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Tribuna:TRIBUNA LIBRE ELECTORAL
Tribuna
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El sentido del Estado

Catedrático de Derecho ProcesalEl sentido del Estado es servir a la sociedad. El Estado, que no se identifica con la sociedad, tampoco es completamente exterior a ella. La aglutina y la configura. La sirve al robustecerla en su pluralismo, sin suplantarla. El Estado presta su servicio al proporcionar dirección e impulso a los cambios sociales necesarios. Al servir al Estado, por consiguiente, se debe estar sirviendo al conjunto de los ciudadanos. Los mecanismos del poder y de la administración tienen una única finalidad admisible: la utilidad del pueblo, que no es masa, sino suma de personas, capaces de movilizaciones solidarias muy diversas.

No es ocioso recordar estas elementalidades cuando en nuestra política se reafirma el predominio de un modo de actuar que -sólo tiene en cuenta las reglas para lograr el poder y para conservarlo. Tal predominio resulta explicable, pero es muy peligroso. El servicio del Estado no se desvirtúa cuando la actuación personal dentro de él se enfoca con mentalidad de administrador de bienes ajenos. En cambio; el entendimiento exacerbadamente político de esa actuación deriva con facilidad hacia una consideración del Estado como objeto de mera conquista, que luego se convierte en simple ocupación y, no pocas veces, en abusivo disfrute particular de las parcelas conquistadas, desde las que se intenta monopolizar la vida social.

La falta de sentido del Estado engendra este fenómeno repulsivo cuando se marida con una «ética» política y social -en último término, personalísima- del estilo «París bien vale una misa». Y no es sólo que el ciudadano haya de contemplar sucesos y actitudes que le sublevan interiormente. No es que padezca su sentido moral (lo que ya es mucho): es que padecen también su libertad, su cultura, su información y su bolsillo.

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No se sugiere el retorno a la tecnocracia. Tecnocracia significaba olvido y pretención de bienes superiores del hombre con exclusivo énfasis en los resultados materiales. Pero la reclamación de una buena y constante administración de lo ordinario y la petición de que el Gobierno se aplique a la resolución de los asuntos públicos son ahora un clamor al que no es ajeno ningún sector importante de nuestra sociedad. No se pide tecnocracia: se pide competencia y seriedad. Se pide la satisfacción de una necesidad vital, que nadie puede situar razoñablemente como alternativa de los cambios constitucionales necesarios. Una nueva Constitución en modo alguno debe suponer un Estado interino. Este país -este conjunto de países y pueblos- ya no es, ciertamente, la «España de la alpargata», que se arroja a un rincón mientras se juega a la política.

Cuando altos servidores del Estado dejan a un lado problemas que son de su incumbencia, porque les abruman mil graves «asuntos de Estado», hay algo que marcha mal: olvidan que esos problemas son también «asuntos de Estado». Cuando sólo las «cuestiones políticas» o los, temas agudamente conflictivos merecen la atención de los altos cargos, es natural inquietarse ante unos desajustes que provocan el abandono de zonas normales de trabajo e impiden ocuparse de algunas materias precisamente hasta que se envenenan. Cuando el «vuelva usted mañana» está a la orden del día y bastantes hombres públicos rechazan como inoportunas cuestiones de evidente interés social, con la lamentación de una sobrecarga de ocupaciones «a altísimo nivel», dan ganas de preguntar si acaso aceptaron sus puestos obligados a punta de pistola. Y, sobre todo, causa asombro que no distribuyan mejor la labor, que no deleguen y confíen, ya que admiten estar desbordados. Mas como esto no sucede, es inevitable maliciar que, en realidad, lo que acontece es que tales servidores del Estado no quieren «soltar» ni un centímetro cuadrado de poder. Y es irremediable sospechar que, al caer derrengados de madrugada, encuentran un placer morboso en la sensación de sostener España sobre sus espaldas y de llevar los hilos del poder prendidos de los dedos de la mano.

