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Luis Enrique, elegido para poner orden en España

Rubiales nombra seleccionador al extécnico azulgrana, convencido de que su independencisa le autoriza para restaurar el orden disciplinario y futbolístico del equipo

Diego Torres
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El domingo 1 de julio, bajo la brillante cúpula del estadio Luzhniki afloraron todas las miserias que se revolvían en el interior de la selección española. A ojos del presidente de la federación, Luis Rubiales, en los 130 minutos que duró la actuación ante Rusia que eliminó al equipo del Mundial en octavos se patentaron las causas fundamentales del fracaso. El desorden futbolístico y el desorden disciplinario, ambos tan profundamente arraigados en la plantilla que acabaron por convertir a España, gran favorita, en un equipo deprimido y deformado.

El lunes la delegación regresó a Madrid, el martes Rubiales aceptó la dimisión de Fernando Hierro, y el miércoles llamó a José Francisco Molina para ofrecerle la dirección deportiva y a Luis Enrique para proponerle ser seleccionador. Sin solución de continuidad. No había tiempo que perder si quería recuperar la iniciativa y evitar una crisis que amenaza con deslegitimarle a menos de dos meses de las elecciones que le dieron la presidencia. Porque, como dijo Rubiales ayer cuando anunció el fichaje, “el fútbol es una apisonadora”.

Sobran motivos para la preocupación pero Luis Enrique no dudó, según fuentes federativas. Dijo que sí inmediatamente. Como si imaginase una solución para los conflictos que habían consumido a la selección entre Krasnodar y Moscú. Como si supiera que podía contar con los jugadores necesarios para emprender un proyecto ganador y encaminarlo con éxito hacia la Eurocopa de 2020, el torneo que coincide con el término del contrato que acaba de firmar. El entrenador asturiano se mostró optimista. No le importó olvidarse de las ofertas que barajaba para entrenar clubes. Algunas, de más de 10 millones de euros al año, aproximadamente cuatro veces más de lo que ganará por reconstruir a la Roja.

“Hay dos ambientes, el interno y el externo”, dijo Rubiales, cuando ayer le preguntaron por la presunta carga que pesaba sobre Luis Enrique debido al desagrado que genera entre ciertos sectores madridistas su pasado como jugador y técnico del Barcelona. “Sabemos”, prosiguió el dirigente, “que es una persona con carácter que ha tenido algunos problemas con la prensa. Pero el ambiente interno esperamos que sea mejor [de lo que ha sido con Lopetegui y Hierro]. Intentaremos llevarnos bien entre todo el mundo, entendiendo que él viene a ser seleccionador y a intentar que la selección gane, que ese es su cometido”.

Rubiales se muestra todo lo comedido que le permite su función. No quiere señalar públicamente a nadie, pero da a entender lo que denuncian en su entorno. España necesita un seleccionador fuerte, en primer lugar, para reestablecer la disciplina interna y el sentido de unión de los jugadores.

“Nos faltan líderes”, apuntan en la directiva de la federación cuando analizan el vestuario. No son pocos los futbolistas que piensan lo mismo, al cabo de la experiencia mundialista. Porque la convivencia en el seno de la selección española fue inadecuada desde que se inició la concentración en Las Rozas el 28 de mayo. Allí se sucedieron episodios de tensión, o, lo que es peor, de melancolía por parte de futbolistas que no encontraban un sentido práctico a la preparación de Lopetegui porque creían que así —alterando el juego de posesión por una versión de fútbol más directo con Costa en punta— no se podía ganar el Mundial.

“Nos debimos quedar en casa”, lamentó un jugador tras la eliminación en Moscú, pidiendo que se respetara su anonimato. Los posicionamientos encontrados generaron facciones más o menos definidas según el estilo que más se acomodaba a cada cual, de un lado los del Madrid y el Atlético, del otro los del Barça principalmente. Más que enfrentamiento, se produjo un apagamiento. La sensación de desánimo se reflejó en los amistosos contra Suiza y Túnez.

El fichaje de Lopetegui por el Madrid en estas circunstancias —y su inmediata destitución por parte de Rubiales— profundizó el deterioro. El capitán Sergio Ramos e Isco Alarcón defendieron a Lopetegui con vehemencia. Ramos llegó a manifestarse en términos despectivos hacia Rubiales y, según los testigos de la residencia de Krasnodar, su comportamiento resultó desafiante. Rubiales lo percibió. También observó que la plantilla se fraccionaba hasta en los formalismos. Las comidas se celebraban en dos mesas separadas. Una la encabezaba Ramos en calidad de capitán de España y capitán del Madrid, dos títulos que el central llevó a gala cada día; la otra no la encabezaba nadie pero la ocupaban todos aquellos que no necesitaban demostrar continuamente su afección a Ramos, mayoritariamente los del Barcelona. Entre las dos mesas había eso que los jugadores llaman “buen rollo”. Pero ese “buen rollo” no destiló en un sentido de cohesión competitiva. Las relaciones personales fueron siempre buenas. Falló la empatía. Cuando Hierro se hizo cargo del banquillo generó euforia al principio y decepción al comportarse como un continuista.

“Cuando Hierro me comunicó su marcha”, recordó Rubiales, “fue relativamente sencillo llegar a un acuerdo con Luis Enrique porque él quería ser seleccionador español. Tenía ofertas tremendamente importantes. Económicamente era imposible que llegáramos a sus números y él ha puesto mucho de su parte porque si no, habría sido imposible. Él quería comandar esto”.

Aspecto económico

Rubiales hizo hincapié en el aspecto económico. Su breve experiencia como presidente federativo le ha alarmado. El presidente ha observado que en torno al equipo nacional se tejieron demasiados intereses que desviaron el objetivo de la competición. En eso Rubiales relacionó a Luis Enrique con Luis Aragonés: no vendrá a hacer relaciones públicas sino a intentar producir un modelo eficaz.

Los colaboradores de Rubiales remiten al 22 de mayo, día en que, por mediación de Hierro, entonces director deportivo, renovó a Lopetegui pagándole dos millones de euros de salario, cantidad récord para un seleccionador español. El representante de Lopetegui en esa gestión fue Carlos Bucero, socio de Jorge Mendes, el agente más influyente del mundo. En la federación advirtieron que Bucero también representaba a Hierro, aunque este juraría luego que no se enteró de nada mientras Bucero negociaba con el Madrid el fichaje de Lopetegui.

Con estos precedentes, a Rubiales le alivió que a Luis Enrique solo lo representara Luis Enrique. El técnico arriesga más de lo que gana. Después de rechazar una oferta del Chelsea esta primavera, el asturiano se convierte en el primer entrenador del siglo que pasa de dirigir un equipo que gana la Champions (2015) a coger las riendas de una selección nacional. No le falta desprendimiento ni coraje. Lo hace en un momento especialmente complicado.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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