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Reportaje:vida&artes

Qué mal está siempre la juventud

Los brotes de violencia se repiten cada década - La rebelión de menores en Pozuelo no representa una generación peor

"Batalla campal por un rato más de música y copas", así, de forma sintética, explicaba un redactor de EL PAÍS la enorme trifulca entre jóvenes de clase acomodada y los agentes de la Policía Nacional. Una bronca que concluyó con 46 heridos y 22 detenidos después de que "una avalancha de chicos agrediera a los agentes, que rodeados tuvieron que pedir refuerzos". Las cifras son correctas. Aunque no coincidan con el balance numérico de lo sucedido hace algo más de una semana en el municipio madrileño de Pozuelo, cuando una marea juvenil se extendió dejando atrás vehículos quemados y cientos de botellas voladoras, hasta a encaramarse a los muros de una comisaría. Sencillamente, describían una reyerta casi idéntica pero en otro pueblo, Las Rozas (a menos de 10 kilómetros de Pozuelo y muy semejante nivel socio económico) y en otro año. Concretamente, en 1995. Hace 14 años. El entonces alcalde de Las Rozas, Bonifacio de Santiago, declaró que había sido "gente de fuera del pueblo". Exactamente lo mismo que afirmó Juan Siguero, edil de Pozuelo, a la mañana siguiente de la batalla.

La agresividad de jóvenes acomodados alarmó a España en los noventa
Algunos expertos hablan de una pérdida de valores y de autoridad
La policía aparece como la última barrera a batir tras padres y profesores
Las redes sociales amplifican el mensaje y lo hacen multitudinario
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Desde 1979 las noticias que describen un fin de fiesta violento entre jóvenes y cuerpos de seguridad forman una larga ristra con al menos 20 llamativos titulares. ¿Estamos entonces ante un alarmante fenómeno nuevo? ¿Los jóvenes están peor que nunca? Policías, sociólogos, políticos, psicólogos y educadores, ahora, creen que no, pero con matices.

Sus posturas se dividen entre los que consideran que es un proceso de hace 30 años que va "in crescendo" según se deteriora la educación y los que, sencillamente, opinan que han cambiado las formas pero no el fondo de la búsqueda de identidad de la juventud a través de la rebeldía, aunque sea una rebeldía no muy bien digerida.

"¡En Majadahonda todos los años hay movidas! ¡A mí no me ha sorprendido lo de Pozuelo para nada!", quien lanza las exclamaciones es Dolores Dolz, concejal de IU por el Ayuntamiento de Majadahonda, otro de los vértices del rectángulo que conforman los ricos municipios del noroeste de Madrid. Para Dolz, las broncas son "frecuentísimas" desde hace más de una década, aunque reconoce la excepcionalidad de lo ocurrido en Pozuelo.

De manera más pausada, Carlos Lles, sociólogo urbano que ha elaborado los dos primeros estudios integrales sobre la juventud madrileña, se remonta a una conferencia en Barcelona a mediados de los noventa. La dio junto al psiquiatra Luis Rojas Marcos. El tema era la violencia en los jóvenes. "Entonces ya produjeron mucha alarma algunos casos en los que los chicos involucrados en los incidentes eran de clase media", rememora. Ya se hablaba de apatía, de falta de valores. Y de un desconcierto que invitaba a refugiarse en el alcohol.

"No es nuevo, está claro", observa Lles, quien sin embargo señala el asalto a la comisaría como un salto cualitativo. Un avance en la falta de respeto democrático que, en cualquier caso, no le resulta "sorprendente" y que apunta hacia una falta de transmisión de valores de los padres.

En ese punto, en los padres, también se detiene Francisco Birseda, de la oficina del Defensor del Pueblo. "Esto es más de lo mismo desde los ochenta", certifica Birseda, que establece un antes y un después entre las generaciones que aún vivieron, aunque fuera por referencias, la dictadura franquista y las primeras generaciones criadas ya en plena libertad. La frontera, en su opinión, son los años ochenta. "Desde entonces, los episodios violentos de los jóvenes son lo mismo", insiste, señalando que la educación de los chavales ha quedado exclusivamente en manos de los profesores, que se ven desbordados. "Puede que hubiera en su momento un gusto por enfrentarse a la autoridad porque se identificaba con la falta de libertad", sugiere Birseda, que ahora niega ese carácter a las revueltas juveniles.

Su jefe directo, Enrique Múgica, Defensor del Pueblo, achacó los acontecimientos a una progresiva falta de respeto de los jóvenes, empezando por sus maestros. Uno de los ejemplos que resaltó a ese respecto fue el de la pérdida del tratamiento de usted con los profesores, sintomático, en su opinión, de esa ausencia de referencia y autoridad de los chicos que, insistió, comienza dentro de las propias casas.

Sobre este asunto, también habló ayer el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, que sostuvo que la solución no está en "eliminar sin más el tuteo" y consideró que lo importante no es "quedarse en los aspectos formales" sino respetar "a quien sabe más, tiene otra edad y otras experiencias".

Las algaradas juveniles se han repetido año a año desde hace tres décadas en Alcorcón, Móstoles, Las Rozas, Pozuelo, Getafe, Cáceres, Barcelona o Madrid. En ocasiones se ha tildado a los participantes de radicales. De chicos con una ideología subyacente. "Antisistemas", por ejemplo. Pero otras veces esa etiqueta ha sido más complicado colgarla, y entonces ha surgido la perplejidad. En esencia, todas tienen que ver con multitudes juveniles, alcohol y presencia policial.

"Hay de todo entre los chavales y entre los padres", matiza un veterano profesor de secundaria que prefiere no dar su nombre dada su condición de funcionario, que estima que los acontecimientos de Pozuelo son "un modo de pasar el rato y buscar emociones fuertes, algo que contar a los colegas pero sin un gran riesgo real porque la policía sabes que tampoco te va a matar. Es como un encierro, pero con guardias en lugar de toros".

