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El cineasta del hombre

Laurent Cantet entrega en 'L'Atelier' una película fiel a sus principios humanistas y una de las favoritas a ganar la sección Una cierta mirada

Gregorio Belinchón
Laurent Cantet, con camisa blanca, rodeado de los actores de su película.
Laurent Cantet, con camisa blanca, rodeado de los actores de su película.ALBERTO PIZZOLI (AFP)
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Durante gran parte del metraje uno no deja de preguntarse: ¿qué hace L’Atelier en la sección Una cierta mirada? ¿Cómo no está en la competición? La respuesta se encuentra en su doble final. Primero uno seco, de bofetón y portazo a lo narrado, muy del gusto festivalero. Pero quien dirige L’Atelier es Laurent Cantet (Melle, 1961), y el cineasta no traiciona nunca sus principios. Su humanismo impregna cada uno de sus fotogramas, y necesita un epílogo acorde a sus creencias, a su cine y a lo contado en los 110 minutos previos. En persona, Cantet, Palma de Oro por La clase, reconoce todo lo anterior. “La cuestión surgió en el montaje. Mi punto de vista es el que es, necesito algo de optimismo en la vida y en el cine. Ese primer final me parecía demasiado  monumental, y decidí evitarlo como fuera”.

L’Atelier refleja un taller literario que dirige una escritora parisiense de cierto éxito —encarnada por Marina Foïs— para un grupo de chavales de La Ciotat, ciudad francesa en las Bocas del Ródano, que conoció tiempos de prosperidad gracias a su astillero y que hoy languidece. En ese microcosmos se ve reflejada toda la sociedad francesa, y en el esfuerzo de los chavales por levantar entre todos una novela saltarán chispas entre ellos, especialmente desde Antoine, un adolescente que va radicalizándose: más que neonazi en realidad siente que en su alma hierve la violencia. Y necesita dejarla salir. “En realidad en todo el mundo existen estos choques y deberíamos de evitar la compartimentación, que cada uno hace en su pequeño mundo, o luchar contra el rechazo entre pequeños grupos”, asegura el cineasta. “Tenemos que espabilar, porque la situación se está encrispando. Yo he hecho este pequeño esfuerzo, y espero que muchos artistas también llamen la atención ante esta segregación. Aunque, en realidad, la situación solo mejorará desde la educación”.

En su cine siempre hay ese algo más, ese contar historias que lleguen más allá del entretenimiento, que existe, y empujen a su público. “Lo mejor que me ocurrió con La clase es que la vieron con curiosidad muchos adolescentes, espectadores que habitualmente solo se acercan a los taquillazos, y que sintieron que allí se hablaba de ellos y de sus problemas. Mis películas quieren dar espacio para que se expresen quienes habitualmente no tienen voz”. Es decir, Laurent Cantet está rodando lo que Guédiguian debería de estar haciendo.

Como en el día a día de La clase y en las conversaciones sobre las que giraba Retorno a Ítaca, Cantet graba los diálogos con varias cámaras y los mezcla con un ágil montaje. El espectador se siente uno más, escucha cómo las charlas se acaloran, los rostros enfatizan las palabras gruesas. En este espiral verbal, el francés es un maestro. “Es cierto que con La clase puede sentirse cierto paralelismo en lo documental, pero aquí vamos al interior de unos personajes, hay un desarrollo dramático”, asegura el cineasta. Para encontrar a los chavales, el equipo de Cantet realizó una exhaustiva criba por colegios de la zona, contando con hasta 400 chavales. Hicieron grupos que leyeron ideas del guion e improvisaron, y poco a poco fueron llegando a los protagonistas.

"Mis películas quieren dar espacio para que se expresen quienes habitualmente no tienen voz"

De ese Antoine, hipnótico, seductor, temible, Cantet apunta: “El reto era crear un personaje condenable y a la vez entendible. Me siento al principio como la escritora: quieres cambiarle, darle algo de libertad y acercarte a él. Pero a la vez sus actos son condenables y no lo podemos dejar pasar. Fue complejo construirlo. Es víctima de su tiempo y de su lugar, aunque a la vez toma sus propias decisiones”. Para llegar al thriller, Cantet usa incluso un tono fantasmal en el tramo final, en un juego acertado que a la vez acerca y aleja a la historia a la fantasía y a la realidad. “Hay muchas capas y muchos temas, como la sexualidad, la comunicación entre generaciones… El guion ha ido más lejos de lo que pensaba al principio de su escritura”, cuenta el cineasta. Eso sí, en el camino no ha olvidado que, al final, quien importa es el ser humano.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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