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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El Sahara: dos años después / 5

Las conocidas dotes de prestidigitador de Buteflika en las asambleas africanas nos permiten asegurar que, pese a su proclamada vocación tercermundista, socialistas y comunistas españoles van a verse próximamente expuestos en picota, en todas las reuniones y conferencias relativas a los procesos de descolonización -exactamente igual que sus homólogos del sur del Estrecho. La decisión del PSOE de no asistir a la próxima reunión del Buró Político de la Internacional Socialista en Daja, Senegal, como protesta al voto favorable de este país al MPAIAC, en la reunión de Trípoli, en un índice de los malos tiempos que se avecinan: ante.el automatismo de las «mayorías unánimes» y la manipulación interesada de la noble causa anticolonialista, denunciar a los «aventureros del MPAIAC» -del mismo modo que los marroquíes denuncian los «mercenarios de Tinduf»- resulta tan vano como irrelevante.

Al trazar un paralelo entre la explotación por Argel de los asuntos del Sahara occidental y Canarias -y entre la incómoda situación en que ello coloca a los partidos progresistas de España y Marruecos- no pretendo, claro está, equiparar ambos problemas: ni los lazos históricos que unían hasta el siglo XIX el territorio que ocupaba España al sultán eran tan nítidos y firmes como la dependencia política y administrativa multisecular del archipiélago con respecto a la Península (ello obedece a las peculiaridades de la sociedad saharaui, características de su estadio tribal), ni la culminación del proceso de reunificación marroquí en 1975 ha sido avalada aún de jure por las instancias internacionales, a diferencia de la hispanidad de las islas.

Pero dicho esto, las diferencias entre el MPAIAC y Polisario son bastante más cuantitativas y circunstanciales de lo que a primera vista se pudiera creer: debidas sobre todo al hecho de que mientras la ayuda de Bumedian a Cubillo ha sido siempre modesta (y supeditada a las coyunturas de la situación en el Sahara) y el alejamiento de los santuarios argelinos no permite al MPAIAC la realización de operaciones militares de envergadura, Argel ha volcado el enorme arsenal militar y propagandístico que le procuran sus ingresos petrolíferos en manos del Polisario y este dispone de toda la latitud del desierto para montar sus razzias y golpes de mano; en lo que toca al muy distinto grado de implantación del Polisario y MPAIAC entre las poblaciones saharaui y canaria, ello obedece sin duda al hecho de que la primera fue condicionada psicológicamente por espacio de cinco años por las autoridades coloniales a abrazar, por razones de interés obvio, la tesis independentista.

No es demasiado aventurado imaginar que bastaría mucho menos tiempo para que, tras varios siglos de lamentable abandono por parte de Madrid, una potencia administradora interesada en provocar la secesión del archipiélago (por ejemplo, Estados Unidos) fabricara una mayoría (con idénticas promesas de ayuda y protección a las que formulara España) favorable a la república guanche en que sueña Cubillo.

Cuando el PSOE proclama por boca de Yáñez y Menéndez del Valle que «apoya la libre autodeterminación de los pueblos (incluido el saharaui)» (EL PAÍS, 14-10-77), los marroquíes tienen derecho a preguntarle si este apoyo se extiende, por ejemplo, a los vascos (pueblo que, a diferencia de las poblaciones del territorio que administra España, tiene una etnia perfectamente diferenciada de la de las demás nacionalidades españolas y en cuyo seno una fracción de indudable arraigo popular lucha también, con las armas, contra el «colonialismo» de Madrid).

Las razones de aplicación o no aplicación del principio de autodeterminación obedecen en la práctica a razones de información y vivencia interna: resulta mucho más fácil exigirlos de puertas afuera (sobre todo cuando se desconoce la intrincada realidad del problema) que en la propia casa (en donde las cosas aparecen con todos sus matices y complejidad). Afirmar, por ejemplo, que «cabe la posibilidad de que lo que es válido para Gibraltar puede no serlo para Ceuta y Melilla» (como decían Yáñez y Menéndez del Valle en su respuesta a Laroussi) es someter la incuestionable validez de los principios a consideraciones de consumo interior, a la consabida dialéctica del Nosotros y Ellos. Pero el empleo de dos pesos y medidas en el manejo de los principios jurídicos y morales responde también a menudo a criterios pragmáticos, cuando no abiertamente electoralistas.

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Como dice Serafín Fanjul en el artículo antes mencionado, «no hay que ser grandes observadores para constatar que el Polisario proporciona, a precio muy barato, una pancarta izquierdista de cara a la galería de unas bases que piden radicalización y encuentran moderadísimas actitudes en el orden español interno ( ... ) Es útil hablar de las metralletas que esgrimen los otros mientras se aguarda el maná que viene de Centroeuropa» (Ya, 24-11-77). A ello se podría agregar que hablar mucho y muy fuerte sobre el Sahara (tema electoralmente rentable y sin peligro interno) evita la dura necesidad de hacerlo tocante a problemas mucho más arriesgados y explosivos como lo son, verbigracia, los que plantea el porvenir de Ceuta y Melilla de cara al Ejército (por la misma razón, los Estados de la OUA prefieren votar el anodino y cómodo tema de Canarias y no el espinoso y comprometido de la descolonización del Sahara).

Cuando Menéndez del Valle escribe: «El futuro de Canarias lo decidirán los canarios desde sus posiciones autonomistas. El futuro de los canarios dependerá del órgano autonómico canario, y no de Madrid. Pero, desde luego, no del Comité de Liberación de ka OUA», celebro coincidir con él. Tan solo me permitiría extender su razonamiento del Nosotros al Ellos: el futuro de los saharauis (el de los erguibats, tuaregs y chaambas residentes en Marruecos, Argelia y Mauritania) lo deben decidir los propios saharauis, desde posiciones autonomistas. El futuro de los saharauis tiene que depender de órganos autonómicos saharauis encuadrados en el Magreb de los pueblos. Pero, desde luego, no a partir de criterios de independencia selectiva y ficticia como intenta hoy Argel con el sostén inocente de los partidos de izquierda españoles.

La «progresiva despersonalización del ente humano saharaui» que evoca Manuel Ostos en sus recientes crónicas es una realidad. El libre nomadismo que, en función de la sequedad de los pastos, practicaban erguibats y tuaregs desde tiempos inmemoriales era totalmente ajeno a los conceptos de Estado y fronteras. Hoy, las necesidades de la guerra y los imperativos del desarrollo económico imponen tanto en Tinduf como El Aaiún una sedentarización forzada que destruye sus valores sociales y morales los convierte en peones de un juego de intereses, cuyos motivos les escapan. Únicamente un replanteamiento global del problema podrá acabar con su alienación y sufrimientos y ella no se logrará coreando tranquilamente desde Madrid consignas heroicas del tipo de «independencia o muerte».

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