La Real Sociedad golea a un Alavés invisible
El equipo donostiarra, acertado en el juego y en el remate, responde a la colección de errores de su rival
La Real le hizo tres goles a un equipo invisible. No es poco mérito ni mucho. Tiene el mérito de convertir un duelo entre equipos vascos en un trámite (llamarlo un clásico, tras 11 años de ausencia, es una hipérbole) y el demérito de dejarse llevar por una superioridad abrumadora que inconscientemente relaja los músculos y la tensión arterial. El Alavés fue un manojo de nervios, si es que a los nervios se les puede achacar que un equipo cometa tantísimos errores en el pase, en el control de la pelota, errores de esos que en el tenis se llaman no forzados, y tanta desatención en los rechazos que caían uno tras otro en las botas de los jugadores realistas, más listos, más hábiles, mejor colocados.
A los 20 minutos la Real se puso por delante con un cabezazo de Xabi Prieto al enésimo centro de Carlos Martínez. Para entonces, el Alavés había roto la estadística de pases errados, y la Real convertía el área del equipo vitoriano en un campo de futbito. La portería de Rulli se veía allí en la lejanía como un descampado, como un jardín abandonado. Solo lo pisó el Alavés en una ocasión, cuando Edgar encaró a Rulli y disparó contra su cuerpo, su rechazo le volvió a percutir Camarasa, pero ya con más dificultades para alojarlo en la red. El jardín de Rulli ya no se volvió a resentir de más pisadas ajenas. A la Real le bastaba con el ímpetu de Carlos Martínez, en la primera mitad, el orden establecido por Illarramendi todo el partido y las apariciones fugaces de Vela y Oyarzabal. No había noticias de Willian José, pero ya se sabe que el brasileño vive solo para el gol, para conseguirlo más que para fabricarlo. Y lo halló en una de sus genialidades al recoger de costado un centro de Raúl Navas, acomodarlo entre dos defensores y picarlo por encima de Pacheco. Su misión estaba cumplida. Juega para eso, para hacer eso y estaba hecho.
El Alavés seguía fiel a su tónica de perder el balón que tanto le costaba conseguir. Por momentos consiguió dar seis, siete toques seguidos a la pelota para maquillar su incapacidad ofensiva. Solo la entrada de Kiko Femenía (por la lesión de Laguardia) le dio descaro, profundidad, atrevimiento. Pero el partido estaba ya decidido, acabado. Femenía era lo único visible en un equipo invisible. Pero la única ocasión del Alavés la fabricó un desajuste entre la defensa y el portero realistas que Edgar malgastó por falta de tacto. Faltaba que los dos artistas de la Real pusieran el epílogo al encuentro. Y lo hicieron: Oyarzabal se escapó por la izquierda, levantó la cabeza y vio a Vela que llegaba por la derecha. Su pase fue de un ejercicio de exactitud y el mexicano lo empalmó a la red con la precisión que acostumbra. Y colorín, colorado. La Real había dicho cuanto tenía que decir y el Alavés nunca tuvo nada que decir.
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