Este educador también traza una línea que va desde la dictadura hasta el actual sistema de libertades y recuerda que estos jóvenes han sido educados por padres con un recuerdo, si no una experiencia directa, de la represión y el autoritarismo constante. "Los chicos son más individualistas y buscan una identidad perdida en la confrontación contra los otros", coincide el sociólogo Julio Alguacil en la idea de que la pelea es algo reafirmante y divertido para esta generación, que percibe el enfrentamiento violento como un juego sin riesgos.

En la búsqueda de esa identidad y del gusto por enmascararla entre la masa, hay quienes opinan que han jugado un papel importante las nuevas tecnologías. Es el caso de Lorenzo Navarrete, decano del Colegio de Politólogos y Sociólogos. "Hay una confusión entre la vida real y la virtual", sostiene este académico, que además apunta a que si la red social de una persona está compuesta por 7.000 personas, las posibilidades de que se sienta concernida por algo que le suceda a su círculo se amplían muchísimo. "No se considera que lo que uno está haciendo sea real, sino un juego", concluye. Y, por eso, el concepto de responsabilidad queda más diluido. La comunidad Tuenti, la favorita de los menores de 20 años, se ha llenado de comentarios sobre los incidentes de Pozuelo. Casi todos van en una dirección: "La policía se pasó".

Y en estas redes campa a sus anchas la generación Ni-Ni, o sea, que ni estudia ni trabaja. Así es como se adjetiva despectivamente -y con un punto de generalización cruel- a los nacidos en los años noventa. Unos chicos que no tiene muy buena fama entre los treintañeros que pasean por Pozuelo. "Es una generación que está perdida, no respetan nada", dice de un tirón Óscar. Su problema, opina este comerciante de la zona donde se produjo la batalla campal, es que "no hay autoridad que les acobarde". Stefan, camarero del Hotel Pozuelo, también confía a un parroquiano su propia teoría: "La democracia es buena para algunas cosas, pero no para botellón".

Los aludidos, los chavales que nacieron en los años noventa, resultan ser una heterogénea marea sin una voz conjunta. Por ejemplo, Victoria, de 15 años y estudiante de un centro privado de Pozuelo, piensa que lo sucedido fue "obra de los descerebrados de siempre. Los hay en todos los institutos, de pijos o no. Les parece muy divertido montar el pollo para luego vacilar por ahí contándolo". Lucía, también quinceañera, fue testigo de los sucesos y, aunque critica la actitud de los violentos, insiste en que la policía tuvo "mucha culpa porque iban contra todos, sin distinguir entre quienes estaban tirando botellas y los que sólo estábamos allí divirtiéndonos".

Una actitud benevolente con la mayoría de los adolescentes que el experto en programas de alcohol en jóvenes Santiago Agustín también comparte: "En muchos aspectos estamos mejor que en décadas pasadas", afirma Agustín, que concede que el consumo de bebidas entre los chicos "es altísimo", pero apostilla: "Como siempre de altísimo". "Parece que esto no ha sucedido nunca y todos se echan las manos a la cabeza, pero el problema de buscar una alternativa al ocio juvenil es ya muy antiguo", observa este psicólogo y educador juvenil.

Varios expertos señalan que esa búsqueda de ocio en el alcohol y la masa se convierte "en algo más sórdido por el botellón, que despoja ese ocio lógico que busca el ligar de todo ritual y lo transforma el algo hostil y violento".

"Es lo mismo de siempre, sí, pero peor, aunque desde luego no es un fenómeno de anteayer", replica Juan Antonio García Núñez, también psicólogo y especialista en menores problemáticos. Para García Núñez los chavales carecen de valores y han regresado a "los valores del cuerpo". En contraposición, opina, "a cosas sencillas como disfrutar de una puesta de sol o del respeto por la gente que te rodea".

"La estructura social cada vez contiene menos a los adolescentes", es su diagnóstico, y eso, sostiene, fuerza a los chicos al límite. En ese límite está la estructura policial. O sea, el avance hacia el último dique de contención. Los agentes y, en el caso de Pozuelo, hasta la propia comisaría.

Los agentes, como Felipe Brihuega, portavoz del Sindicato Unificado de Policía, no centran tanto su discurso en las generaciones y sus posibles diferencias educativas como en el hecho de que ahora se pongan a emborracharse, juntos, cientos de chicos en el botellón. "Eso viene del norte de Europa, aquí siempre se ha ido de cuadrillas, de vinos". Tampoco son los agentes quienes dan más importancia al hecho de que algunos chicos intentasen asaltar la comisaría. "En realidad tampoco la intentaron asaltar, fue una especie de provocación final", explica una fuente policial. Lo que sí saben los agentes desde hace muchos años es que una fiesta "llena de gente bebiendo alcohol" no se puede detener a golpe de pito. "Eso es un gran error, hay que ir avisando y que se disuelva poco a poco, por su propio peso, por cansancio", sentencia Brihuega.

Una reflexión compartida por Beatriz García, del Sindicato de Estudiantes. "Lo que ha habido es una represión policial excesiva", apunta esta chica de 26 años, que afirma que no está de acuerdo con "ese modelo de ocio basado en la bebida", pero que cree que los medios de comunicación han "distorsionado los hechos". Eso, dice, sin justificar el "comportamiento salvaje de esos chavales".

El <i>botellón</i> de Pozuelo de Alarcón (izquierda) acabó en una revuelta con incendios de contenedores y coches.
El botellón de Pozuelo de Alarcón (izquierda) acabó en una revuelta con incendios de contenedores y coches.SANTI BURGOS / EFE

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