros de altura, se desarrolló hacia arriba, por falta de espacio, y así nos encontramos con edificios que hacia el interior de la ciudad tienen dos pisos de fachada, mientras se derraman en diez o doce pisos por el filo escarpado, cortado en la roca viva, que la rodea. Aquí no se podía desarrollar, y la ciudad comenzó a bajar al llano. Hoy, al pie de la roca se extiende la ciudad nueva, con el aspecto de una capital de provincia más.
Dos ciudades en una
Hoy Cuenca está formada por dos núcleos urbanos, claramente diferenciados: la ciudad vieja y celosa de su tradición, arriba, y la nueva, jugando a urbe moderna, abajo. Salvo el Ayuntamiento y la sede obispal, instituciones más antiguas, todos los demás edificios y sedes oficiales están abajo, en la zona de expansión.
Mientras duró el desarrollismo, los conquenses infravaloraron el casco viejo, las altas perspectivas que daban sus casas, antiguas e incómodas, a favor de los bloques de pisos que iban surgiendo en el llano. La ciudad de la roca se iba quedando despoblada y en ruinas, al tiempo que crecía la burocracia en la zona nueva. Lo malo, como en tantas capitales de provincia pequeñas, es que la ciudad no fue más allá de su función administrativa.
La industrialización de Cuenca no habría sido, desde luego, tarea fácil. No abundan precisamente las materias primas ni la tradición fabril, pero hay ejemplos donde la industria se ha desarrollado casi de la nada. De cualquier forma, hoy la ciudad carece prácticamente de industria. En los últimos años se han instalado algunas fábricas, entre ellas una factoría. municipal de tableros de madera, que hace la primera transformación de la mayor riqueza de Cuenca: más de 50.000 hectáreas de patrimonio forestal. La segunda y más lucrativa transformación, esto es, la fábricación de muebles, queda para la iniciativa privada, y además fuera de Cuenca.
Así las cosas, la población está compuesta masivamente por oficinistas, con unos pocos comerciantes que completan el espectro social. Una ciudad de este tipo ha de verse forzosamente sometida a la dominación de un círculo de personas de influencia, el más importante de los cuales fue Francisco Ruiz-Jarabo, ministro de Justicia con Franco. Este círculo de influyentes ha dirigido los destinos de Cuenca, y hoy, adaptado a la democracia parlamentaria, se dispone a seguir mandando, tras una casi segura victoria masiva de UCD en las elecciones municipales.
La nueva administración municipal tendrá que enfrentarse a dos problemas, principalmente. Uno, detener el despoblamiento de la ciudad, la sangría de mano de obra que se va a Valencia o Madrid en busca de trabajo. Cuenca tiene hoy menos habitantes que en 1900. Otro, reorganizar el aparato del Ayuntamiento, que en 1974 quedó con cien millones de superávit y hoy tiene un déficit de doscientos. Lo primero que habrá que hacer es que los vecinos paguen los tributos: hoy casi ninguna casa tiene contador de agua y están impagados el 40% de los impuestos. La tradición de los fueros de Alfonso VIII pesa mucho aún hoy.
Para el extraño a Cuenca, hay otra institución de enorme peso en la vida de la ciudad: el obispado, sobre todo por la personalidad de su titular, monseñor Guerra Campos, que para el forastero -así se cree- es un elemento de influencia decisiva en la vida conquense. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Todo el mundo coincide en Cuenca en que el obispo para nada entra ni sale en los asuntos de la ciudad. Realmente, desde que hace años fue desplazado en Madrid por incompatibilidad con otras jerarquías eclesiásticas, Guerra Campos vive autodesterrado en su diócesis, y hace política en Madrid, pero no en Cuenca.
El renacimiento cultural
La pujanza cultural de Cuenca y su proyección al exterior se asocia hoy día al Museo de Arte Abstracto. Sin embargo, con bastantes años de anterioridad, y posteriormente a la guerra civil, Cuenca empieza a dar al exterior una imagen artística desde raíces puramente locales y populares.
La vida y obra de César González-Ruano, muy vinculado a la ciudad, o la decidida exaltación poética de Cuenca de Federico Muelas, por ejemplo, serán unos de los exponentes de la divulgación de Cuenca más allá de su límite geográfico provincial. Esta vía literaria de comunicación de lo conquense, anterior a la pictórica, está entroncada con otros escritores, poetas, profesores y músicos.... que suponen la punta del iceberg de un substrato cultural popular, tal vez motivado por el paisaje de su entorno y por la enjundia de su historia. Colecciones poéticas como El molino de papel (ya desaparecida) o la del Toro de barro, esfuerzos de rescate histórico como el Museo Arqueólogico, logros como la Semana Internacional de Música Religiosa y, especialmente, los desfiles procesionales de la Semana Santa, verdadera expresión popular de masiva participación, ya sirvieron de elementos vehiculizadores de una imagen conquense que se escapaba del provincianismo al que, por lo demás, se hallaba abandonada.
En la España de los cincuenta existía una generación de pintores de vanguardia que buscaba afanosamente un lugar donde reunir y mostrar sus obras. Uno de ellos había comenzado una colección de estas obras que al principio de los años sesenta necesitaba ineludiblemente ser ordenada y colgada como está mandado. Era Fernando Zóber, hoy propietario de la colección y alma del Museo de Arte Abstracto Español.
Zóbel estaba buscando una casa en Toledo donde instalar su colección cuando otro pintor, Tomer, le propuso las Casas Colgadas de su Cuenca natal. Una visita a este edificio, por aquella época en restauración y sin destino asignado, y las facilidades del Ayuntamiento lo hicieron todo. En 1963 comenzó a organizarse el museo, que abrió sus puertas en 1966 y que supuso como un renacimiento cultural.
En torno al Museo de Arte Abstracto se reunieron una especie de personas hasta ese día lejanas para los conquenses: intelectuales y artistas, pintores sobre todo, que quedaron cautivados por la ciudad vieja, compraron sus casas vacías y se instalarón en ellas.
Con el tiempo se produjo un intercambio de influencias. Los intelectuales acogieron el sistema de vida, familiar y pueblerino, de los viejos conquenses, mientras éstos descubrían que su ciudad era de un valor inestimable.
La idea primera del museo era minoritaria, la de un lugar para iniciados, pero la realidad ha superado esta previsión. Hoy, el museo es monumento popular, joya de los conquenses y famoso en el mundo entero. Así, Cuenca pasó de ser la ciudad del crimen a la del museo, mientras la parte vieja, despreciada por incómoda, volvía a ser la ciudad noble, el sitio interesante.
Esto ha generado incluso una importante corriente turística, que acude a los ecos de la fama mundial, aunque casi nunca se queda: llega, hace fotograflas y se marcha. La infraestructura hotelera sigue siendo mínima, y los que se quedan buscan una casa para instalarse cuando vienen de Madrid, de París o de Nueva York.
Mañana: Valdeajos (Burgos)
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.