_
_
_
_
Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Castilla

Bueno, pues vamos a hacer un artículo fascista y reaccionario. Castilla, sí, Castilla, que está ahí, madre madrastra, fantasma y estameña, en Miguel Delibes y el disputado voto del señor Cayo, en la denuncia nacional-catalanista de Federico Jiménez Losantos, rehusada por la acracia exquisita y ramblera de El Viejo Topo, acracia dentro de un nacionalismo, dentro de un catalanismo, dentro de un patriotismo, o sea, dentro de un fascismo, porque toda idea de patria es una idea beligerante, como dije hace muchos años en el Ateneo de Madrid, en vida del difunto, con el busto de Franco a mi espalda.Castilla, sí, la otra Castilla, la Nueva, que es la vieja, en la pintura de Antoñito López, una Castilla atónita y de primera comunión, que si el pintor no pintase como pinta, habría tenido que irse a Pueblo Nuevo, en Barcelona, a manufacturar nylon y aprender catalán por liberal decreto de Tarradellas, el presidente que volvió de la nada. Dionisio Ridruejo escribió una Guía de Castilla la Vieja, enfermo y cansado, guía mal pagada por los editores catalanes, porque la industria del papel impreso no daba para más, con lo que el gran escritor y frustrado Doncel castellano de Sigüenza se convertía en un charnego, emigrante o inmigrante ajornal, traductor de Plá con amor y desesperación, y otro Ridruejo (familia soriana de infinitos primos, como todas las familias de Castilla), ha muerto recientemente hablándome de la desertización de España, que él refería, claro, a la desertización de Castilla, que hace ya muchos siglos que pasó. de rama en rama. la ardilla heráldica que recorría Castilla alegre por las copas de los árboles. Fue casi lo último que dijo y me dijo aquel Ridruejo:

- La desertización, Paco, escribe algo de la desertización.

Y qué razón tenía. Mí querido amigo y maestro Paco Yndurain se quita el guante marrón para darme la mano en la mañana fina y fría de enero, cuando vuelvo de comprar el pan:

-¿Has pensado en el vasquismo de Baroja, Paco? Los buenos siempre son los vascos, en sus libros, y los malos son ya los riojanos o de por ahí.

Luego me cuenta algo más grave, el sabio:

-En una parte de Vasconía han quemado todos los pinos porque dicen que no es paisaje vasco, el pino, que es paisaje castellano.

O sea que no sólo los guardias, los generales, los capitanes de los Tercios de Flandes. sino también los pinos, sus propios pinos se los llevan por delante, no sé quiénes, en un fanatismo arboricida, en un arboricidio de hombres y generales.

Escribo esta crónica fascista, castellanista, imperialista, a la luz de un quinqué, como los románticos, porque estoy en un pueblo de Madrid y nos hemos quedado sin electricidad, que las reservas son pocas, que Castilla está exhausta, la imperial Castilla, la patriotera Castilla, la habladora Castilla, que lleva siglos muda, como la vieja de Miguel Delibes, y que ha olvidado -quizá para siempre- la idea de patria, porque la patria es una arboleda perdida -¿verdad, Rafael, andaluz español?- o es el caballo de Pavía o el caballo de Franco, y en Castilla no quedan arboledas ni caballos, en la desertizada Castilla de los Ridruejo, que, hoy toda la periferia, grotescamente, ve como un emporio despótico y sangriento, como un Calígula con boina.

Franco era un cachondeo porque tenía una idea de patria, una idea nacionalista, racista y retro. Estábamos de acuerdo con vosotros, tíos, pero ahora resulta que el racismo castellano, que jamás existió (y no sé si en la mente lacónica de Franco) ha emigrado a la periferia y todos los multipequeños racismos nos amenazan con sus venganzas y sus lenguas de fuego fatuo.

A ver si os aclaráis, chelis.

Castilla, sí, Castilla, que hizo su imperio con la misma sangre que se hacen todos los odiosos imperios, pero que hoy es un teso desolado y un pendón que pasea a veces, por sus avenidas interiores, el lúcido César Alonso de los Ríos, judeocastellanomarxista de Carrión de los Condes, provincia de Palencia, Tierra de Campos, campos de tierra, como ya vio don Antonio Machado, tierra de panllevar que se lo, han llevado lejos, al castellano, y tiene que ir a ganarlo a Altos Hornos, a Sabadell o a Suiza, donde Eduardo Roldán, obrero castellano y pintor absoluto, se partió la columna vertebral cargando y descargando cerveza. Castilla, sí, Castilla, pobre Castilla. Castilla, tíos, y qué.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_