¿Divagaciones hacia lo psicológico? Más bien realidades observadas y sufridas por muchos españoles. Y directamente en.troncadas con la lucha electoral y con el rumbo futuro de la gobernación de España. Teniendo en cuenta los resultados de los comicios, ¿se dedicará el Gobierno a lo que tal nombre indica, o sus miembros consumirán el tiempo en el usufructo de las parcelas repartidas? ¿Se reformará la Administración para mejor conseguir el fin que se le atribuye, o para multiplicar las porciones de poder en orden al reparto? ¿Vamos a seguir asistiendo al olvido práctico de problemas reales del pais, por mor de las «cuestiones políticas»?

Se dirá que el trabajo de gobierno y administración necesita modelos ideológicos y políticos de sociedad. Y que la dificultad estriba en la Inexistencia de formaciones parlamentarias, compactas y fuertes, con proyectos definidos de sociedad a la que servir desde un Estado remodelado. Es verdad. Pero eso no puede ser una excusa permanente para la interinidad del Estado o una justificación indefinida del desgobierno. Esa limitación actual ha de ser el estímulo de dos grandes tareas, con las que se acabaría superándola: primera, un pacto para gobernar de verdad; segunda: la configuración de una derecha moderna.

El pacto para el Gobierno significa que los grupos representa dos en el Gabinete convengan en la consecución de objetivos indiscutibles, justamente lo que estén por encima de las particu laridades de los modelos sociales respectivos. La existencia de tales objetivos resulta evidente. Si los líderes no pueden alcanzar el pacto es que carecen de las cuali dades políticas mínimas. Si no quieren, es que están desprovistos de todo patriotismo. En am bos casos será deseable que el pueblo tenga pronto la oportunidad de licenciarles a perpetuidad. Porque de lo que se trata, en definitiva, esde lograr aquí, antes de que sobrevenga un irreparable deterioro de la convivencia social y de la situación económica, el acuerdo que en Italia intentan ahora, después de ese deterioro, sumidos ya en él. Los factores -las partes del contrato- son diferentes, pero el problema es semejante.

En cuanto a la configuración de una nueva derecha, aunque parezca una meta unilateral es asunto que afecta al país entero. Porque la aproximación de las posiciones políticas de los es pañoles es una necesidad. El juego democrático y la normaliza ción política deben conducir a que la alternancia en el poder no se presente con el dramatismo de dar un vuelco al país. No es eso lo que acontece en Gran Bretaña o en Alemania Federal. Aquí, en cambio, el panoramá es sombrío. La izquierda, sin experiencia en el poder, ha conseguido una gran penetración ideológica (aunque muy superficial) y una presencia política muy considerable. La izquierda presente, ofrece un modelo de sociedad. La derecha presente, aunque sea políticamente más fuerte y experta, influye menos en ideológico. Y, por añadidura, carece hoy de credibilidad, respecto de un proyecto atractivo de sociedad futura.

Con más o menos razón, con más o menos motivos, lo cierto es que, para muchos españoles, especialmente de generaciones jóvenes, el espectro político electoral, aún en vigor, «daba» las siguientes imágenes: la derecha neta, el pasado; el Centro, el presente; la izquierda, el futuro. Y el reproche de estar ante gentes lanzadas a la simple conquista del Estado, sin idea profunda de éste y de su servicio, aunque pudiesen merecerlo tirios y troyanos, se ha imputado con más fuerza al conglomerado centrista, al presente. Si lo que ahora viene es una especie de peculiar y poco atractiva consolidación del presente (pero aún más complicado), ¿de quién será el futuro? La respuesta, en las actuales condiciones, no precisa del don de profecía. Pero tampoco se necesita especial lucidez para comprender que lo que a España conviene es tener varias posibilidades de futuro, de diferente tonalidad, pero igualmente tranquilizadoras por. lo que se refiere a aceptación general y a buen gobierno. Y eso no será posible si no hay una derecha moderna, sustentada por hombres honestos, con sentido del Estado; si no hay una derecha superadora del oportunismo, del materialismo conservador y de la alergia a la libertad: si no hay una derecha que quiera de veras repartir la riqueza. Aunque esa derecha se llame y sea posicionalmente Centro -no el actual, otro .distinto-, aunque vaya a tardar en conseguirse, lo que no puede es demorar un minuto más el mienzo de su andadura.

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