Nos querréis cuando no estemos
No hay ningún jugador en el mundo que haya bailado tanto encima de su propio cadáver como Cristiano Ronaldo, enterrado hasta la saciedad
Dos embestidas aéreas, dos sacudidas que llegaron por el viento en los primeros minutos, desconectaron al Atlético de la Champions. Fueron dos goles, pero el segundo lo sacó Oblak con una mano milagrosa bajo la mirada aturdida de Varane. El primero entró y lo marcó Cristiano Ronaldo, que lleva toda la temporada jugando un campeonato íntimo en el marcador, ajeno a sus compañeros y a sus rivales: sólo él contra la historia de la Champions, sólo él bajo los acordes de la musiquilla enferma que dice que nunca marca en partidos importantes.
No hay ningún jugador en el mundo que se haya reído tanto de sus haters como él. No hay ninguno que haya bailado tanto encima de su propio cadáver como él, enterrado hasta la saciedad, olvidado de manera tan desaprensiva que todos los que lo despidieron recogen hoy su ceniza para venderla en Sotheby's a precio carísimo de resucitado. Nadie, tampoco, ha sido tan decisivo tantas veces en el Madrid, ha sido tan grande en noches grandes, ha sido tan devastador en los partidos que definen lo que es el Madrid y lo que no lo es. Ayer lo fue. Porque lo fue su estrella, y porque el Madrid se agigantó de tal forma que merece un respeto: esto es otra cosa y aquí, por lo que sea, manda él.
Todo tuvo otro aire entonces: el aire de la vieja Copa de Europa, un calor cercano que remitía a las raíces del Madrid. Tan reconocible que los blancos hicieron suyo el partido y poco a poco la eliminatoria. Fue Modric, fue Casemiro, fue la formidable sala de máquinas del Real extendiendo sus alas prehistóricas. El Madrid de las bandas, incluso las bandas lesionadas. El Madrid embrujado de Isco. El Madrid del cerrojo extraño y de las canciones de cuna que enseñó Benzema mientras el mundo se derrumbaba.
Así estaban las cosas, con la penitencia de unas semifinales, cuando se acabó rompiendo la botella y salió Marco Asensio, un proyecto de crack mundial tan peligroso que fue una inconsciencia enseñarlo en semejante escaparate. Asensio, especie clandestina obligada a criarse en cautividad, ha sido mostrada en Europa como si la Champions fuese la Expo. No se puede disimular más: Asensio es lo que es, y ante el Bayern y el Atlético, dos trasatlánticos europeos, explotó tantas virtudes que la próxima temporada no quedará más remedio que darle el 10. Asensio, como Cristiano, como el Madrid, está jugando a otra cosa. Está jugando ya contra sí mismo. Marco Asensio como larva, Cristiano mudando de piel y el Madrid contra lo de siempre: ser el primero en hacer algo. Ahora ganar dos Champions seguidas. Es un reto de locos y no hay nada más loco ahora mismo que el Madrid de Zidane, el francés que sigue ovacionado en el Bernabéu casi veinte años después. Y por los mismos motivos, por la misma felicidad, por la misma gloria.
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