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Tribuna:Francia: la crisis de la mayoría
Tribuna
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Los demonios familiares

Ayer advirtió Giscard que los franceses no habían sido capaces de superar, todavía, los «demonios familiares» de la IV República. Es decir, que el temperamento político galo no ha cambiado completamente, pese a la cura de reposo y autoridad ordenada por el general De Gaulle y continuada, mejor que peor, por sus sucesores. El pesimismo del cada día más locuaz jefe de Estado francés, se basa en la siguiente constatación: la V República se hizo para evitar «un por gobierno de Asamblea», un Gabinete inestable que dependiera exclusivamente de los humores y de los votos de los diputados. De la veleidad de los políticos, en suma.Giscard dramatiza, sin duda. Su intervención de ayer fue algo patética. El presidente dijo, por ejemplo, que su librito Democratie française era la respuesta más completa al «Programa Común», algo así como el libro verde del coronel Gadafi, o el rojo del difunto Mao. Algunas cuestiones deben habérsele olvidado al presidente cuando la mitad del país sigue tercamente apoyando a la Unión de la izquierda. «E ainda mais», según las últimas elecciones municipales.

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La originalidad de lo qué está pasando en Francia ahora estriba en que la República evoluciona hacia su sexta encarnación: no es que se regrese a la IV (como alegremente comentaban los diarios de izquierda esta mañana en París), o se desvirtúe la V, es que el Estado llama a la puerta de la VI. La virtualidad de la República gaulliana se basaba, en primer lugar, en la autoridad y personalidad del presidente. Con todos los respetos, ni Pompidou era el general, ni Giscard es Pompidou: hay distancias, tientos y diferencias. La gente de la calle que vota tradicionalmente a la derecha, acusa al presidente de no saber mandar, de «no ser suficientemente enérgico». El general sí sabía (mandar). Pompidou adaptó su estilo sibilino y su sabiduría al talante presidencialista. Además eran otros tiempos. La crisis económica no se había desencadenado sobre el Occidente industrializado, y la izquierda sesteaba entre sus luchas intestinas y sus rencores antañones. Por otra parte, allí estaba la mayoría, convertida en castillo roquedo del poder, guardia de corps del presidente: una auténtica vanguardia de la derecha.

Ahora la autoridad del presidente es infravalorada y la coherencia de la mayoría yace hecha trizas en la Asamblea. Giscard acepta que en el seno de la mayoría hay otra mayoría, los gaullistas del RPR. Y afirma a continuación que Barre es, pese a todo, el jefe de la mayoría, lo que se contradice con la realidad: porque si Jacques Chirac no hubiera llegado oportunamente hace dos días a la Asamblea y no hubiera convencido a sus diputados para que votaran a favor del primer ministro, el magnicidio se hubiera consumado, es decir, la mayoría de la mayoría hubiera acabado con su jefe natural. Salvo que el jefe natural de la mayoría haya dejado de ser el primer ministro, lo que confirma la hipótesis de que el crepúsculo de la V República empezó en las municipales.

Al presidente Giscard d'Estaing hay que reconocerle un valor determinante: es un jefe impasible y sereno, que mira las tempestades sin inmutarse. Ayer dio prueba de serenidad, pero también de irrealismo. Se metió a fondo en la «melée» política, pero no ha fulminado a nadie. No es propio de capitán tan avezado decir que la crisis política es resultado de la crisis económica, o que «no es la oposición la que gana votos, es la mayoría que se los regala». Estas cosas se pueden afirmar en una sobremesa, hasta en una entrevista, para algún ignoto periódico ugandés, pero no sirven para en candilar a los millones de franceses que ayer esperaban su mensaje como agua de mayo... en abril. Por que alguien se equivoca: o ellos o el presidente. El presidente prefiere culpar a los demonios familiares.

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