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El saber secreto de las bóvedas

Un profesor de Arquitectura aplica los arcanos de la técnica medieval

Maqueta de bóveda en la Escuela de Arquitectura de la Politécnica de Madrid.
Maqueta de bóveda en la Escuela de Arquitectura de la Politécnica de Madrid.kike para

La biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid guarda un preciado tesoro. Se trata de un libro cuyo texto, escrito hace cuatro siglos por el vástago de un genial alarife, Andrés de Vandelvira (Alcaraz, Albacete, 1509-Jaén, 1575), revela los secretos de un arte prodigioso, la estereotomía: el arte de cortar la piedra, clave para la construcción de edificios, que alcanzó esplendor en las catedrales góticas y su culmen, en las bóvedas de crucería y en los artesonados.

Hace siete años, el arquitecto y profesor titular del Departamento de Construcción de la Escuela madrileña, José Carlos Palacios Gonzalo, a sabiendas del valor incalculable de aquel libro, se aventuró a aplicar su contenido a los estudios prácticos de la Arquitectura. Ideó una asignatura específica con la que enseñaría a los futuros arquitectos a construir bóvedas góticas, mudéjares, renacentistas o neoclásicas, tras desvelarles los secretos del arte constructivo más complejo y grato: complejo, por garantizar el milagro de sujetar —durante siglos— arcos de piedra de ancha luz y decenas de toneladas de peso en un desafío a la ley de la gravedad; grato, porque tal sujeción lograba un milagro imposible.

José Carlos Palacios se propuso reproducir en un taller adjunto a la ETSAM los procesos materiales que guiaran hacia su meta. Su asignatura fue programada como optativa. El profesor contaba con su entusiasmo y con el de un puñado de estudiantes hartos como él de tanto saber teórico sepultado en libros sin salida práctica, y anhelantes de un conocimiento tan tangible como el que su profesor les brindaba. Enfrascados en los misterios de la piedra, lograron transcribir a escala y reproducir en escayola los elementos básicos —piedras, dovelas y jarjas—, que configuran los nervios y componentes de las cúpulas de claustros y catedrales. Se aplicaron pues a construir por sus manos —con el apoyo de la robótica para el costoso corte de las piezas de escayola— bóvedas de crucería y adoveladas de cenobios e iglesias de Segovia, Ávila, Salamanca, incluso de la mexicana Mérida, cuya documentación era acopiada por alumnos autores de tesis específicas, integrados en el grupo.

Una de las bóvedas reconstruidas fue la sexpartita del monasterio cisterciense soriano de Santa María de Huerta, cuya hechura supuso un reto formidable. Constaba de seis gajos. Tal como el libro de Vandelvira prescribía, era preciso trazar previamente un plano a tamaño natural, llamado montea, donde figuraran los elementos de la bóveda deseada. Mediante un baibel, artificio biangular de dos ejes perpendiculares unidos, combado el inferior con la curvatura deseada para el arco, se construía en madera una cimbra o soporte sobre el cual la bóveda, propiamente dicha, se asentaría. En el centro se situaba un madero vertical, la clave. La observación de la montea señalaba luego el camino para disponer cada pieza pétrea del entramado curvo. En los extremos de las piezas combadas, los estribos recobraban la verticalidad.

Profesor y alumnos asisten

El milagro de las bóvedas, la contención de un enorme peso arqueado sin desplomarse, cabía contemplarlo en el descimbrado de la pieza entera, ceremonia culminante del curso a la cual los alumnos —también su profesor— asistían con unción. Con la respiración contenida, se extasiaban simultáneamente a la retirada de la cimbra, en esa mágica fracción de segundo en que la rotunda quita de la clave llevaba a considerar inminente el desplome. Pero, de manera sorprendente, la enorme fuerza de la gravedad, tras un hondo crujido matérico, se trocaba en un empuje lateral hacia los estribos o contrafuertes de la bóveda, arqueada e inmóvil ya para (casi) siempre.

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Aquella iniciativa docente, que se prolongó durante siete fructíferos años, cobra a partir de ahora una nueva configuración académica: en 2015 se convierte en un máster oficial. Treinta estudiantes culminarán así cada año sus estudios de Arquitectura, con el broche del conocimiento de una técnica arquitectónica tan veterana como admirable. La misma que encontró su mejor arte en el genio renacentista de Andrés de Vandelvira y en un puñado de jóvenes arquitectos y restauradores, sus propulsores entusiastas. Y ello gracias al arquitecto José Carlos Palacios, leal divulgador contemporáneo de aquel secreto saber, ideado por los sumerios como metáfora del firmamento.

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