El virus FIFA y Roberto Carlos
La convocatoria masiva de jugadores internacionales molesta a los clubes de fútbol
Algunos de nosotros, despistados por naturaleza pero sensibles a cualquier descenso considerable de las temperaturas, solíamos identificar el final del verano con la primera gripe o resfriado que se encargaban de fijar la situación exacta en el calendario a base de tos, mocos, dolor de cabeza y una ingesta poco prudente de Frenadol. A día de hoy, quizás por aquello del cambio climático o la mejora ostensible en la prevención y las prendas de entretiempo, uno sabe que se acerca el melancólico otoño como antesala del invierno no porque nos gotee la nariz, o porque nuestras madres nos ofrezcan a no sé qué santo milagrero del gremio de los antihistamínicos, sino por la llegada del obligado parón en las ligas del continente para la disputa de partidos entre selecciones nacionales.
Al daño que provoca la convocatoria masiva de jugadores internacionales en algunos clubes se lo conoce como virus FIFA, un calificativo explícito y acertado como pocos en el fútbol moderno, nada que ver con términos tan en boga y absolutamente inútiles, (además de petulantes), como la tristemente famosa presión alta, el pase contextual o el repliegue intensivo que tanto daño están haciendo al relato de este hermoso deporte. Las molestias que el parón de selecciones provoca a los equipos que invierten descomunales sacos de dinero en alimentar a sus codiciosas figuras resulta evidente: entrenamientos desangelados y remendados con chavales de las categorías inferiores, riesgo acentuado de lesiones, cansancio acumulado para cuando llegue el momento de jugarse las habichuelas, estrés… Todo un drama al que nadie se atreve a oponer resistencia mientras las Federaciones de cada país hacen su agosto particular a costa del parque futbolístico de los clubes, que son los que pagan.
¿Y el aficionado? Un repaso rápido de las audiencias televisivas y asistencias a los estadios nos revela bien a las claras que, en realidad, los partidos de selecciones no le importan a casi nadie, más allá de cuatro patriotas exaltados, cuatro más que van a pitar a Piqué y algún grupo de colegiales con entradas gratis que aprovechan para pintar cartulinas y reclamar algún recuerdo de sus ídolos. Así sucede en España, al menos, si bien es cierto que en otros países aceptan de mejor grado este tipo de partidos, quizás porque se trata de naciones acostumbradas a ir a la guerra con sus vecinos y no entre familiares, como nos sucedió a nosotros. Después de un par de jornadas ligueras donde los seguidores más famélicos afilamos nuestras garras y recuperamos la tensión competitiva tras el largo verano de abstinencia, llega el coito interrumpido del parón FIFA, como esas noches felices y solitarias en las que uno ya tiene las manos llenas de crema hidratante y, de repente, aparece su madre en la habitación sin llamar a la puerta para que le ordene los canales de la TDT; no hay derecho. Si de mí dependiese, las fases de clasificación para los grandes eventos se decidirían siempre por sorteo y ¡ay de aquel que osase dudar, entonces, de Roberto Carlos!
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.