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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Por una nueva política nacional de Cataluña

Muchos catalanes hemos sentido, a lo largo de los últimos meses, la necesidad de explicar la justeza de nuestras reivindicaciones nacionales. Creíamos que el origen de nuestros problemas estaba en el deficiente conocimiento o en la falta de comprensión de los demás sobre cuestiones tan asumidas por nosotros como la conciencia de formar un pueblo y la voluntad de autogobernamos. Hemos optado por el camino fácil, pero estéril, de culpar a los demás, en lugar de ahondar en nuestras propias debilidades. Ha sido un error político, del que sabrán disculparnos, sin duda, quienes, tengan la generosidad de reconocer que no ha sido voluntaria la falta de oficio que padecemos, como pueblo, en el arte de la política democrática, impelidos como hemos estado a ejercitar de forma exclusiva una política de resistencia.Nos habríamos percatado de que nuestro deseo de ser comprendidos no era muy sólido, si hubiéramos sido sensibles a la facilidad con que nos dejábamos dominar por la inquietud, la ira o el resentimiento frente a cualquier provocación emanada del poder, de algún medio de comunicación o de partidos políticos de ámbito español. Pero todavía no hemos adquirido esta sensibilidad. Vamos reconociendo, poco a poco, nuestro error, fundamentalmente por dos caminos complementarios: por un lado, el escaso resultado de nuestro esfuerzo, es decir, el poco éxito de nuestra política actual; y, simultáneamente, la paulatina pero firme simbiosis de nuestras instituciones históricas, de nuestros partidos y organismos unitarios con las instituciones de autogobierno y sus representantes legítimos. Esta confluencia, aún parcial, es acelerada por el acercamiento entre el pueblo catalán y el presidente de la Generalitat, señor Josep Tarradellas.

En una entrevista, publicada en una revista de divulgación histórica, el presidente Tarradellas recuerda a unos, y nos da a conocer a la mayoría, las relaciones entre Catalunya y el resto del Estado español durante el período iniciado en 1931, y en especial, en torno a la discusión del Estatuto en las Cortes españolas. Cuando los entrevistadores le preguntan acerca de las reticencias en aprobar el Estatuto por parte de ciertos sectores políticos e intelectuales, e insinúan la posibilidad de que en Madrid no acaben de entender la cuestión nacional, el presidente responde: «No creo que haya ninguna incomprensión. Lo entienden muy bien, pero no quieren que tengamos nuestras libertades, y es natural que no lo quieran: Nadie da nada gratuitamente. Los catalanes debemos acostumbrarnos a reconocer los problemas que tenemos enfrente. Nosotros, que somos grandes luchadores, cuando en Madrid nos plantean problemas que se oponen a nuestras reivindicaciones decimos que no nos comprenden, y yo creo que nos comprenden muy bien ... ». Expone asimismo lo que supimos ofrecer cn aquellos momentos para que el Estatuto fuese aprobádo por 334 votos contra 24: «Catalunya era una garantía con vistas a las libertades de los pueblos de toda España.» Supimos ofrecer tina contribución eficaz y concreta a la puesta en funcionamiento 3, desarrollo del régimen instaurado en abril de 1931. Al mismo tiempo, nos mostramos comprensivos con nuestros adversarios, y por tanto, con los enemigos del Estado español: el presidente Maciá, al pedir el indulto del general Sanjurjo facilitó que una parte de la derecha votara también el Estatuto. Nuestra política fue una política de convivencia, justamente la que hoy necesitarnos. Nos falta hoy, eso sí, encontrar las formas concretas que exige en la actualidad dicha política y, en algunos casos, reconocer quiénes pueden forjarla.

La referencia al actual presidente de la Generalitat no es casual. Que nadie se confunda: nuestro presidente no es solamente un personaje histórico. Ha sabido conservar con dignidad, en un exilio forzoso, nuestras instituciones. Pero siempre ha considerado que era en el interior donde debía realizarse la reconstrucción, motivo por el cual nunca formó gobierno en el exilio. Su dedicación plena y constante ha sido la política de cada momento, con miras al futuro del país. Su preocupación principal ha sido y es la unidad de todos los que vivimos y trabajamos en y queremos a Catalunya. Todas estas razones, junto, al realismo y acierto que han dominado sus intervenciones políticas a lo largo de su amplia vida pública y, en especial, en la difícil situación que vivimos actualmente, le configuran de forma creciente a los ojos del pueblo catalán como la persona que a su legado histórico une la capacidad de encabezar el organismo que puede forjar la nueva política que necesita Catalunya y que puede negociar las condiciones de convivencia hoy.

Digo encabezar porque el presidente Tarradellas ha dejado bien sentado que no emprenderá ninguna acción sin el consentimiento mayoritario del organismo consultivo, cuya constitución sugirió a los partidos políticos, haciéndose eco a su vez de la voluntad expresada por los mismos. Ha hecho, además, ímprobos esfuerzos para que en dicho organismo estuvieran representadas todas las fuerzas políticas y sociales de Catalunya. Precisamente, no se constituyó en el momento previsto para que nadie se sintiera marginado, para que todos puedan participar en la definición de sus objetivos. Es importante en número de fuerzas que se han ido sumando a esta corriente, pero todavía hay dudas y ausencias que nadie desea. Que la instancia unitaria sea finalmente el organismo propuesto, no es lo más decisivo, entre otras cosas, porque su contenido político está a determinar entre todos. Lo más importante es que esté integrado por los partidos políticos y las organizaciones sindicales, aglutinados en tomo a la Generalitat y su presidente, y que recoja las aspiraciones más sentidas por la gran mayoría de los ciudadanos de Catalunya. Afortunadamente, existe un motor que empuja a la unidad, como he dicho más arriba, es la aproximación vehemente entre el pueblo catalán y su presidente.

La estabilidad y convivencia, también deseadas por las más altas esferas del Estado español, según sus propias declaraciones, pueden ser una guía inestimable para reconocer, antes de las elecciones, quiénes pueden ofrecer la garantía de que los términos de la negociación serán validados por el pueblo catalán. Y, por encima de la negociación coyuntural de un determinado Gobierno, e incluso de los resultados aparentes de una consulta desigual, reconocer asimismo las bases sobre las que es necesario sentar la propia estructura del Estado que responda a los deseos de la mayoría, única fuente real de la estabilidad y convivencia política.

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